El Padre Billini, el más famoso del país

El Padre Billini, el más famoso del país

Al hospital Padre Billini acudían pacientes de todo el país afectados de enfermedades para las que no existían tratamientos avanzados pero se curaban con los existentes. El centro tampoco tenía innovadores instrumentales quirúrgicos, sin embargo, eran intervenidos y las operaciones resultaban exitosas.
El historiador Alfredo Hernández refiere que desde La Vega trajeron en 1949 a su madre Felicita Figueroa García, por problemas renales, y Moscoso Puello le extirpó un riñón. “Vivió más de 30 años con uno solo”.
“Se decía que en el Padre Billini estaba la ciencia porque contaba con médicos como Goico, Moscoso, Capellán, Guido Despradel, Guillermo Ricart…”, relata el doctor Luis José Soto Martínez, eminente cardiólogo ligado al Padre Billini desde 1946 cuando estudiaba medicina, hasta los años 80 del siglo pasado.
Fue nombrado jefe de cardiología en 1962 pero también fue maestro de generaciones y prestó invaluables servicios en situaciones de desgracia, como fue la Revolución de 1965. Narra momentos trágicos y adelantos de este hospital que, cuando él ingresó, tenía un presupuesto de 23 centavos por día, por paciente para alimentos y medicinas, cifra que él extraía de sus bolsillos para los más pobres.
De los aspectos sociales, arquitectónicos y de sucesos que alteraron la tranquilidad de la capital por la sirena incesante de la ambulancia subiendo y bajando por la cuesta de la calle Santomé, habla el arquitecto Jacinto Pichardo Vicioso, quien nació y creció frente a este hospital. También vivió desgarradores episodios de la Guerra, en la que fue cabo armero en un comando. Jacinto es además especialista en diseño de hospitales, entrenado en Estados Unidos y Puerto Rico.
Ambos emitieron opiniones sobre el estado actual del centro, afectado de hundimientos en sus cimientos.
“Deberían cambiarle la utilidad, abrirlo como centro de atención primaria. Está en el centro de la Ciudad Colonial, llegar hasta allí cuesta trabajo, no hay estacionamiento, es incómodo para médicos y pacientes”, consideró el médico.
Para Pichardo, “ya cumplió su periodo de diseño arquitectónico como hospital general” y concuerda con Soto en que sea “de atención primaria y ambulatorio, con internamientos breves porque la zona, desde finales del siglo XIX fue considerada insalubre por técnicos extranjeros”. Señaló que en esas condiciones “los pacientes se agravarían más por bacterias hospitalarias, que son resistentes a muchos antibióticos”.
Añadió que los problemas que presenta tienen solución. “La estructura se puede salvar y debe ser conservada como patrimonio, pero como centro de atención a las personas del entorno”.
Enfermedades comunes. El doctor Soto, admirador de la brillantez con que Heriberto Pieter impartía sus clases de “clínica médica” y de los eficaces procedimientos de Moscoso, Capellán y Goico, hizo especialidad en cardiología y medicina interna en el Hospital Brooklyn y en Graduate Hospital de la Universidad de Pensilvania.
Considera que para 1962 el Padre Billini era “aceptable” aunque Jacinto entiende que “en los 20 veníamos de la ocupación norteamericana y lo más probable es que estuviera a la altura de los hospitales estadounidenses”.
“Todavía había mucha prevalencia de cardiopatía reumática (que produce lesiones valvulares solo curables quirúrgicamente) pero en esa época en la República Dominicana no existían cirujanos cardiovasculares y había que tratarla con medicamentos, aconsejando llevar una calidad de vida moderada, pero sin ofrecerles soluciones definitivas a sus problemas”, asevera Soto.
Explica que se combatían los síntomas para que la enfermedad no avanzara. “La produce una infección por estreptococo”. El medicamento empleado se llamaba “Digital” y se aconsejaba no consumir sal y reposo limitado. También se trataba con diuréticos porque uno de los síntomas era retención de agua. “Eran diuréticos mercuriales”, de nombre “Mercuhidrin”.
Otro mal frecuente, recuerda, “y lo es todavía, era la hipertensión y teníamos una sola medicina: Reserpina, que producía depresión por lo que debíamos ser cuidadosos con las dosis, y los resultados no eran muy satisfactorios”.
A un paciente que llegaba con fiebre lo consideraban con malaria o paludismo, “mientras no se demostrara lo contrario, era endémica y muy frecuente, se erradicó por completo en 1958. Después de la muerte de Trujillo, que la frontera se hizo más permeable, el paludismo volvió por sus fueros”. Y otro mal común era “el parasitismo intestinal, para el que recetábamos vermífugos”.
El Padre Billini “era el hospital más famoso del país. Antes de existir el Darío Contreras tenía servicio de ortopedia cuyo jefe era el doctor Neney Vega”.
Soto, nacido en San José de Ocoa el 5 de enero de 1929, ejerció la consulta privada en la clínica Abel González. Está retirado.
Casos trágicos. En 1958 el hospital acogió heridos y golpeados al derrumbarse el balcón de una tercera planta de la avenida Mella donde velaban a Abraham Selman (Bartolo I). “En medio de un ensordecedor estruendo toda la estructura cedió arrojando su carga humana hacia el pavimento de la calle y el balcón del segundo piso…”. Murió Isabel Miguel viuda Dauhajre y 36 personas resultaron lesionadas.
Y al explotar el polvorín, en 1964, el hospital volvió a atender a los afectados, casi todos residentes de la Ciudad Colonial, heridos por cristales que se quebraron.
Soto y Pichardo contaron de internos que fueron sacados del hospital por calieses. En una de estas acciones fue herido el doctor Rafael Amiama Castillo. “Por eso, ya para los sucesos del 20 de octubre, la gente iba mejor a la clínica del doctor Goico”. Pichardo recuerda que entonces resultó herida Milagros Ares Soler.
Pero fue durante la Revolución de Abril cuando las salas, morgue y emergencia del hospital se rebozaron. Una de las primeras víctimas fue “la hija del doctor Rafael Alfau Cambiaso, herida en su casa de la calle Sánchez. Un disparo le atravesó la región precordial. La llevó Carmen Ascuasiati en medio de la balacera. Todos ayudaron en el quirófano, donde falleció”, manifiesta Jacinto.
Soto asistió a la cirugía de Jack Viau. “No se pudo hacer nada, no había equipo para diálisis, tenía la urea altísima, las piernas destrozadas”. Vio también a Euclides Morillo, quien falleció a los pocos días. “Era desolador”, exclama Soto, de quien dice Jacinto que se erigió en el líder de los facultativos que no abandonaron el centro.
“Los mantenía unidos, amanecía, salir era peligroso pues cualquier francotirador podía disparar desde Los Molinos”. Elogian al portero-enfermero “Minaya” que se arriesgaba a salir en busca de alimentos.
“Era el hospital más importante, la ciudad fue acordonada, era el único en toda el área, después Abel González puso a disposición su clínica”.
Otros valientes galenos que prestaron servicios en el Padre Billini durante el estallido fueron Eduardo Segura, Juan Pablo Duarte Camilo, Víctor Suero Cuevas, José Augusto García Fajardo, Eduardo Rodríguez Lara, Randolfo Bobadilla, Ramón Báez Acosta, Miguel Ángel Delgado Batlle…

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