Es verdad. El asesor policial no debió generalizar cuando habló de la corrupción en la Policía Nacional, donde hay mucha gente íntegra y valiosa que no merece que la metan en esa tómbola, a menos que sea para decir que han sido los más afectados por la cogioca histórica de los “jefes grandes”. Pero también lo es que nadie se sorprendió cuando José Vila del Castillo reveló que como parte de la reforma de la Policía que emprende el Gobierno se logró desmantelar una estructura corrupta que pasaba de un jefe a otro y que llegaba hasta el raso más humilde, pues allí todo se compraba y se vendía; desde los uniformes y las armas de reglamento, hasta los traslados, los ascensos y las pensiones.
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Lo que sí ha sorprendido es que un grupo de exjefes, encabezados por el mayor general retirado Rafael Guillermo Guzmán Fermín, se hayan puesto el sombrero y salieran en defensa del honor de la Policía exigiéndole al desbocado asesor que presente pruebas, pero lo hicieron en un tono que ha generado más preocupación que simpatías y solidaridad. Culpar a los políticos del fracaso de intentos anteriores de acometer una reforma policial tampoco ha sido una idea muy feliz, aunque sí la forma más fácil de lavarse las manos, pues aquí todo el mundo sabe que el principal obstáculo para llevar a feliz término esos esfuerzos han sido las mismas estructuras mafiosas que la han boicoteado de manera sistemática hasta el sol de hoy.
Es evidente que los políticos tampoco se esforzaron demasiado, unos por miedo al uniforme y el fantasma del gorilismo; otros, más cínicos, para no complicarse el gobierno y pueda seguir la fiesta con el dinero público, que como se sabe no tiene dolientes. Entre los políticos que no hicieron lo que tenían que hacer, según esos diez exjefes de la Policía Nacional, está el expresidente Leonel Fernández, a quien el general Guzmán Fermín, muy cercano a la Fuerza del Pueblo, acaba de echarle una vaina. ¿Qué pasó ahí, Profesor?