Friedrich von Schiller (Marbach 1750-Weimer 1805). Junto a Goethe uno de los más destacados dramaturgos alemanes, poeta, ensayista, historiador y pensador fue uno de los principales exponentes del Movimiento SturmundDrang (“Tormenta e ímpetu”). El mismo surgió como reacción contra la Ilustración y se convirtió en el foco europeo de la primera manifestación del Romanticismo. Se trata de una reacción alentada por Johann Georg Hamann y sobre todo por Johann Gottfried von Herder y su discípulo Goethe contra lo que era visto como una excesiva tradición literaria racionalista. Según Hamann y tras sus estudios de la Biblia consideró que la poesía y la literatura en general, era «la lengua materna del género humanoy de origen divino”. Este grupo reunió durante algunos años temperamentos literarios de gran vitalidad. Schiller y Goethe con posterioridad, superaron la fase impetuosa, adoptando una nueva concepción humanista. Se extendió por todas las artes, algunos de los representantes musicales fueron Bach, Mozart y Haydn…
El idealismo alemán estuvo representado por Kant, Fichte y Hegel; pero junto a Goethe, Schiller fue uno de idealistas alemanes y uno de los exponentes del Idealismo Moderno. Para el 1781 escribió “Los Bandidos” su primera obra, en contra de la sociedad y las injusticias de su tiempo, presenta las características de la escuela: idealismo, pasión, sentimientos exagerados, protagonistas con ansia de libertad, melancolía y una soledad final. Como poeta lírico, es más famoso por sus largos poemas didácticos, incluyendo “Los dioses de Grecia”, 1788 y “El artista”, 1789, pero, además, escribió poemas breves con tintes filosóficos y religiosos.
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Veamos el primero y el último verso de su poema “La partición de la tierra”:
/- ¡Tomad la tierra! -desde su alto asiento/ dijo a los hombres quien pobló el vacío-. /-Para cumplir mi soberano intento/ habedla en fraternal compartimiento, /que os la doy como herencia y señorío…
/Y Dios: – ¿Qué hacer? Sobre la tierra nada/ me resta ya con qué colmar tu anhelo;/ ajeno el bosque, la heredad cercana…/ Vente conmigo, si te place, al cielo, ¡que desde hoy libre te daré la entrada! /
Schiller era historiador de profesión y en 1791 fue nombrado profesor de historia en la Universidad de Jena. Su obra académica más famosa es “Historia de la Guerra de los Treinta Años”, 1791. Las primeras obras en prosa de Schiller tienen el estilo de Sturm und Drang, pero tienden a tratar problemas sociales más concretos que las primeras obras de Goethe. Después de “Don Carlos”, la obra que culminó este período, Schiller comenzó a tener serias dudas sobre el valor de su escritura y sintió la necesidad de una reevaluación de sus principios estéticos y filosóficos. Durante la siguiente década no escribió ninguna obra de teatro y sus escritos más importantes fueron varios tratados sobre estética, todos influenciados por Kant. Se trata de “Sobre la gracia y la dignidad” 1793 y “Cartas sobre la educación estética del hombre”, entre 1793-1795 tras la lectura de Kant y Fichte.
Desde 1794 hasta su muerte, Schiller estuvo estrechamente relacionado con Goethe, y los dos autores, lideraron el movimiento conocido como clasicismo de Weimar. Las tendencias de los dos escritores, sin embargo, eran diferentes: la fuerza principal de Goethe era un desarrollo amplio y épico que siempre se esforzaba por comprender la totalidad equilibrada de la vida; el talento de Schiller, por su parte, residía en el tratamiento de la acción dramática y de rápido movimiento. Tenía más habilidad para crear y mantener el interés teatral. Había renunciado a gran parte de su anterior idealismo incuestionable y tendencioso en favor de una técnica goethiana más realista. Schiller nunca abandonó por completo su tendencia básica hacia el idealismo y, de hecho, dio un fuerte giro en esa dirección en sus últimas obras. Las obras de esta época son más pulidas y clásicas que sus primeras y ponen más énfasis en las ideas morales generales. En “Cartas sobre la educación estética”, 1795 el arte se define como la expresión de una pulsión lúdica humana y su valor visto en el cultivo de esta pulsión.
Entre sus primeras obras poéticas se encuentra su Himno a la alegría” el que Beethoven incorporó a su Novena Sinfonía. En 1797 publicó Las Baladas inspiradas en temas de la antigüedad y la Edad Media. Cultivo también la tragedia y en 1804 acabo su obra más popular, Guillermo Tell, de espíritu patriótico y liberal. Veamos unos cuantos versos del Himno a la Alegría:
“¡Oh amigos, dejemos esos tonos!/ ¡Entonemos cantos más agradables y llenos de alegría!/ ¡Alegría! ¡Alegría!/ ¡Alegría, hermoso destello de los dioses, hija del Elíseo! / Ebrios de entusiasmo entramos, /diosa celestial, en tu santuario. /Tu hechizo une de nuevo/ lo que la acerba costumbre había separado;/ todos los hombres vuelven a ser hermanos /allí donde tu suave ala se posa.”
Las investigaciones de Schiller sobre la belleza y el arte fueron plasmadas en las cartas ya mencionadas y en las que confiesa que la mayor parte de sus afirmaciones se apoyan en principios kantianos. En ellas refiere que “el arte es hijo de la libertad y quiere obedecer al imperativo del espíritu, no a las necesidades que impone la materia” (2018, p. 9). Los escritos de Schiller anticipan poderosamente el creciente divorcio entre lo imaginario y lo real. En sus “Cartas sobre la Educación estética del hombre”, este romántico alemán habla de la imaginación creando un reino irreal en plena libertad del juego estético. Refiere que sólo dando un salto fuera del mundo de la realidad cotidiana la imaginación queda libre para inventar un mundo de pura ilusión en la completa libertad del juego estético, al que Schiller llamo ‘reino del juego alegre’ [joyouskingdom of play].
Esta veta de humanismo mesiánico, característica de gran parte del idealismo romántico, se evidencia aún más en la afirmación del autor de que en el reino irreal de la imaginación, más allá de toda experiencia y práctica reales, el hombre posee su propia soberanía. El razonamiento aquí parece ser que el dualismo tradicional entre mente y cuerpo, libertad y necesidad, puede ser superado en el arte, si no en la historia. El reino mesiánico ya no es algo para ser deleitado por Dios. Es un proyecto estético de la imaginación del hombre. El ‘Fiat’ de la creación divina es así apropiado por la mente humana; toma la forma de una creatio ex nihilo donde el hombre se convierte en dueño y señor de sus propias ficciones supremas. Quizás Hegel estaba haciendo un punto similar cuando redujo toda la realidad al poder humanizador del espíritu absoluto (Geist). O como el tardío romántico Wallace Stevens, remarcaría con desgana: “La imaginación es el valorador por el cual proyectamos la idea de dios en la idea de hombre… La imaginación es el único genio”. Schiller saludó a la moral como legislador no reconocido de la humanidad, declarando la moral subordinada a la imaginación y mantuvo algún vínculo básico entre las afirmaciones de ethos y poesía.
Según nos enseña Schiller “el arte es hijo de la libertad y quiere obedecer al imperativo del espíritu, no a las necesidades que impone la materia. […] impera la necesidad y su yugo tiránico somete a la humanidad postrada. La utilidad es el gran ídolo de nuestra época, y a él deben complacer todos los poderes y rendir homenaje todos los talentos. En esta vil balanza las virtudes espirituales del arte no tienen ningún peso y, al quedar privadas de todo reconocimiento, desaparecen del bullicioso mercado de nuestro siglo” (Schiller, 2018, p.10).
A pesar de que el mismo Schiller hace hincapié en la importancia de cada época y de que no le gustaría vivir en otro siglo, al ver el siglo XXI que nos ha tocado vivir, nos damos cuenta que perduran las mismas condiciones que lo impulsaron a escribir el contenido de estas cartas, pero también se confirma que antes como ahora solo la belleza (el camino del bien) puede ayudarnos a superar los impulsos contradictorios de la barbarie, apatía o perversión y el camino del bien.