Por: Amaury Pérez
En ciencias económicas, el concepto “mercado” posee dos acepciones principales. Por un lado, el término explica el lugar físico en donde se llevan a cabo las transacciones e intercambio de capitales y mercancías. Por otro lado, refiere a un sistema comercial en el que se encuentran la oferta y la demanda. Ciertamente, en la esclavitud se conjugaron ambas definiciones, pues desde sus orígenes la noción de mercado estuvo estrechamente vinculada con las prácticas que se desarrollaron en este sistema de explotación y dominación de seres humanos. Por tal motivo resulta fundamental comprender la forma en la que los mercados funcionaron y se regularon, así como las representaciones que se suscitaron a su alrededor.
Al igual que cualquier otro mercado que se estudia en economía, el mercado de esclavos estuvo regido por reglas comerciales que se aplicaron en los múltiples tipos de transacciones que se generaron (compra, venta, donación, traspaso, etc.). Así pues, en la República Dominicana, como en cualquier otra sociedad esclavista, se llevó a cabo un “proceso de transformación de toda cosa [los esclavos] en objeto comercial” siguiendo la comprensión que tenía Immanuel Wallerstein sobre las lógicas del capitalismo. Tenga en cuenta que más del 60 % de los documentos sobre la esclavitud que se disponen para la región Este (véase en los archivos reales de Higüey, Bayaguana y El Seibo) están relacionados con la compra y venta de esclavos.
A través del estudio de los expedientes jurídicos, hemos podido observar cómo variaron las formas de pago por los esclavos, ya que los mismos se podían comercializar por la vía monetaria o bien a través de trueques por medio de otros productos de intercambio. En ese orden, en todos los actos notariales suele apreciarse un acuerdo entre partes, véase un interés compartido. Ciertamente, existía una regulación que permitía comprender la oferta y la demanda como criterios esenciales al mercado esclavista. Al respecto, vale tener presente que la oferta dependía en gran medida de la coyuntura política, económica y militar en que la transacción se desarrollaba. En el marco específico de la sociedad colonial dominicana de los siglos XVII y XVIII, la cual estuvo caracterizada por bajos niveles de aprovisionamiento procedente del tráfico internacional, los amos se vieron interesados en incitar a sus esclavos a tener hijos.
En cuanto al lugar, los mercados se ubicaban regularmente en las proximidades de la plaza mayor de las ciudades, que en Santo Domingo correspondía a lo que hoy es el parque Colón. Se sabe que por algún tiempo hubo un depósito que sirvió para la venta de esclavos en un local que había en la actual calle de La Negreta, en el barrio de Santa Bárbara en la Ciudad Colonial. En esos escenarios se llevó a cabo la ominosa compra y venta de seres humanos, los cuales eran previamente separados de sus familias, siendo cuidadosamente analizados físicamente con énfasis particular en los dientes para determinar su condición de salud tal como si fueran animales. En estas ferias, se juntaban marchantes, compradores, médicos, abogados notarios, entre otros profesionales, por lo que se ponía en marcha una formidable logística operacional que desplegaba todo un vasto arsenal ideológico que buscaba garantizar la legitimidad del conjunto que participaba en la operación. En ese sentido, los mercados de esclavos deben ser asumidos como verdaderas organizaciones comerciales, políticas, militares e ideológicas.
Prof. Amaurys Pérez, Ph.D. Sociólogo e historiador UASD/PUCMM