El golpe de Estado estropeó la luna de miel de otro miembro de la familia del Presidente. Su sobrina Milagros Ortíz Bosch, de 22 años, hermana de Fernando y asistente del mandatario, había contraído nupcias días antes con Joaquín Basanta, un argentino íntimo de Bosch y del presidente Rómulo Betancourt de Venezuela.
La boda había tenido lugar el sábado 21 y la pareja se fue de luna de miel al hotel Hamaca de Boca Chica. El domingo 22 se trasladaron al hotel Montaña, en Jarabacoa.
SACHA VOLMAN ANA ELISA VILLANUEVA
(y 2)
Allí, esa noche, Milagros recibió una llamada telefónica del coronel Calderón con instrucciones del Presidente ordenándole regresar de inmediato. “Hay problemas”, le dijo escuetamente.
La pareja hizo las maletas y estuvo de regreso esa misma noche. En la casa de Bosch se observaba una creciente expectación. Bienvenido Hazím Egel, Homero Hernández, Rafael Ellis Sánchez, este último de la seguridad del Presidente, y Sacha Volman, apenas podían controlar la excitación.
Bosch también abrigaba temores de una acción militar en su contra. Las informaciones llegaban a través del presidente de la Cámara de Diputados, Rafael Molina Ureña, que era su enlace con el coronel Fernández Domínguez.
Los contactos entre estos se realizaban en una pequeña casa de madera, propiedad del congresista, situada en la carretera Duarte, frente al barrio Los Prados. Milagros supo que el embajador Martin ( de Estados Unidos) había visitado varias veces ese día al Presidente.
El martes 24, Día de las Mercedes, parecía que la amenaza de un golpe había sido superada.
Milagros y su esposo Joaquín Basanta pernoctaron la noche del lunes en la casa del Presidente. En la tarde del martes, el jefe del Estado le dijo a la pareja que podía regresar a Jarabacoa, de dónde él los había sacado, para que terminaran su luna de miel. “Todo está bajo control”, les aseguró.
Confiados en que todo se había arreglado y que el Gobierno había conseguido superar una crisis importante, Milagros y su esposo partieron de nuevo, pero esta vez directamente hacia Sosúa, a disfrutar por fin unos merecidos días de asueto, sol y playa en la intimidad.
Su ansiedad fue en aumento, sin embargo, al notar movimientos inusuales de tropas en la carretera.
En el cruce de Imbert se encontraron con el coronel Marcos Rivera Cuesta, subjefe del Ejército, quien les dijo que los soldados y los blindados se dirigían a la frontera.
Tan pronto como hicieron presencia en el hotel en Sosúa, en horas de la madrugada del miércoles 25, un maletero les informó sobre rumores de un golpe de Estado.
Entre varias llamadas, Milagros hizo una a su casa. Su madre, Ángela, enterada poco antes por su otro hijo Fernando, de cuanto estaba ocurriendo en el Palacio Nacional, se lo confirmó.
Milagros, pese a su juventud, era una asistente de Bosch muy influyente, con tareas de gobierno importante bajo su responsabilidad directa.
La pareja guardó de nuevo sus maletas en el baúl del pequeño Herald Triumph de Milagros que dejaron en el parqueo y en la parte posterior de un camión de carga se trasladaron a Santiago.
Allí consiguieron moverse a Santo Domingo en una camioneta, encima de inmensos racimos de plátanos. No era esa precisamente la idea que ambos tenían de cómo pasar una luna de miel, comentaría muchos años después al autor.
Después de una lenta e incómoda travesía, la pareja se detuvo en una estación gasolinera a la entrada de la capital, en el kilómetro nueve. Milagros llevaba un pañuelo amarrado a su cabeza.
Desde un teléfono público del negocio llamó al número privado del aparato que Bosch tenía en la esquina derecha de su escritorio. Eran aproximadamente las dos y media de la tarde del miércoles 25. El propio Bosch levantó el auricular y reconoció inmediatamente su voz cuando ella le dijo:
–Mis enemigos creen que yo estoy bajando y yo me siento de pie sobre la tumba. Era una frase del prócer Fernando Arturo de Meriño, que ella recitó para darle aliento. Bosch solo asertó a recomendarle:
–Milagros, ¡cuídate!, qué bueno que llegaste. (**)
Después de dar vueltas por la ciudad, sin rumbo fijo, la pareja se dirigió al hotel Jaragua, cuyo administrador, Eddy Bogaert, les consiguió una habitación.
Allí permanecieron varios días, cambiando constantemente de habitación, por razones de seguridad. Lo primero que hizo Milagros fue teñirse el pelo de negro a blanco y colocarse unos lentes gruesos que modificaron completamente su apariencia.
Basanta, que no era muy conocido, no tuvo necesidad de nada parecido.
La sobrina del Presidente derrocado hizo contacto con Ana Elisa Villanueva, esposa del ministro de Finanzas, detenido también en el Palacio Nacional. Con su ayuda trató de reunir al partido.
Tampoco lograron ponerse en comunicación con oficiales adictos al Gobierno. Desesperadas, las dos mujeres decidieron entonces presentarse a las puertas del Palacio, lo cual hicieron a las seis de la mañana del jueves 26.
Ana Elisa empezó a gritarles improperios a los militares de puesto y atrapado por el escándalo hora después bajó ante ellas el general Hungría Morel, jefe del Ejército.
El general les permitió entrar al Palacio y ambas se dirigieron directamente al despacho de Bosch, cruzando entre pasillos llenos de militares fuertemente armados. Bosch tenía un aspecto de cansancio, con naciente barba y una bata de un fuerte color azul.
Milagros comprendió que no disponía de mucho tiempo y trató de acelerar la conversación. Hablaron sobre el partido, No existe. De una reacción popular. No había condiciones, de un contra-golpe.
Eso podría producir un baño de sangre, Bosch decidió enviar un mensaje al pueblo. Milagros lo alienta a escribirlo ahí mismo, de su puño y letra, para ellas darlo a conocer afuera, al país, al mundo, que observa con ansiedad y expectación el curso de los acontecimientos dominicanos.
Ana Elisa tomó el mensaje, escrito a ambos lados de una sola página y lo guardó en su ropa interior, a resguardo de un posible registro. Animadas abandonaron el despacho dejando al Presidente solo.
Minutos más tarde, en la casa de la calle Polvorín, las dos mujeres entregaron copias del documento de Bosch a la prensa. Tres periodistas, Luis Ovidio Sigarán, del Listín Diario; y Manuel de Jesús Javier García y Manuel Pourié Cordero, de El Caribe, que las habían seguido tras haberlas vistos penetrar al despacho de Bosch, le preguntaron cómo habían dormido el Presidente y sus ministros detenidos.
–Han dormido el sueño plácido de los que no se han manchado, respondió la sobrina del Presidente.
De ahí Milagros partió a una reunión clandestina con dirigentes del PRD en la que se redactó el primer documento que el partido daría a publicidad contra el golpe de Estado.
El mensaje de Bosch fue publicado en las ediciones del Listín Diario y El Caribe del viernes 27 de septiembre. El texto decía:
“Al pueblo dominicano. Ni vivos ni muertos, ni en el poder ni en la calle se logrará de nosotros que cambiemos nuestra conducta. Nos hemos opuestos y nos opondremos siempre a los privilegios, al robo a la persecución, a la tortura.
Creemos en la libertad, en la dignidad y en el derecho del pueblo dominicano a vivir y a desarrollar su democracia con libertades humanas pero también con justicia social.
En siete meses de gobierno no hemos derramado una gota de sangre ni hemos ordenado una tortura, ni hemos aceptado que un centavo del pueblo fuera a parar a manos de ladrones.
Hemos permitido toda clase de libertades y hemos tolerado toda clase de insultos, porque la democracia tiene que ser tolerante; pero no hemos tolerado persecuciones, ni crímenes, ni torturas, ni huelgas ilegales, ni robos, porque la democracia respeta al ser humano y exige que se respete el orden público y demanda honestidad.
Los hombres pueden caer pero los principios no. Nosotros podemos caer pero el pueblo no debe permitir que caiga la dignidad democrática. La democracia es un don del pueblo y a él le toca defenderla.
Mientras tanto, aquí estamos dispuestos a seguir la voluntad del pueblo. Juan Bosch, Palacio nacional, 26 de septiembre de 1963. ###
(*) El autor,. Miguel Guerrero, es periodista y escritor, Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia.
(**) Bosch permaneció detenido en su despacho durante más de 48 horas, por lo que pudo usar el teléfono directo de su escritorio. El relato es el resultado de varias entrevistas que sostuviera con Milagros Ortíz Bosch entre 1992 y principios de 1993.