EL ARTE CARIBE EN UNA MUESTRA DE JUAN MAYÍ

EL ARTE CARIBE  EN UNA MUESTRA  DE JUAN  MAYÍ

Hago la diferenciación entre el arte caribeño y su discurso, porque el arte, en su extraordinaria manifestación de formas y en su disfrute como estética, aparecerá ante nuestros ojos como un espacio, un movimiento, un ritmo que se hace difícil aprehender; es decir, llegar a su significación. Lo que podemos tener con mayor firmeza en el mundo de las ideas es el discurso porque es en éste donde todas las disciplinas comienzan una lucha extraordinaria para encontrar en la diversidad una confirmación del concepto universal de arte.
La constitución de un arte caribeño como prefiguración de la artisticidad, como pensamiento del artista antes de tomar en su mano la paleta, antes de esculpir el mármol, antes de escribir la sinfonía o el poema, está todavía en movimiento y no puede ser aprehendido, sino a través de un discurso de su pasado y de una exploración de su presente. De ahí que, la construcción de un arte del Caribe está en manos de los artistas que lo piensan y configuran en los distintos medios con su conocimiento y desconocimiento, con su vivir y estar ahí dentro de la cultura caribeña. Una cultura que es el movimiento mismo, movimiento de flujos, de viajes, de encuentros y desencuentros, de cimarrones, de piratas y corsarios, de carnavalismo, de rutas, ciudades, puertos, huracanes, de verdor, de agua y mar; de una zona de la calidez de la luz (las luces en la pintura de Reverón, por ejemplo).
El pasado del arte del Caribe está en su discurso histórico y en la historia del arte del Caribe. Se encuentra en las tallas de santos, que pueden verse en la iglesia de San Germán en Puerto Rico; está en los exvotos a la virgen de la Altagracia en el Museo de Higüey, República Dominicana; se encuentra también en la obra de José Campeche, de Francisco Oller y Ramón Frade, en el Puerto Rico del siglo XIX. Se encuentra, en fin, en las obras de Portocarrero, Amelia Peláez y Wifredo Lam en Cuba; en Urdaneta, en Desangles y Celeste Woss y Gil en Santo Domingo, para solo mencionar algunos.
El arte que postula Juan Mayí, su arte caribeño, tiene una importancia fundamental dentro de este discurso. Y es que este artista tiene un proyecto pictórico (y para mí el artista verdadero, el artista del cual surgirá el arte de la verdad del arte (Gadamer) es el que tiene un proyecto artístico; entonces aparece el trabajo de la artisticidad como despliegue de la prefiguración en la configuración que no es la creación de un lenguaje, ni la expresión de un vocabulario particular… Es, por el contrario, la creación sígnica, metafórica, icónica, espacial y temporal de ese proyecto dentro de la artisticidad que se despliega en el tiempo Caribe. Y Mayí tiene el reto de hacer y rehacer el pasado del arte del Caribe. Y esta muestra, y en otras obras que presenta ahora el pintor, es plena demostración de ese proyecto.
Algunas aristas de sus propuestas, ya asentadas en casi la totalidad de su obra, apelan a una representación del Caribe a través de signos y referencias, a mitos que se pueden reconfigurar en las distintas texturas: espacios de cuadros e instalaciones. Su entroncamiento con la pintura europea lo lleva a la abstracción en la que el cuadro sintetiza y configura, sin la figuración de personas, imágenes conocidas que comunican un referente cultural, común a los espectadores. Es el color el que da forma y el que une los espacios. Un color que sustituye lo representado dando al cuadro una forma de autonomía, donde la pintura expresa su propia poeticidad. De ahí la dificultad de aprehender como referencia a una realidad exterior; más bien hay que decodificarlo como algo que en sí mismo sostiene su discurso. La ausencia de la figuración podría llevamos a pensar en una forma vanguardista de deshumanización del arte, pero contrario a lo que se puede creer, Mayí sabe, mediante la abstracción, el símbolo y el signo, así como por la polifonía que establecen los colores puros y los matices, remitir a un discurso del tiempo y el espacio Caribe.
El uso de colores como el rojo, el azul —y las variaciones de blanco y negro—, la luz tan reiterada en el cielo, el azul mar y cielo, remiten a los pabellones nacionales, dentro de una fuga expresionista. Y parecen recordarnos la crisis de nuestras construcciones identitarias y políticas. La reminiscencia en signos que apelan a un pasado perimido y el trazado caligráfico sintetizan una mirada hacia nuestra condición de islas, de fronteras acuáticas. Bajo un cielo soleado, la mirada del espectador se llena y estalla en la fuga de fuerzas centrífugas. Nos encontramos frente a textos marcados por la polifonía caribeña, los ritmos, los matices que convocan a la mirada, pero que no declaran su sentido. Es porque el arte está ahí para que el discurso sea construido desde los elementos sígnicos, metafóricos, que la forma contiene; forma que sólo está instalada en el color y en las alternancias y contrapuntos de su entorno.

El negro sobre el rojo, los elementos superpuestos, las letras alrededor de la obra parecen muchas veces rehacer un mito; algo que se encuentra en las profundidades de la representación o de la conciencia que brota ante los ojos del lector como un palimpsesto, en el que se superponen las capas y los objetos. Esta textualidad viene a dialogar con otros tiempos y otros espacios. Y en ese sentido de lo caribeño, su abigarramiento, (aquí sintetizado) y su abundancia; la calidez de los colores, las luces y las sombras, la reverberación del agua en días claros, pero, a veces también, lluviosos y grises.

El pasado del arte del Caribe viene dentro de una hipertextualidad. ¿Cómo no comunicar esta obra con ciertas piezas de Silvano Lora o de Paul Giudicelli, en las que se acumulan textualidades o se abstraen las figuras a favor de la geometría? Todo eso que conecta una obra sumamente individual, evocadora de referentes cuando ella misma se niega a objetivizar para reconfigurar en la poética de la expresión de adentro, la expresión de lo irracional que es también el arte. Y el arte que propone un expresionismo en la abstracción, en ese borrar el pasado del arte para construirse como arte nuevo, luego de la modernidad y de la muerte del arte.

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