Las calles de Bonao estaban mojadas, como resultado de todas las lágrimas que golpeaban el cemento de las aceras de los transeúntes; se sentía el dolor colectivo de un pueblo que pudo saborear el beneficio de las artes. La multitud de Bonao estaba reflexiva, con lágrimas, gritos, manos diciendo un hasta luego, sábanas negras y los negocios cerrados. Los niños, jóvenes, adultos y ancianos se fusionaban por la tristeza. Así fue, yo fui testigo de aquel monumental entierro del maestro y artista plástico, Cándido Bidó. Cuando muere un artista, parte de la comunidad es afectada, porque el pueblo es arte, es color y expresión.
El arte está conectado a la ciudad, al país y a la etnia de donde brota; es la expresión de lo que era oculto, lo intangible e incomprensible. Por esa razón, al morir ese artista plástico, Cándido Bidó, también muere una parte de cada individuo proyectado en cada trazos de pinceladas que representan nuestro comportamiento y nuestras raíces. El liderazgo alemán entendió el poder del arte; esto explica el comportamiento de Adolfo Hitler, él se apropió de cientos de miles de obras, a medida que iba penetrando y conquistando a los pueblos, se apropiaba de las obras que eran simple y fácil de interpretar, Hitler rechazó las obras que generaban transformación y pensamientos críticos; el arte tenía que servir a sus propósitos propagandísticos, debía ser fácil de entender. Así que, cualquier obra de arte que mermará su liderazgo la escondía.
Muchos líderes no promueven el crecimiento intelectual; al igual que ese dictador, él odiaba el arte de los grandes movimientos como expresionismo, dadaísmo, cubismo y surrealismo, ya que estimulaban el pensamiento y la reflexión, promoviendo la dignidad del ser humano. En estas obras se escondía el peligro de encontrar razones de crítica hacia su régimen. Si la sociedad reflexionaba sobre las obras de arte, acabaría reflexionando también sobre el dictador, y esto podría ser peligroso. Su objetivo de dominar las artes afectaba a los creadores de esas obras, los perseguía, llevándolos al exilio o a la muerte.
Como promotor de las artes plásticas, entiendo perfectamente lo que ese dictador planificó; él usaba las obras de artes para promoverse, no le gustaban los estilos que estimularan el pensamiento crítico y contestatario; él sabía muy bien que las artes son herramientas que ayudan a desarrollar la potestad ciudadana y la masa crítica. Por eso, cuando escuchamos la música de nuestros merengueros, muchas de ellas llevan un mensaje político, espiritual y transformacional. Es que los sentimientos y las verdades universales emergen y salen a flote incorporándose en las disciplinas de las artes. Muchos de nuestros gobernantes y servidores públicos entienden esa realidad; muchos detestan que los sectores pobres tengan acceso a lo que Dios ha creado, me refiero a las artes, el arte es de Dios, y somos nosotros los que fuimos hechos a la imagen de El, por eso podemos co-crear. Los animales no pueden, es una virtud solo del ser humano, y cuando esta virtud es atrofiada no existe transformación, no existe desarrollo.
Uno de mis sueños, como dominicano, es ver que cada sector, cada niño, cada joven, tenga realmente la facilidad económica y geográfica para incursionar en una de las disciplinas de las artes. Si realmente queremos una transformación en la sociedad dominicana debemos aumentar la educación artística y mermar el asistencialismo.