“El Guernica”, pintura ejecutada en 1937 por el genial artista español Pablo Ruiz Picasso (1871-1973), persiste en el imaginario colectivo de la posmodernidad como imagen paradigmática de la recusación estético-poética de la ignominia y las atrocidades de la guerra. Se trata de la respuesta del máximo pintor del siglo XX al bombardeo y ataque aéreo totalitarios perpetrados por Alemania e Italia sobre la población civil de la localidad vasca de Guernica el 26 de abril de 1937, durante el transcurso de la Guerra Civil Española (1936-1939).
Al parecer, los ataques genocidas en las guerras de Ucrania-Rusia e Israel-Hamas en Gaza, seguirán durante el 2024. Pero no solo en estos países sus habitantes sufren hoy la muerte de familiares y amigos, además de la destrucción de su forma de vivir. Actualmente, hay más de 30 conflictos armados activos en el mundo. “El mundo ha entrado en una era de caos”, advertía la pasada semana el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, trastornado por el frenético y pérfido divisionismo del Consejo de Seguridad, incapaz encontrar solución a la multiplicación planetaria de los conflictos armados.
La insensibilidad de una gran parte de la humanidad de nuestro tiempo ante las imágenes de las guerras actuales; el papel de los poderosos trust financieros y la codicia de las élites de poder en la economía de la guerra, así como las hueras y descarriadas “nuevas lecturas” promovidas por ciertos performers del mundillo artístico internacional sobre algunas de las obras más patéticas y trascendentes de la modernidad artística occidental, motivan estas breves líneas sobre la guerra como remate de la ideología del “progreso”, rasgo ontológico de la “civilización”, paradójica razón vital del Estado de derecho y dantesca máquina de la muerte.
El término “complejo militar-industrial” fue acuñado por Dwight D. Eisenhower (1890-1969) al despedirse como presidente de los Estados Unidos en 1961, refiriéndose a los influyentes lobistas en las instancias de poder en Washington, incluyendo personas y organizaciones empresariales y políticas que inclinan las decisiones del Gobierno sobre la política y el presupuesto militar.
“War Profiteers” (especuladores de la guerra), se denominan en la actualidad, estas personas e instancias perversas que obtienen millones con las guerras como viles traficantes de la muerte. Desde el inicio de la guerra Ucrania-Rusia, las cinco corporaciones líderes de la industria armamentística acumulan subidas en las cotizaciones de la Bolsa de Nueva York por más de 25.000 millones de dólares.
“Habrá guerra mientras un solo ser humano gane dinero con ella”, nos advertía el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht (1898-1956), amigo fraterno de dos compatriotas que abordaron la cuestión de la guerra con lucidez y profundidad estremecedoras: el filósofo Walter Benjamin (1892-1940) y el artista George Grosz (1893-1959). Walter Benjamin define el “progreso” como catástrofe cotidiana, como mito ideológico controlado históricamente por los vencedores que hace añicos sus propios sueños y sus propias utopías. Para Benjamin la noción de “progreso”, contiene en sí misma la esperanza, la azarosa posibilidad de la interrupción de la barbarie a través de “una catástrofe dislocadora que introduzca lo nuevo” …
George Grosz, combatiente en la Primera Guerra Mundial, abordaría con mirada crítica excepcional las calamidades sociales, la angustia y los traumas emocionales provocados por las dos grandes guerras europeas. George Grosz fue de los primeros artistas en denunciar el espanto autoritario y la lujuria decadente de los militares, el clero y los aristócratas nazis. Aunque logra escapar en 1933 y se establece en Nueva York hasta 1959, en sus geniales creaciones, jamás dejaría de rechazar la represión, la injusticia, la tortura y la corrupción del poder político.
Desde luego, cuando se trata de la dialéctica del arte y la guerra, El Guernica es la prueba suprema. Porque no solo es la obra pictórica más dramática y debatida de las últimas ocho décadas, sino también la obra más mítica de Picasso y el más conmovedor documento estético contra la violencia, el genocidio implicado en la guerra y la autodestrucción humana. Sin embargo, recientemente, la eximia historiadora del arte y curadora argentina Andrea Giunta (1960) nos ha dejado atónitos con su performativo escolio de El Guernica como “una pintura que se estudia, pero no necesariamente que se debata” … “Estrictamente, es una obra de propaganda”, apostillaba con gestos trágicamente tiernos, Andrea Giunta desde Buenos Aires. V. Clarin.com/Cultura.14.11.2023.
Entonces, si persistimos en la fuga lúcida y liberadora de los siniestros dominios de la posverdad de nuestro instante, podríamos seguir viendo en El Guernica no solo la sensibilidad, emoción y sentimientos prístinos de Pablo Picasso ante el macabro hecho histórico que motivaría su magna obra, sino también la guerra, el miedo, el dolor, la muerte y la misma esperanza como cuestiones de interés perpetuo para los artistas. Y es que la majestuosidad estética, el valor intemporal y la profusión metafórica de esta obra, cada vez que podamos verla y repensarla, seguirán revelándonos nuevos elementos y nuevos significados.