Por Rubén Silíe
Es una honra presentar este libro, Ensayos sobre el Caribe, donde la colega Reina Rosario trata el tema de la migración, negritud y la identidad. Lo primero es que esta obra es la única en la cual he visto estudiar importantes aspectos de la realidad dominicana, en comparación con otra realidad nacional, como es Costa Rica. La comparación contribuye a una mejor comprensión de los temas tratados; además, hace el esfuerzo de salirse de los límites territoriales para lograr la amplitud que requiere el tratamiento de los temas abordados.
En este libro se condensa una serie de ideas y propuestas que han sido ampliamente estudiadas, bien pensadas y científicamente muy bien presentadas. No se trata de una inspiración momentánea, deja ver la entrega que ha tenido la autora al estudio del tema.
Es una obra que muestra un gran compromiso con la ciencia histórica, al producir nuevos conocimientos con los cuales logra esclarecer hechos esenciales en la formación social de República Dominicana y Costa Rica.
El ejercicio de la profesora Rosario es una ruptura con la historiografía tradicional y, valiéndose de una abundante conceptualización científica, termina develando un conjunto de mitos y falacias que por tanto tiempo han tratado de torcer la correcta interpretación de las identidades nacionales en ambos países.
Reina trabaja exhaustivamente todas las fuentes secundarias que le fue posible consultar en la bibliografía de los dos países. Pero, además, a la hora del análisis hace gala de una profunda erudición teórica que la revelan como una experta en los temas de raza, etnia, racismo, identidad, nación, nacionalismo, patria y patriotismo, lo cual le permite acotar con precisión científica su objeto de estudio.
Dicho así, pareciera que es algo ordinario, pero los que hemos escudriñado por tantos años esos mismos temas, sabemos el esfuerzo que reclama trabajar los argumentos enunciados, siempre que permanezcamos sujetos a los dictados de la ciencia.
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En esos temas me atrevo a decir que el manejo del armazón teórico de la obra puede servir como referencia en la formación de noveles investigadores que deseen incursionar sobre los mismos. Y, claro, ni hablar su enfoque sobre la realidad de ambos países.
La comparación que se consigue en sus reflexiones sobre los cocolos dominicanos y los antillanos costarricenses, es magnífica y de mucha claridad. Se resaltan las similitudes en los mecanismos de explotación de la mano de obra antillana por parte de las empresas capitalistas que se instalan desde finales del siglo XIX y principios del XX.
Se destaca una de las principales diferencias entre ambos países, ya que en Costa Rica los jamaiquinos son instalados en Limón, la localidad donde se instalaron las bananeras. Con la particularidad de que allí no existía prácticamente población costarricense. Es decir, que ellos fueron segregados física y socialmente, pues hasta mediados del siglo veinte no se les integró como ciudadanos ordinarios a la sociedad costarricense.
Los cocolos no fueron integrados propiamente a San Pedro de Macorís, pues su ubicación se hizo en los bateyes y en un barrio, entonces marginal, muy bien definido de la ciudad. Aunque en ambos casos los prejuicios y el racismo fueron de la misma talla. Esa diferencia en la ubicación explica algunas diferencias, como es la mayor prevalencia del idioma inglés en Limón, así como una menor mezcla étnica que refuerza la preeminencia de la población de color negro que es mayor allá que aquí. A su vez eso tiene consecuencias mayores en Costa Rica, ya que se conformaron como dos poblaciones distintas cuyas diferencias étnicas son mayores que las afinidades: idioma, religión, música, gastronomía, etc. Se puede decir que los limonenses tuvieron hasta muy recientemente más afinidad de identidad con los otros antillanos de Centroamérica, que se encuentran en Honduras, Nicaragua, Guatemala, Belice y Panamá, que con el país que los acogió.
Todo eso explica un tema que si bien no se toca en el libro me gustaría compartirles dado que es muy importante para la definición de nuestra identidad, como para el reconocimiento de la afrodescendencia. Mientras en Costa Rica es propia del Limón, en Dominicana es algo que toca a toda la población nacional. Es decir, no solamente los cocolos son afrodescendientes. Por eso allí ha avanzado la conformación de un movimiento negro, que no logra cuajar por aquí. Y esto lo digo en conocimiento de las tergiversaciones de la dictadura de Trujillo para negar la influencia africana en nuestra cultura.
Otro tema que encuentro interesante en la realidad de Centroamérica y no solo en Costa Rica, es que los habitantes del litoral caribeño no se reconocían como tales, pues eran clasificados como pertenecientes a la Costa Atlántica, algo geográficamente erróneo pues ellos no tocan el Atlántico, como sí lo tenemos nosotros. Eso contribuyó a que los limonenses se reconocieran como antillanos sin reclamarse necesariamente caribeños. Algo que ha ocurrido más recientemente.
Otro tema novedoso en estos ensayos es la amplia descripción de la influencia que tuvo Marcus Garvey y como ese movimiento permitió conectar a los antillanos con el movimiento negro de los Estados Unidos, con todo lo que representó el garveyismo para exaltar la dignidad de los afrodescendientes.
Reina trata con la misma probidad el tema haitiano y ojalá que este libro pueda circular profusamente en las aulas universitarias, pues estamos en una fase crítica de nuestra historia en que ciertos sectores desarrollan todo el esfuerzo para reconstruir un falso y viejo enemigo, aquel que la dictadura de Trujillo logró esculpir con el escarpelo de la mentira y el miedo.
Con esa campaña manipuladora se está logrando atemorizar a tal grado nuestra población que estamos temiendo que las incitaciones irresponsables puedan llegar a desatar oleadas de confrontaciones espontáneas, con resultados de los que tendríamos que lamentarnos.
Esa campaña conspiranoica está siendo fundamentada en especulaciones y sentimientos xenófobos que, de ninguna manera, se preocupan por afrontar correcta y ordenadamente el tema migratorio que, si bien nos preocupa e inquieta a todos, la forma de asumirlo no puede ser desde esa perspectiva tremebunda y aterradora.