En buena medida, el sistema de la corrupción sistémica de nuestros países es similar a lo que el médico-antropólogo brasileño Josué de Castro llamó “el ciclo del cangrejo”: Los habitantes de las favelas se alimentan de cangrejos y estos, a su vez, de los excrementos de los favelados.
Cada cierto tiempo, podemos observar cómo una parte de nuestros nacionales, mayormente los que alegan que no las están pasando bien durante el presente período, empiezan a procurarse un nuevo salvador. Este accionar podría llamarse “el ciclo mesiánico”. Pudiéndose observar cómo figuras que podrían haber estado ya en el olvido, que fueron prácticamente apedreadas como corruptos o malos gobernantes, empiezan una nueva edición. Esta nueva vez, apelando a deficiencias o malas actuaciones del gobierno presente, y con promesas nuevas, para algunos creíbles, interesantes. Se crean nuevos movimientos, nuevas consignas, muy a menudo con gentes jóvenes, con nuevos ánimos, y con más fe; percatadas de que no tienen mucha cabida en el Gobierno presente, pues todos los “espacios” de la burocracia y del oportunismo ya están en manos de gentes mayores que ellos o que “anduvieron alante”. Por lo cual, optan por buscárselas en nuevos espacios, en partidos de oposición, emergentes o con renovadas aspiraciones y posicionamientos.
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La peor parte, como siempre, es la de los pobres; y la de los soñadores y vividores incurables, que creen, nueva vez, que ahora sí, que estos nuevos prospectos sí que son gente buena, que el futuro gobernante va a arreglarlo todo.
El problema de fondo es bastante más complicado que el cambio de Gobierno o de gobernantes. Porque se trata de insuficiencias y defectos del sistema; de que los recursos son insuficientes, mal administrados; frente a descoordinadas demandas populares y sectoriales; cuestión de incapacidad y falta de educación generalizadas, de fallas estructurales en nuestro aparato productivo. Y de las innúmeras aspiraciones, insatisfechas ante las infinitas y renovadas ofertas del sistema de marketing capitalista globalizado, que alimenta cibernéticamente la perversa enfermedad consumista.
La falta de educación, de moral y la debilidad de las buenas costumbres hacen el resto, permitiendo y alentando la formación de una cultura de la corrupción, especialmente a nivel político-burocrático y administrativos del estado.
Los candidatos más serios tienen que negociar el apoyo o la no obstrucción de oligarcas, empresarios, narcotraficantes, y toda la pléyade, (injerencistas incluidos), y gentes buenas que a menudo aprendieron, con o sin estilo, a “buscarse lo suyo”.
El ciclo se repite: El pueblo elige gente propensa u obligada a “negociar”. Ya gobernantes, enfrentan peligrosamente al sistema corrupto, o se adaptan, mucho o poco, al mismo.
Celebremos las excepcionales y milagrosas ocasiones en que este maléfico sistema parece que puede ser quebrantado. Aunque se encarcelen gentes que acumularon poder para afianzar su partido y capacidad de retorno.
Nuestra Justicia, con defectos importantes, pareciera funcionar en bien de todos; como queriendo romper el perverso ciclo de los cangrejos de las favelas brasileñas. Y dejar de seguir comiendo la misma y eterna cosa esa. Dígale usted el nombre.