La cultura posmoderna ha entrado en una parálisis vital. La supervivencia por el hedonismo, las gratificaciones inmediatas, el narcisismo y el relativismo ético han producido una ruptura entre “el yo ideal y el yo real”. Ahora las personas se conocen menos que antes, sus decisiones de vida las motivan otras razones, ajenas a sus verdaderas prioridades.
El entretenimiento y la vulgaridad, junto a las distracciones mediáticas han secuestrado el cerebro humano; y, lo peor, es que las personas no se dan por enterado, es decir, no se tiene conciencia verdadera del por qué existir, ni para qué existir.
La adoración se sustenta en el “parecer”, o en el culto a la vanidad, al confort y al simplismo verdadero que se esconde a través de lo exhibido. La necesidad y la validación se busca en las redes sociales.
La vida del hombre se ha reducido el placer, el entretenimiento, las gratificaciones y el miedo a perder su conquista inmediata.
El cerebro a través de las células espejos capta todos los estímulos, los refuerza y termina convirtiéndolas en comportamientos o hábitos poco discriminados.
Esa parálisis vital es la que conlleva a una vida vacía, insustentable, desprovista de contenido y de sustancialidad; una vida sin esperanza, y sin voluntad, donde se transita por el camino a la depresión, la melancolía, la idea suicida o el suicidio.
El hombre nuevo, tiene que buscar el sentido a la vida, construir sus razones existenciales, y sus motivos de luchas sociales, culturales y estructurales para que no se quede en la parálisis vital, en el narcisismo y en la inmediatez de una vida por el placer y para el placer.
El hombre nuevo tiene que dejar de funcionar y abandonar la conquista del parecer y de la gula que proporciona el mercado, el entretenimiento y el oscurantismo cultural.
El error mayúsculo de las personas es renunciar a conocerse, a escapar y negarse a identificar sus debilidades y temores, sus adicciones o manías, sus refugios tóxicos y resultados de vidas patologizados.
El desafío del hombre nuevo o de la mujer nueva es, aprender a conocerse, construir y defender sus valores, su dignidad, su carácter y sus razones de vida; volver a la utopía, al ideal, a los sueños y a los paradigmas.
La fortaleza emocional, la voluntad, la inteligencia espiritual y social, son las que llevan a la resiliencia de una vida plena y satisfecha. La agonía y la angustia existencial, se sostienen de esa ausencia de inteligencia espiritual, de la crisis en los valores y del miedo por el anonimato social.
La vulnerabilidad en salud mental, no solo se sustenta en lo biológico, sino, en lo psicosocial, en la personalidad y la falta de habilidades y destreza para adaptarse de forma sana e inteligente ante las nuevas circunstancias.
El hombre nuevo, tiene que ser más crítico y menos tolerante con lo que se vive en su propio entorno. El silencio cómplice nos lleva al acatamiento social, a la indiferencia y a la apatía; más que nada, a la parálisis vital.
Es una nueva conquista de volver al ser y renunciar al parecer. De abandonar el cortoplacismo y el narcisismo para encontrase consigo mismo, con la verdadera y única razón de conquistar al hombre nuevo sin parálisis vital.