Goya. El 2 de mayo de 1808 en Madrid. La carga de los mamelucos. Óleo sobre tela, 268x 347cm. Museo Nacional del Prado, Madrid, España
Los conflictos bélicos a escala mayor traen consigo consecuencias profundas y trastornadoras para los seres humanos, los pueblos, las naciones y la memoria colectiva de las sociedades que las padecen. Sin embargo, en cada época, los artistas han plasmado en sus obras no solo las terribles aflicciones físicas y emocionales, sino también su sensibilidad espiritual, poética y crítica ante la perversidad de hacer la guerra para acabar la guerra…
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Al reflexionar sobre la guerra, más valdría intuirla como pulsión energética, como filamento de fuego y sangre que traspasa toda la experiencia humana y el mismo proceso civilizatorio. Y es que, a lo largo de la historia, distintos y eminentes filósofos, teólogos, políticos, poetas, artistas y pensadores de la cultura han venido conceptualizando la guerra como una condición radicalmente ontológica y autoreafirmadora de la naturaleza humana.
La idea de que la guerra constituye una constante humana interminable, adquiere mayor vigencia ante el hecho de que, desde principios del siglo XVI, la humanidad jamás ha dejado de sufrir los flagelos de las guerras, de las cuales nueve han sido mayores y mundiales. En este sentido, en sus libros “Historia del siglo XX” (1994) y “Guerra y paz en el siglo XXI” (2007), el respetado historiador británico Eric Hobsbawn (1917-2012), establece que, durante todo el siglo XX, las guerras y los regímenes totalitarios, directa e indirectamente, dejaron más de 187 millones de personas muertas.
La conceptualización de la guerra como recurso existencial identitario se advierte en las reflexiones de algunos pioneros y fundadores de la filosofía política como Cicerón (106-43a.C); San Agustín (354-430); Nicolás Maquiavelo (1469-1527; Thomas Hobbes (1588-1679); Immanuel Kant (1724-1804) y G. W. Friedrich Hegel (1770-1831), definido este último por el filósofo contemporáneo Walter Jaeschke (1945-2022) como la “conciencia de la modernidad”.
En “El príncipe” (1531), Maquiavelo sostiene que lo primero que debe hacer un gobernante es perfeccionar “el arte de la guerra”, pue el objetivo supremo de la misma es la preservación de la República y el poder. En “La paz perpetua. Un diseño filosófico” (1795), Kant nos explica la guerra como “un recurso de la naturaleza para obtener sus fines” y como “instrumento de progreso cultural de la humanidad”, pero igual la considera un ilícito que debería prohibirse ya que también atenta contra nuestra propia condición de humanos.
En el pensamiento hegeliano, confrontamos la máxima expresión de la visión filosófica de la “guerra como necesidad del desarrollo social”, como ultimátum del “Estado de derecho” o como destino identitario de la humanidad. Para Hegel, la guerra no es tan solo la “última ratio” en las relaciones internacionales, sino también una “condición epistemológica” o de autorreconocimiento que situaría a los seres humanos ante el trance límite de la renuncia al valor supremo de la libertad, la pérdida de sus derechos, su modus vivendi y hasta su misma vida.
“La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios” … Esta muy cierta y triste afirmación es del célebre historiador y teórico militar prusiano Carl Clausewitz (1780-1831). Así que las guerras siguen y seguirán como flagelos siniestros e ignominiosos. Mientras escribo, además de los que libran Rusia y Ucrania e Israel y Hamás en Gaza, otros conflictos armados a gran escala continúan devastando la condición humana contemporánea en Siria, Nigeria, Yemen, Myanmar, Somalia, Sudán y Burkina Faso.
La guerra como máquina de la muerte es precisamente lo que plasma el genial artista español Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) en su estremecedora serie de 82 grabados “Los desastres de la guerra”. En estos grabados, Goya expresa con poderosa ironía su postura estética, política humanística sobre la violencia, la tortura y los asesinatos perpetrados por la bestial soldadesca de Napoleón Bonaparte (1799-1821), contra la población civil durante la Guerra de Independencia Española (1808-1814).
Asimismo, Goya vuelve a representar en primer plano a la población civil madrileña en dos obras pictóricas en las que aborda las implicaciones del sacrificio, el dolor y los trágicos efectos de la guerra como las tituladas “El 2 de mayo de 1808 en Madrid. La carga de los mamelucos” (1814) y “El 3 de mayo en Madrid. Los fusilamientos” (1814). En estas obras, Goya representa a los soldados esclavos del ejército napoleónico en plena supresión del levantamiento de los patriotas españoles y fusilando a los detenidos.
En “Los fusilamientos”, Goya retrata con poderosa fuerza expresiva y emoción sobrecogedora los últimos instantes de un grupo de civiles detenidos, resaltando dos planos compositivos.
A la izquierda, los soldados franceses, apuntan y descargan sus armas contra el grupo. A la derecha, los abatidos y los que esperan su turno. El simbolismo de la atmósfera es elocuente. En el centro de un escenario oscuro y tenso, destaca un cálido destello, iluminando los cuerpos caídos y por caer, mientras atrae poderosamente nuestra atención un hombre de rodillas con camisa blanca y sus brazos levantados en forma de cruz, elementos considerados por especialistas en la obra de Goya como símbolos de inocencia y esperanza…