EL arte público en la República Dominicana

EL arte público en la República Dominicana

PLINIO CHAHÍN

Muchas son las huellas dejadas por el persistente tránsito de la humanidad en la objetividad de la vida. El hombre desde la prehistoria, hasta nuestros días, ha dejado sus huellas en espacios públicos. Desde las cuevas de Lascaux y Altamira, hasta los frescos de las iglesias y los espacios de las ciudades más modernas y avanzadas.

El arte de hacer diseños e imágenes disponiendo de fragmentos de cristal, mármol, cerámica u otros materiales adecuados, en lecho de cemento o yeso, fueron extensamente desarrollados por los romanos, en pavimentos. Pero también resulta adecuado para el adorno de muros y bóvedas, y el mosaico mural fue muy utilizado en las iglesias cristianas de Italia y el Imperio Bizantino durante toda la Edad Media.

En la ciudad de Santo Domingo, los más antiguos murales se realizaron en pintura, especialmente en la ermita Nuestra Señora del Rosario, en la margen del río Ozama, hasta las abundantes pinturas en los templos representando figura del santoral católico y sus escenas alegóricas, referentes a ese santoral. Sin embargo, estos murales ya han desaparecido.
El exiliado español José Vela Zanetti fue quien, entre otros, en el año 1942, posiblemente pintó uno de los primeros murales en suelo dominicano, el cual se conserva en la logia Cuna de América, situada en el antiguo convento mercedario de la ciudad de Santo Domingo.

Actualmente, en nuestro país, diversos movimientos y grupos artísticos, grafiteros y muralistas, ejercen importantes procedimientos técnicos y estilísticos de la pintura sobre espacios públicos y privados. Verbigracia Acción Poética, Arte Sano, Pinta R.D., Transitando, Movimiento de muralistas dominicanos, entre muchos otros. Uso y tradición de pintar hermosos murales, los cuales, en sus representaciones logran convertir situaciones banales en expresiones de comunión, solidaridad y extrañamiento, del hombre y su entorno.

Lo representado por estos jóvenes artistas constituye una especie de prolongación alucinada de los escenarios públicos, donde abundan coloridos paisajes llenos de gentes, casas o escenas de las calles. Sin embargo, dichos artistas no pretenden componer demasiado la imagen, sino que aspiran a mantener la verosimilitud de las mismas, a través de un lenguaje denso y compacto, abierto a la diversidad temática y morfológica del arte contemporáneo.

Estos artistas son rigurosos y se han impuesto una limitación estricta: la pintura es, ante todo y sobre todo, un fenómeno visual. El tema es un pretexto; lo que el pintor se propone es dejar en libertad a la pintura: las formas son las que hablan, no las intenciones ni las ideas del artista.

La forma es emisora del significado. Dentro de esta estética, que es la de nuestro tiempo, la actitud de estos inquietos jóvenes dominicanos se singulariza por su intransigencia frente a las facilidades de la fantasía y la significación visual de algunos de sus compañeros generacionales. Frente al lenguaje plástico objetivo y frío, de por ejemplo, algunos pintores muralistas dominicanos de la postguerra de abril del año 1965, reforzados por su utilización de la técnica de airbrusho aerografía, en estos nuevos artistas plásticos se reconocen perfectamente las pinceladas y su rebeldía ante la realidad. Una cierta expresividad lo separa de los llamados coolrealits, que reproducen minuciosamente sus modelos. Verbigracia, Silvano Lora (quien fue quizás el primer muralista moderno dominicano), Soucy de Pellerano, Carlos Despradel, Geo Ripley, Said Musa, entre otros.

Los mismos registran escenas de individuos en situaciones cuidadosamente elegidas, pero a diferencia de lo que sucede con algunos muralistas dominicanos de los últimos años, en este caso es primordial la relación simbólica con lo representado y la simbiosis vital que se produce con ello. Su representación transfigura al ser ausente y lo sitúa más allá de lo real, del ser representado o ausente.

En esta perspectiva se muestran objetos y procesos en todos sus aspectos visuales, en su apariencia o en su desarrollo de la manera más completa y exacta posible, de modo que el objeto estético obtenido responde hasta ciertos grados a las exigencias analíticas que procuran realizar. En esta variante visual, los fenómenos aparecen representados según el efecto y la audacia técnica, y aquí las experiencias individuales y el sentimiento acompañante determinan la elección de los motivos y los elementos de la composición y la estructura cromática de la obra.

La forma de aproximación, de representación de la pintura, determina, pues, la visión de un fenómeno estético, y es una forma general de percepción por cuanto que objetos y aconteceres distintos son contemplados siempre de la misma manera, en tanto que el artista transforma el objeto percibido en una nueva visión.

El espacio trabajado es una extensión animada: el peso y el movimiento, las formas sobre la tierra, la obediencia universal a las leyes de la gravitación o a las otras, más sutiles del magnetismo. El espacio público, en estos muralistas y grafiteros, es un campo de atracción y repulsión, un teatro en el que se enlazan y desenlazan, se oponen y abrazan las mismas fuerzas que mueven a la naturaleza.

Esta especificidad o autonomía amplía el concepto de arte y a la vez hace una reapropiación de la esfera pública. La idea de colocar la obra de arte no sólo en los museos, sino también en el espacio público, permite llegar a un público más numeroso y distinto. Esta autonomía, a través de los murales, grafitis e intervenciones artísticas, significa entre otras cosas, la posibilidad de producir una obra de arte desde sí misma, desde la lógica inmanente de sus relaciones formales, y no desde las tareas y funciones históricas y políticas.

A partir de aquí estos grupos y movimientos se distinguen de los artistas que conciben su praxis estética como la de la llamada oferta de participación activa hecha a la comunidad y como impulso a los procesos comunicativos, logrando pintar individuos en coyunturas intensas, pero a diferencia de lo que sucede con algunos muralistas dominicanos de los últimos años, en el caso de estos jóvenes artistas es primordial la relación de lo representado y su relación simbólica con el objeto pintado.

En estos murales se percibe el lugar de la intervención artística en su “significado social y simbólico”. Esta forma de arte en espacios públicos ha venido siendo practicado desde mediados de la década de los noventa, tanto en Norteamérica como en Europa; en Estados Unidos y Canadá se la llama New Public Art o Nuevo Arte Público.

En la ciudad de Santo Domingo, a mediados de los años ochenta, durante varios años, en la calle de El Conde, los sábados de cada mes, Silvano Lora organizó actividades y eventos, donde participaron pintores y poetas, quienes al “alimón”, es decir, en estado de gestación verbal y mediante expresiones coordinadas, pero improvisadas simultáneamente, activaban las palabras y los colores en un mismo mural o lienzo, produciendo obras estéticas de dimensiones espirituales, irrepetibles y únicas. Estos nuevos movimientos artísticos han sabido abrevar en esas fuentes, ofreciéndonos, actualmente, imágenes que enriquecen el universo imaginario de la historia visualdominicana.

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