Desde niño visitaba las instalaciones del club Mauricio Báez. Seducido por el baloncesto, mi entrenador Yuyo Pozo que fungía de asistente de Humberto Rodríguez, me abrió las puertas de la institución deportiva sin importar que venía de otro club. Los jóvenes con destrezas en el baloncesto iniciamos contactos con todo el entorno barrial y sin proponérnoslo anclamos afectos que trascendieron lo estrictamente deportivo.
Sin ser mauriciano, la época de gloria del equipo superior nos produjo un tremendo impacto por las destrezas de Eugene Richardson, los pases de Boyón Dominguez, el impenetrable Julián Mackelly y el jumper de Chú Mercedes. Así los muchachos de Villa Juana se convirtieron en un equipo hegemónico y fuente de respeto por la dosis de intensidad defensiva, diseñada por Fernando Teruel.
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La hegemonía del club en materia del aro y balón también contribuyó a una mirada reivindicadora de un sector con una historia de luchas políticas en tiempos de intolerancia, resistencia a transformarse desde el punto de vista de su estructura y/o entorno de exclusión, capaz de mostrar lo mejor y edificar un nuevo relato alrededor de exhibir productos de sus calles con éxito en múltiples ámbitos de la vida. Y es que la noción del barrio, muy propia de años que dejamos atrás, retrata una forma de vida caracterizada por la cercanía, solidaridad y un hacinamiento que, salvo transformaciones en el orden del diseño arquitectónico y de planificación urbana, servía de sello distintivo a un modelo de pobreza distinto al que conocemos hoy.
Los esfuerzos del club Mauricio Báez en materia de preservar su identidad es un tributo a la resistencia de un estilo de vida indispensable y necesario. El vecino en capacidad de regañar los excesos del adolescente, la congoja solidaria por la tragedia de uno de los del sector, la alegría de los que se fueron y siempre vuelven a la esquina, el desarrollo y progreso económico por las vías correctas y hasta las delicias de las frituras, lamentablemente desaparecidas.
Por desgracia, los códigos y retratos de ese modelo de convivencia típicos de una época quedan como un registro en la nostalgia. Sobreviven pocos, Villa Consuelo, San Carlos, Villa Francisca, Jobo Bonito, Villa Duarte, Ciudad Nueva y Villa Juana, sirven de referencias para no olvidar la dureza de un periodo que ya no vuelve porque los cambios experimentados en la sociedad generaron abismales diferencia en toda la dinámica de los barrios capitaleños.
Los triunfos en el deporte o en otros ámbitos de la vida, representan un aliento para una considerable cantidad de jóvenes con potencialidades enormes, pero atrapados por la falta de oportunidades. De ahí, la urgencia de estimular el éxito y desarrollo de toda clase de actividad que serva de muro de contención al otro lado de la marginalidad urbana y las maneras de expresar formas diferentes de identidad, con ribetes incompatibles y extraños a la escala de valores ideales y sinónimos de auténtica integridad.
El club Mauricio Báez, es Villa Juana y expresión de reivindicación a valores que intentan desdibujar el sentido de lo correcto y modalidad de resistir a que todo no está perdido. Así, en cada competencia deportiva o jornada de formación educativa en el barrio, existe un aliento necesario en capacidad de hacer desaparecer las referencias de un pasado luminoso y garantizar un presente decoroso asociado a los valores nuevos y en capacidad de continuar por los senderos del progreso y costumbres correctas.
Un aplauso bien merecido por la victoria del Mauricio Báez en el torneo superior de baloncesto, y en la dosis de satisfacción por lo alcanzado.