El insondable poder mágico de los libros usados

El insondable poder mágico de los libros usados

Librería

En estos días de diciembre he leído “El pez en la luna”, de Shion Miura, reconocida como una de las voces reputadas de la literatura japonesa actual desde que en 2006 ganara el premio Naoki.

Miura, como los peces, se sumerge, no en el mar, sino en el mundo del libro, vistiéndose con la piel (o con las escamas) de los libreros.

Para referirse a los libros usados o a los libreros dedicados a revender libros, la traducción de Rumi Sato de la obra de Shion Miura utiliza el término “libro de viejo”, o “libreros de viejo”, una imprecisión enrevesada de la traducción del japonés al español, intuyo.

Los libros leídos traslucen, definitivamente, el cerebro de sus dueños, como bien dice Miura en su obra.
Cierto. Se puede crear uno un rápido perfil del conocimiento de una persona, de su sensibilidad y de su forma de pensar con tan solo echar una ojeada a su biblioteca.

Incluso si es un perfil de falso lector, sus libros también te lo dirán, porque, entre otras pistas, “se puede saber si se ha leído o no un libro por la sutil sensación de resistencia al pasar las páginas”.

Un precioso homenaje al alma de las librerías promete en su portada El pez en la luna, y me remonta a las largas caminatas por la adoquinada calle del Conde tras el rastro de libros usados.

Rememoro los estantes de libros usados en el pórtico del viejo estacionamiento de la calle José Reyes.

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Husmeaba en el polvillo de los libros amarillentos y raídos de la librería ubicada en la Vicente Celestino Duarte. Buscaba alguna herencia libresca, subrayada y con notas al margen, por las viejas librerías del parque San Miguel; o perdiéndome en montañas de viejas revistas en la librería del viejo Makalé.

El mundo de los libros usados

Me cruzo con la sentencia lapidaria de uno de los dos libreros del libro de Miura, irónicamente jóvenes japoneses veinteañeros unidos por sus trabajos vinculados al mundo literario.

“Los libros usados duermen tranquilamente cuando están expuestos en la tienda. Casi todos sus autores ya están muertos. Lo que queda atrás es el susurro de quienes han dejado este mundo, una parte de la alegría, la tristeza, los pensamientos e inquietudes que sintieron en vida”, dictamina.

La vida de un libro es larga. “Los libros que han pasado de mano en mano y han recibido el cariño de sus lectores no saben lo que es envejecer y están esperando con calma a que aparezca su próximo dueño”.

En Tokio, dice un pie de página, Kanda-Jinbocho, además de concentrar las principales editoriales y universidades japonesas, es el mayor barrio de librerías de libros usados del mundo.

El arte de identificar buenos libros

Me adentro a mitad de El pez en la luna y descubro no solo un homenaje al alma de las librerías y la labor puntillosa del librero, sino la develación de una guía cuasi técnica para desarrollarse en una profesión que demanda inteligencia y perspicacia.

Como pescador paciente y silencioso voy atrapando verdades en las profundidades de Miura: “valorar un libro con criterio propio requiere de talento: ojos capaces de valorarlos acertadamente, olfato, un corazón sincero, y suerte para toparse con buenos libros”.

La frase queda latente y pienso que ciertamente hay quienes tienen un olfato extraordinario y un corazón sincero para identificar libros de valor.

En una estantería o sobre el suelo, los libros de valor emiten un resplandor “tenue como una estrella” y de alguna manera se las ingenian para que se fijen en ellos. El insondable poder mágico que anida en los libros usados.

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Negociaciones tácticas

Sencilla y de manera casi didáctica, Miura, envuelta en la magia de dos jóvenes libreros dedicados a la venta de libros usados, da cátedras sobre el mundo de los libros usados y sus negociaciones tácticas.

Al talento innato para identificar buenos libros y ejercer el oficio de “viejo librero” le suma los años de experiencia, el arte para catalogarlos, la pericia para fijar precios y los canales de venta, ya sea directa en librería, subastas al por mayor, o a través de catálogos.

Describe, con especial elegancia narrativa, las fuentes de acopio, incluyendo la compilación de directorios de universidades, grupos académicos o asociaciones, y un particular ejercicio de ojear los obituarios del periódico para descubrir valiosas colecciones de libros detrás del velo de la muerte.

“Normalmente los miembros de la familia no saben cómo deshacerse de la gran cantidad de libros que el difunto ha ido acumulando en vida”.

Evaluar los libros con calma y con una mirada desprovista de implicación emocional, es la regla de oro de los viejos libreros, remarca.

“Involucrarse emocionalmente nubla la vista y hace que se cometan errores de juicio”, sentencia. Una sentencia perfectamente aplicable a todo. A todo.