Es posible que alguna vez en el futuro a alguna organización de preservación de restos de la historia y la cultura antigua, le parezca buena idea hacer una especie de “hogar póstumo de los padres del saber y de la ciencia”.
Donde una de las cosas que habrá que destacar sea la historia misma del saber científico, los embates de la pseudo ciencia y todos los fracasos de la que en algunos momentos de la historia se llegó a entender como “La Ciencia”, (así, con mayúscula); precisamente porque muchas gentes, en diferentes momentos de la historia, llegó a creer en una serie de farsas supuesta o realmente provenientes de gentes llamados científicos, que a veces solamente eran practicantes de ciertos campos del saber avanzado, a menudo al servicio de grupos políticos o empresariales de los más variados intereses.
Desde muy temprano en la historia de la humanidad ha habido mucha discusión sobre lo que supuesta o realmente es el saber científico. Muchas personas e instituciones parecen haber pretendido que existe una entidad a la que se le llama o se le debe llamar “La Ciencia”, cuando lo que objetivamente ha existido es una actividad dispersa, no siempre del todo aceptada; que consiste en producir determinado tipo de conocimiento basado en una serie de principios de lógica formal, y determinados desarrollos metodológicos consensuados, de averiguación, discusión, aceptación y rechazo.
Los que así se consideran hallazgos o comprobaciones, son de carácter provisorio, sujetos a futuras conceptualizaciones y comprobaciones.
En estos momentos de la historia de la humanidad, precisamente, estamos ante un espectáculo deprimente, el cual nos muestra la realidad triste de las lagunas de formación científica de una gran cantidad de profesionistas, cuyas bases de formación en determinados campos del saber adolecen de lagunas y deficiencias; a quienes suele confundirse con lo que podría llamarse “un científico”, experto en los fundamentos lógicos y metodológicos de determinadas áreas del conocimiento y en aspectos específicos de la realidad, usualmente confinados en “especialismos”, que llegan a ser expertos en segmentos o aspectos de la realidad cada vez más reducidos: “Saben cada vez más de cada vez menos cosas” (Wright Mills).
Frecuentemente ubicados en grupos académicos, a veces de referencia cerrada, citándose solamente entre sí (especies de “clubes de auto bombo”, como se solía hacer entre poetas y escritores de nuestros patios).
De lo peor que posiblemente se llegaría a decir de esta parte de la historia, sería que la tan celebrada ciencia nunca fue una unidad, ni siempre hubo consenso acerca de muchas cosas fundamentales; que los cientistas operaron, contrariando sus supuestos principios éticos, como cualesquiera grupos de interés y de opinión.
Y que la Ciencia con mayúscula no fue, por los menos en esta época y otras anteriores, más que un mito. Y que ni siquiera han podido ponerse de acuerdo, ni han alcanzado la credibilidad y el prestigio suficientes para en momentos tan críticos como el presente, poder orientar certera y autorizadamente a sus congéneres acerca de cómo proceder en momentos de tanta confusión y desasosiego.