El hombre que había perdido su eje, el vanguardismo de Tomás Hernández Franco

El hombre que había perdido su eje, el vanguardismo de Tomás Hernández Franco

De Jaime Colson

Tomás Hernández Franco (Tamboril 1904, Santo Domingo, 1952) era un veinteañero cuando publicó en 1925 en París, hace ahora cien años, una recopilación de cuentos bajo el título “El hombre que había perdido su eje”, el cual abre la narrativa dominicana hacia los movimientos de vanguardia que se propagaba por Europa.

Este es un libro extraño, no solo por su temática y elementos democratizadores, sino porque apenas circuló en República Dominicana. Críticos muy importantes como Manuel Rueda nunca lo tocaron y otros no lo abordaron, tal vez por su contenido decadentista. Pedro Peix, tan dado a estos temas en algunas de sus obras, incluyó de ella en “La narrativa yugulada” (1981) un cuento vanguardista, (“La aventura de “Charlot”).

Luego de una investigación mía, aparece en “Obras completas de Tomás Hernández Franco” (Estudio, notas y compilación de José Enrique García, Consejo Presidencial de Cultura, Vol. III, 2000). Más adelante se incluye en “Obras completas, tomo I y II”, (editada por Guillermo Piña-Contreras para la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2019).

El libro, ilustrado por Jaime Colson, podría analizarse dentro de la temática urbana que inicia muy temprano en la literatura dominicana; y como una continuación de los relatos de viaje y la literatura exótica de moda a fines del siglo XIX y principios del XX. Como obra que trata temas de una gran urbe, se adelanta a las narraciones de Ángel Rafael Lamarche, en “Los cuentos que Nueva York, no sabe” (1949). Y constituye una ruptura frente a los relatos que se escribían entonces y que Emilio Rodríguez Demorizi recopiló bajo el título “Cuentos de política criolla» (1963), con un prólogo definitorio de Juan Bosch.

Si bien por su temática, El hombre que había perdido su eje es un libro decadentista que expresa el estado de la literatura europea en el período de entreguerras, podríamos ver en él elementos que lo conectan con novelas como “Baní o Engracia y Anotoñita” (1892), de Francisco Gregorio Billini, y “La Sangre” (1913) de Cestero. Estas últimas conectaron la literatura dominicana con la escritura del naturalismo, tan dado a presentar las deficiencias morales y las heridas humanas de los bajos fondos sociales.

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Compuesto por dieciséis relatos, el libro está escrito desde la perspectiva de un narrador que se confunde con el autor, lo que le da la perspectiva de un viajero que ve a París desde la mirada de un visitante que recorre sus calles y que muestran el París, poco conocido a unos lectores lejanos. Ese narrador siempre está presente como un cronista de la vida parisina que se encuentra con los más disímiles personajes, muchos de ellos extranjeros como él, en la urbe moderna.

Por esta y otras razones que expresaré a continuación la obra de Hernández Franco se aleja de la tradición cuentística fundada por Juan Bosch. Esto quiere decir que sus relatos no constituyen el cuento moderno dominicano que inicia Juan Bosch con la publicación de “Camino real» (1933). El propósito estético es distinto. En la poética de Juan Bosch, el interés es resaltar los valores de los campesinos, su lucha por la vida… y, formalmente, su poética busca, mediante la técnica artística, crear un efecto en los lectores, muy propio de la cuentística europea del siglo XIX. Y cuya aplicación había dado la obra del uruguayo Horacio Quiroga en Argentina.

El libro de Hernández Franco tiene otros méritos como escritura dentro de la tradición literaria dominicana. Dialoga con los movimientos de vanguardia europeos; “La aventura de Charlot” es uno de los que marca el existencialismo y el surrealismo de las vanguardias europeas. En su conjunto, muestran la vida de la urbe en crisis de valores; pero sus ecos nos presentan la vida nocturna, los cafés, los lugares de diversión, retratando una fauna urbana que luego aparecerá en la literatura europea y estadounidense como en la novela negra.

El cuento “La mujer que tenía la risa en “i” (Piña-Contreras, 495-498), podría ser el primero o uno de los primeros cuentos de tema policial de nuestra literatura contemporánea, con algunos cuentos de Ángel Rafael Lamarche (op. cit.) y “Crónica policial” de Virgilio Díaz Grullón (“Crónicas de Altocerro, 1966, Fornerín, 2009)” El texto comienza con la lectura del periódico, la noticia del asesinato de Miss Meyer en su apartamento de Passy. Describe el cuerpo, busca el móvil del asesinato; refiere al médico legista; a las conjeturas de los diarios y de la policía. Entonces el narrador se convierte en el detective y aparecen elementos absurdos en la descripción de los personajes.

Por este esquema vemos la construcción clásica del relato y la fuerza que le da al narrador que podría confundirse con el autor. Cosa muy conveniente para un joven escritor como Hernández Franco cuyos editores resaltaban su presencia en la gran urbe y sus dotes de periodista. Así podría ser leído: periodista, autor, narrador, corresponsal en la urbe y centro del mundo. Al final, el móvil del cuento no se resuelve dentro del marco legal, sino en la comprensión del narrador-investigador. Y también en la solución del drama.

“La aventura de Charlot”, más allá de lo expresado arriba, es un texto que muestra el tremendismo existencial, que aparecerá luego en la película de Buñuel y Dalí, “Un chien andalou» (Un perro andaluz,1929), según Piña-Contreras. La situación de hambre del hijo de Charlot tiene una solución tremebunda. Y muestra socialmente la situación miserable que se vive luego de la guerra europea. Sin embargo, el grito que denota el expresionismo del cuento no tiene frontera porque se extiende por el mundo, como un eco de la desesperación humana.

Desde el punto de vista ideológico hay que resaltar que “El hombre que había perdido su eje”, muestra un sesgo antifeminista muy propio de los discursos machistas que se dan en el momento en que se desarrollan las ideas que darán más libertad social a las mujeres. Y en la medida en que el capitalismo necesita mano de obra para su expansión industrial. Esta ideología encontramos también en la poesía de Balaguer (Fornerín, 2023) y en casi todos los lectores de José María Vargas Vila, y muy particularmente en la élite dominicana que no aceptó la escuela hostosiana. Autor que merece, sin dudas, una buena monografía al respecto.

Creo importante detenerme brevemente en el aspecto moral del texto. Al criticar la moral de su tiempo; al airear el mundo desolado de los fondos sociales, el libro plantea una poética contraria a la tradición en que las obras deben ser moralizantes; este libro va por otro camino. Y se encuentra con obras francesas de este talante; en él se elogia lo que la sociedad burguesa condena. Censura la hipocresía de una clase que vive en la doble moral. Aunque, es necesario aclararlo, Hernández Franco está muy lejos de hacer una lectura sociológica.

Sobre el libro ha escrito José Enrique García: “Libro extraño, voluptuoso, desacralizado, incisivo, penetrante, pero, sobre todo, en extremo moderno, vanguardista como el que más…” …Se derrama por todo el cuerpo del texto arrasando consigo al dadaísmo, cubismo, futurismo, surrealismo, y el pulso y la sangre del autor” (OC, 200) 59).

Mientras que Piña-Contreras anota: “Eran los años del movimiento surrealista de Breton y Aragón, del descubrimiento de poetas como Charles Baudelaire y Lautréamont y otros de los llamados “malditos”; del dadaísmo de Tristan Tzara; del expresionismo alemán…” el libro se “inscribe… en estas líneas del tremendismo literario…” (OC, 2019, 27). Colson y Hernández Franco aúnan la pintura y la literatura en un libro significativo de las letras del período de entreguerras.

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