La artista Pascale Monin presenta en la ciudad de Honfleur, Normandía, una exhibición “El Mar un campo de sirenas”.
Esta pequeña ciudad normanda, a orillas del Atlántico, refleja la metáfora más poética y apacible que pudiéramos imaginar. Es una ciudad de carácter medieval, forjada por la tradición de la pesca con un puerto de barcas y veleros que maravillan a los visitantes y que atrae tanto a los artistas como a los escritores.
Una ciudad de arte y cultura, donde Proust marcó sus melancolías y memoria, pues por ahí pasa el camino de Guermantes, en un paseo sinuoso, donde el olor a madreselva embriaga antes de llegar a la iglesia Santa María.
Es también la ciudad del maestro Eric Satie, duende del piano, en cuyo museo todavía se oye el ritmo revolucionario de sus teclas.
Ni Homero, ni Ulises pensaron que el mar se convertiría en pleno siglo 21, en un territorio de la muerte para miles de personas huyendo de la miseria y de las guerras para enfrentar sus destinos, buscando mejores vidas, sin tener otro remedio y escapatoria que someterse al azar de los vientos y hundirse en las profundidades marinas.
Hoy día, como resultado de una mundialización que va creando cada día más abismos de desigualdad, el mar y sobre todo el Mediterráneo, se convierte en una película de horror y muerte.
Pascale Monin, artista experimentada en todas las técnicas de expresión plástica y visual con una larga trayectoria profesional, reconocida en la actualidad como investigadora de todos los recursos visuales que señalen la vida humana en sus problemáticas existenciales, con esta exhibición sacude las conciencias ciudadanas, en pleno confort vacacional, para llevar al público hacia la sensibilidad y responsabilidad frente a las tragedias marítimas que hoy son señalamientos de la muerte.
El campo de sirenas juega primero con la resonancia fonética de las palabras francesas “champ”, literalmente campo y “chant” literalmente canto. La artista evoca la palabra para resaltar que ya no estamos frente al canto embriagador de la mitología que envuelve a las sirenas y que las circunstancias contemporáneas han convertido ese canto en un campo de batalla por la vida, y muchas veces en un cementerio.
En el Caribe sabemos que desde hace siglos el mar fue testigo del comercio de esclavos, y todavía hoy embarcaciones improvisadas son sacudidas por la violencia del mar hasta caer en el abismo.
Esta exhibición es una exploración onírica de los retos del ser humano por sobrevivir.
Pacale Monin sabe con su obra manejar todos los recursos técnicos, desde la pintura, el video, el performance y las instalaciones, tiene una larga experiencia de ejecución técnica para alcanzar esa tensión, ese punto de convergencia con el público que permite tomar conciencia de su intención… dramatizar con los recursos plásticos la condición humana.
Supo manejar su obra como un incentivo dramático, con alto grado teatral cuando se trata de evidenciar la realidad con la metáfora visual y es ahí donde la artista se vincula al tema como una directora dramática que sabe teatralizar la idea, en la puesta en espacio, en el juego con las arquitecturas y el capital del verbo para crear belleza, a través de las tragedias, de los dramas humanos con un potencial de alto contenido en sensibilidad y concepto.
La Monin lo conjuga con destreza como guionista visual.
Utiliza elementos de objetos recuperados que sincretiza en representaciones donde los seres humanos están siempre en el centro con una gran agilidad y plasticidad en la convivencia de materiales rotos, pesados y rígidos como el cemento y el hierro y eso hemos podido constatar en sus trabajos que abarcaron la desgracias del terremoto de Haití.
Excelente dibujante, maneja la gráfica en una cohabitación de la tinta y acrílica sobre cartón, con intervenciones de collages.
El collage tiene aquí un mensaje de doble sentido: reconstruir y volver a crear lo desaparecido gracias a los elementos rotos y esto lo presenciamos en el cráneo restituido con vidrios, sogas, cristales, maderas, que nos evidencian un rostro humano, probablemente femenino, que podemos interpretar con múltiples recursos referenciales, rostro de un personaje tribal deportado al Caribe, esclavizado, cuya memoria se cristaliza en el sentido literal justamente en una obra memorial.
La sutileza del aire, del agua y de la mitología se agudizan con materiales de tejidos ligeros como el lino, que estructura un cuerpo de sirena, colgante y aterrizado en el suelo con un movimiento sutil que nos regala toda la elegancia y mística de este sujeto de leyendas clásicas.
Esta obra es el espectro esquelético y orgánico de una sirena en descomposición que más allá de sus mitos, bajo el talento de Pascale Monin, se convierte en en una pieza arqueológica de lo que fue belleza y hoy es horror.
El lino utilizado en crudo, como lino bruto, significa también el referente de la cartografía de la explotación humana, pues cosechado en los mismos campos de Normandía, justamente bien cerca de Honfleur, convertido en tejido áspero viaja hacia los países del tercer mundo para vestir en segunda mano a los trabajadores a los sectores populares.
Contextualizar en arte las tragedias humanas desde las deportaciones del sistema triangular de la escalvitud para entonces anclarlos en el puerto de la denuncia y de la toma de conciencia es un compromiso humanístico de la artista Pascale Monin, que concretiza toda su trayectoria intelectual y humana.
La exposición “La mer, un cham de sirénes” (El mar un campo de sirenas), es una colección de obras concebidas y pensadas desde la perspectiva de la belleza creativa, sin escatimar la responsabilidad del compromiso humano con los desastres de una mundialización que dan luz a desigualdades económicas tan serias que nos está llevando hacia un nuevo caos humano que no podemos dejar de conocer y denunciar.
Pascale Monin lo plasma en su obra de técnicas variables y mixtas con el objetivo de lograr despertar las conciencias a través del arte, con una poética única, sobre todo en la obra “Mi carne y mis colibrís”, una obra móvil, donde la artista marca su fascinación por los colibríes, tan chiquitos y frágiles, pero dotados de un a fuerza que les permite batir sus alas en un récord de 200 veces por segundo… aves frágiles y fuertes que la artista asocia a sus hijos, representando sus rostros que acompaña un ángel de 2m50 de envergadura.
Esta exhibición tiene un alcance de lenguaje universal que podría ser honrada con la programación de una itinerancia internacional.