El hombre nuevo sin parálisis vital

El hombre nuevo sin parálisis vital

José Miguel Gómez

La cultura posmoderna ha entrado en una parálisis vital. La supervivencia por el hedonismo, las gratificaciones inmediatas, el narcisismo y el relativismo ético han producido una ruptura entre “el yo ideal y el yo real”. Ahora las personas se conocen menos que antes, sus decisiones de vida las motivan otras razones, ajenas a sus verdaderas prioridades.

El entretenimiento y la vulgaridad, junto a las distracciones mediáticas han secuestrado el cerebro humano; y, lo peor, es que las personas no se dan por enterado, es decir, no se tiene conciencia verdadera del por qué existir, ni para qué existir.

La adoración se sustenta en el “parecer”, o en el culto a la vanidad, al confort y al simplismo verdadero que se esconde a través de lo exhibido. La necesidad y la validación se busca en las redes sociales.

La vida del hombre se ha reducido el placer, el entretenimiento, las gratificaciones y el miedo a perder su conquista inmediata.

El cerebro a través de las células espejos capta todos los estímulos, los refuerza y termina convirtiéndolas en comportamientos o hábitos poco discriminados.

Esa parálisis vital es la que conlleva a una vida vacía, insustentable, desprovista de contenido y de sustancialidad; una vida sin esperanza, y sin voluntad, donde se transita por el camino a la depresión, la melancolía, la idea suicida o el suicidio.

El hombre nuevo, tiene que buscar el sentido a la vida, construir sus razones existenciales, y sus motivos de luchas sociales, culturales y estructurales para que no se quede en la parálisis vital, en el narcisismo y en la inmediatez de una vida por el placer y para el placer.

El hombre nuevo tiene que dejar de funcionar y abandonar la conquista del parecer y de la gula que proporciona el mercado, el entretenimiento y el oscurantismo cultural.

El error mayúsculo de las personas es renunciar a conocerse, a escapar y negarse a identificar sus debilidades y temores, sus adicciones o manías, sus refugios tóxicos y resultados de vidas patologizados.

El desafío del hombre nuevo o de la mujer nueva es, aprender a conocerse, construir y defender sus valores, su dignidad, su carácter y sus razones de vida; volver a la utopía, al ideal, a los sueños y a los paradigmas.

La fortaleza emocional, la voluntad, la inteligencia espiritual y social, son las que llevan a la resiliencia de una vida plena y satisfecha. La agonía y la angustia existencial, se sostienen de esa ausencia de inteligencia espiritual, de la crisis en los valores y del miedo por el anonimato social.

La vulnerabilidad en salud mental, no solo se sustenta en lo biológico, sino, en lo psicosocial, en la personalidad y la falta de habilidades y destreza para adaptarse de forma sana e inteligente ante las nuevas circunstancias.

El hombre nuevo, tiene que ser más crítico y menos tolerante con lo que se vive en su propio entorno. El silencio cómplice nos lleva al acatamiento social, a la indiferencia y a la apatía; más que nada, a la parálisis vital.

Es una nueva conquista de volver al ser y renunciar al parecer. De abandonar el cortoplacismo y el narcisismo para encontrase consigo mismo, con la verdadera y única razón de conquistar al hombre nuevo sin parálisis vital.

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