El extrañamiento como dispositivo, una manera de despertar

El extrañamiento como dispositivo, una manera de despertar

La técnica del extrañamiento es interesante y creativa. Aunque resulta un reto para muchos escritores, para el lector u observador provoca un despertar de su monótona y repetitiva vida, de la habituación, del letargo que mueve su vida. La técnica logra estimular con un golpe. Despierta lector y le permite disfrutar plenamente de la obra de arte. En nuestra lengua tenemos a Borges, mago del extrañamiento junto a Cortázar, Marcio Veloz Maggiolo y Pedro Peix, entre muchos otros dominicanos y extranjeros. Estos escritores logran con el uso de palabras enfrentadas, palabras que puede que pertenezcan al mismo contexto, pero que dejan atrás la relación significado significante solo para provocar a través del simbolismo un efecto en el lector u observador de la obra.

Todos somos familia de Sísifo y aquí estamos subiendo la piedra por la montaña día tras día en nuestra monótona y repetitiva vida. Caminamos por la playa, andamos por los campos y las calles citadinas sin escuchar las olas del mar, las aves cantarinas ni siquiera atendemos las bocinas ni los gritos de los niños en el parque porque caminamos por la fuerza del hábito. Años y años tomamos la misma ruta para ir al trabajo, incluso nos da la impresión que el vehículo llega solo. Nos ponemos en automático y de esa manera pasa la mayor parte de nuestra vida.

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Víctor Shklovsky (1893-1984), escritor prosista y crítico, fundador de la escuela formalista de crítica literaria rusa (formalismo) en su ensayo “El arte como dispositivo Art as Device promulgó su concepto de desfamiliarización, como el proceso por el cual el arte literario convierte en nuevo y extraño aquello que es familiar y por lo tanto incompletamente reconocido. A medida que el movimiento formalista fue atacado cada vez más por los críticos sociales de la década de 1920, Shklovsky comprometió y sintetizó un nuevo enfoque literario que abarca elementos tanto de su trabajo anterior como de los críticos sociales en ascenso. Estamos tan inmersos en una rutina que ya no vemos lo que nos rodea o lo que oímos. Y es por eso que el artista se ve en la necesidad de usar este dispositivo (técnica) para despertar la conciencia del objeto de su obra (lector, observador, expectador…)

El propósito del arte es el de ofrecer la sensación de las cosas como son percibidas y no como son sabidas. La técnica del arte de “extrañar” a los objetos, de hacer difíciles las formas, de incrementar la fuerza de la percepción encuentra su razón de ser en que el proceso no es estético, como un fin en sí mismo. El arte es una manera de experimentar la cualidad o esencia artística delente; el objeto no es lo importante en sí mismo. Dicha técnica estimula la imaginación y, sencillamente, consiste en enfrentar dos palabras extrañas entre sí. Por supuesto, la elección es importante, se trata de escoger dos palabras que no pertenecen al mismo contexto; tienen que ser lo suficientemente lejanas para que nos cueste un esfuerzo de imaginación encontrar un nexo entre ellas. Se trata de asegurar que la relación entre ellas no sea obvia en busca de lograr creaciones sorprendentes. En el binomio fantástico, lo importante no es la creación en sí, sino el procedimiento que lleva a la aparición de la idea, y este procedimiento es el extrañamiento.

Al emplear y aplicar la desautomatización, recuperamos lo que la rutina ha vaciado de sentido y logramos romper el significante-significado. ¿A qué se refiere esto? A que no nos limitemos al significado habitual de las palabras, al sentido convencional del lenguaje. A que vayamos más allá para vigorizar nuestra percepción y nuestra experiencia, transcendamos las palabras, vayamos más allá de su significado y juguemos al extrañamiento con palabras nuevas, únicas, cargadas de simbolismo o con un orden y una forma de presentar muy extraña como lo hace Cortázar.

Según expone Shklovski, la cotidianidad hace que se «pierda la frescura de nuestra percepción de los objetos», haciendo de todo algo automatizado. La rutina nos adormece, volviéndonos cortos de vista, sordos y ajenos a lo que ocurre en nuestro entorno. Ya no observamos lo que nos rodea, ya no nos fijamos en los objetos y lugares que conocemos, por cotidianos (ordinarios, comunes) pasan desapercibidos para la conciencia. Miramos sin realmente ver a las personas, cosas y lugares de nuestro entorno.

Nuestra percepción se adormece, rehén del hábito y la rutina. Las intervenciones sobre las formas artísticas que tienen como objetivo el hacerlas extrañas a su misma naturaleza en ocasiones crean en los destinatarios un sentimiento de alienación. Los formalistas rusos (Víktor Shklovski) se referían al lenguaje literario que tiene como fin el de dar una nueva perspectiva de la habitual visión de la realidad; presentación en contextos diferentes a los acostumbrados; ficción con extrañamientos a través de la exageración, lo grotesco, la parodia, el absurdo, etc. El extrañamiento puede ser experimentado en diferentes niveles como son el lingüístico, las formas estilísticas y el nivel de los géneros literarios.

Y para finalizar veamos un magnífico ejemplo de extrañamiento: “Instrucciones para subir una escalera” del escritor argentino, nacionalizado francés Julio Cortázar

“Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso. Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida, aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en este descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie). Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso (Cortázar, 1962).