El merengue no debe vivir de los recuerdos

El merengue no debe vivir de los recuerdos

Recuerdo que los 30 años del Show del Mediodía fueron un acontecimiento a finales de los 90.

Que esa ingeniosa idea de Augusto Guerrero de hacer un especial de televisión “Los años dorados del Show del Mediodía” fue todo un acontecimiento.

Se hizo parte de la comidilla en los carros públicos, guaguas, en las casas y ni decir del revuelo de la comunidad dominicana en Estados Unidos, específicamente en Nueva York que tuvo la oportunidad de encontrarse frente a frente con el motivo de sus nostalgias.

Esa memoria dulce como espejo donde todos nos veíamos bonitos la celebramos los medios también. Reportamos el fenómeno y junto a las agencias publicitarias y los anunciantes y el público en general nos hicimos cómplices del espacio que no podía ser más popular aquí ni allá.

Por supuesto, pasado un tiempo prudente, la novedad no pudo mantener la vigencia, el tanto recordar se convirtió en una mala costumbre y los años dorados regresaron al archivo de videos de Televisa a donde serán siempre importantes para poder contar con testimonios reales de la historia del merengue, de la bachata, del humor, de la conducción, de cuanto venían antes los artistas internacionales a cantar al país y a la televisión.

Desde hace un par de años hemos visto cómo esa experiencia se ha estado repitiendo en la radio. Los años dorados del merengue, los clásicos del merengue que tomaron forma en Nueva York a partir de la popularidad del recuento del Show del Mediodía provocó que muchos merengueros, en su mayoría desaparecidos del escenario artístico dominicano (que lo separan tres horas y media de vuelo) aquí y allá.

A alguien se le ocurrió que con eso se podía hacer dinero y empezaron a hacer combos comunes para hacer shows, espectáculos, bailes, fiestas con los protagonistas de la esplendorosa música dominicana de los años 80’ s.

Considerada la época dorada del merengue, esta fue metiéndose poco a poco en la programación de la radio dominicana. Primero un programa, luego otro, luego una epidemia de nostalgia y finalmente, parece haberse convertido en una pandemia ya que toda la programación está salpicada por esas canciones.

Los domingos fueron elegidos como los días ideales para sonar el mejor merengue que según sus defensores, se ha hecho en el país, pero ya no hay día, hora o momento para ser sonados.

Eso me hace recordar que sí que la gente quiere recordar, pero no volver a vivir en la ambientación de esos recuerdos.

Recordar es volver a pasar –como la fiesta de Jesús Torres Tejeda por el pasado, no mudarse a él. Por eso no estoy de acuerdo con esa profusión de recuerdos.

Al público hay que darle la oportunidad de que evolucione, de que se adapte al tiempo que le toca vivir. Mal podrían los programadores de nuestra radio impedir que la mente, el corazón y el alma del público se abran y sean receptivos del tiempo en que les toca vivir y desarrollarse día a día.

Los cambios sociales, políticos y históricos de un país traen su propia estructura para hacer arte en todos los sentidos.

Creémos que sin olvidarnos del pasado, debemos utilizarlo para mejorar, debemos adentrarnos en un estudio profundo que nos permita estudiar en qué fallamos antes y qué teníamos que podemos vestir con la tela de hoy para hacerla más vistosa y trascendente.

El merengue de los 80’s fue un éxito en el país y en el deslumbrante Nueva York de la época, tocó algunos mercados en América Latina pero no le robó el corazón al mundo.

El de los 90’s llegó un poco más lejos y el de ahora está a la espera de que nosotros le demos un chance. Revisémonos todos para ver si lo que le pasa a nuestra música es producto de ese pasado glorioso al que todos añoramos y en el que parecemos vivir, sacando de vez en cuando la cabeza para impresionarnos con una supuesta modernidad que no es más que una reiteración de ese pasado al que nos hemos aferrado.

Vamos a darnos la oportunidad de echar la música nuestra adelante y en lugar de mirar para atrás, veamos lo que pasa en el mundo y lo que podemos hacer para trascender nuestras fronteras y no quedarnos aquí, parados mirándonos los unos a los otros, arrobados, como si fuéramos desde entonces inmensas estatuas de sal.

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