Llegó papá. Líder, maestro y guía. Mi mamá. El redentor del Sur. En la política dominicana sigue rodando un tufo a trujillismo que no termina de extinguirse.
Por: Patricia Solano Y Juan Miguel Pérez
Eso sucede porque en 60 años no hubo siquiera condena a los crímenes de la dictadura desde la dirección del Estado. A falta de justicia, los métodos para controlar todo desde el poder siguen vigentes en la política dominicana como un modelo de éxito. Uno de esos métodos, no el único, es sin duda el culto a la personalidad.
Esa forma teatral y grandilocuente que eligió Trujillo para presentarse al mundo no fue casual. Dice el historiador Eliades Acosta que “la gente piensa que esos entorchados, esa condecoraciones, era megalomanía, vanidad, egocentrismo. Falso. Eran mecanismos de control sobre una población ignorante, analfabeta, que salvo las élites, no tenía ninguna instrucción, y al ver todo aquello era como si viera un dios que descendía a la tierra”.
Trujillo forzaba al reconocimiento y la alabanza, hay miles de anécdotas. Hay también hechos inverosímiles como una foto o pintura del dictador tamaño real, puesta a la entrada de un destacamento de la Policía bajo un letrero que dice, sobre cinco estrellas: “Trujillo eternamente”.
Tristes caricaturas de este modelo sobreviven hoy en la política. Como latas huecas arrastradas por el pavimento, las fotos y el figureo van haciendo un ruido molesto en un mundo donde ya se sabe que tanto encanto y genialidad no es más que la pose de una cuenta de Instagram.
Lamentablemente, no es un vicio inocente. En una democracia mandan las leyes que benefician al pueblo, y el poder viene del pueblo; en cambio, en una dictadura quien manda es el jefe; ese sistema de constantes alabanzas es parte de lo que la sostiene, así que el modelo mesiánico es una forma autoritaria de malograr la institucionalidad. Todo ocurre por “órdenes expresas” que emite quien ostenta el puesto en lugar de estar garantizado por lo que manda la ley.
El culto a la personalidad no encaja en un sistema supuestamente democrático. No solo quita la debida importancia a las instituciones sino que además distrae a quienes las encabezan. Hay que superar el figureo. Hoy día no tiene razón de ser, cuando es tan fácil comprobar por los propios medios, a veces inmediatamente, el nivel de eficiencia de una gestión.
Esa cita permanentemente del éxito personal desde un puesto público luce fuera de la realidad frente a tanta miseria social.
Hace falta una escuela democrática de ejercicio de poder con métodos distintos. Una que reconozca al pueblo como protagonista de donde emana el mandato de gobernar.