Aunque la sobrevivencia de pacientes con tumores malignos es estadísticamente alentadora en República Dominicana, el registro anual en número creciente de los distintos tipos de la enfermedad ha encendido las alarmas y tiende a superar la capacidad instalada para tratarla al punto de que ya se habla de la necesidad de construir un hospital exclusivo para convalecencias en estado grave. Actualmente muchas personas en esa condición pasan a una crítica falta de calidad paliativa en sus hogares por la dramática, y casi trágica, falta de cupos. Además, al no dar abasto, los centros especializados en tratar el cáncer ponen en lista de espera a quienes llegan con esperanza de ser ingresadas y quedan marginadas prolongadamente de recibir tratamientos para un mal que debe ser vencido tempranamente o no habría salvación. De hecho, la detección tardía azota a la sociedad dominicana en ese aspecto de la salud. El país está retando por una insuficiencia asistencial que, si no se actúa pronto para corregirla, se traduciría en mayores sufrimientos y muertes en lechos no hospitalarios de los que ahora ocurren. Una precariedad capaz de abatir a las clases sociales de medianos y bajos ingresos con pocas opciones de salud y vida fuera de la estructura sanitaria nacional llevada a la saturación.
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Lidiar exitosamente con ese tipo de enfermedad de perfil catastrófico aunque tenga alguna cura, se vuelve cada día más exclusivo de los adinerados con acceso privilegiado a la alta ciencia dentro y fuera del país.