Los apologistas del Estado y su corolario el Gobierno tienen la creencia firme e inconmovible de que esta entidad corporativa es todopoderosa, que lo puede todo y que sus largas manos son taumatúrgicas. Esta convicción persiste a pesar de los ejemplos que la desmienten. Los políticos están en el grupo de quienes más consideran que existe una fortaleza estatal insuperable y entienden, en consecuencia, que el Estado es suficiente en la administración y gestión de la ciudad. Pero no es así. La realidad nos enseña que el Estado no lo puede todo, que su corolario el Gobierno tampoco. El verdadero poderío, fortaleza y voluntad de una sociedad está en su gente, en sus hombres y mujeres que crean, actúan, estudian, innovan, analizan, estudian y entienden los problemas y procuran soluciones. El Estado que no se apoya en la sociedad, nada puede hacer. Puede parecerse, por el contrario, a un gigante con pies de barro, siempre débil es incapaz de hacer avanzar su entorno. Aunque, eso sí, puede ser un gran obstáculo. Aquí queremos decir que los Gobiernos dominicanos, gestores directos del Estado, tienen que aprender a descansar más en la sociedad, a procurar su colaboración, a escuchar sus sugerencias, a utilizar sus manos para poner en marcha los programas, los proyectos, las políticas públicas. Un ejemplo que tenemos frente a nosotros, ahora mismo, es la epidemia de dengue.
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Es obvio que el Gobierno no lo puede hacer todo, no puede llegar a cada rincón, a cada hogar, a cada comarca. Hay que organizar la sociedad y apoyarse en ella para poder cumplir la tarea –necesaria— de ir por todos los lugares a combatir el mosquito que sirve de vector al dengue. Y así, para mejorar todo el sistema de salud, el sistema escolar, la higiene pública, organizar el sistema de tránsito por calles, avenidas y carreteras, etcétera. En resumen, el Estado debe buscar la sociedad y apoyarse en esta para organizar y mejor dirigir la misma sociedad.