La violencia de género sigue como un problema complejo que afecta a mujeres de todas las edades, razas y clases sociales. En las últimas décadas, ha sido hecho un esfuerzo por visibilizar y erradicar este flagelo; sin embargo, aún existen factores que perpetúan su existencia, en especial en contextos donde la religión juega un papel central.
Según María Luisa Garrido, psicóloga clínica, especialista en violencia de género que trabaja clínica en la Procuraduría General, muchos de los factores que perpetúan ese flagelo en ambientes religiosos están vinculados al desconocimiento y la normalización de este abuso.
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En algunas iglesias, está fomentada una dinámica de poder donde el hombre ejerce una autoridad absoluta sobre la mujer. Esto se ha traducido en la invisibilización del problema, pues muchas mujeres temen hablar por vergüenza, culpa o la falta de apoyo familiar. “Romper el silencio es el primer paso hacia la liberación”, señala la especialista.
El miedo a la soledad, la dependencia económica y la esperanza de que el agresor cambiará por medio de la fe, son factores que a menudo atan a las mujeres a situaciones de violencia.
Otro aspecto importante es el papel que la iglesia podría desempeñar en la solución de este problema.
La misma experta destaca que muchas iglesias, aunque bien intencionadas, carecen de formación y capacitación suficiente para abordar el tema de manera efectiva. A menudo, los líderes religiosos no tienen las herramientas adecuadas para ofrecer un discurso que no normalice el abuso.
“La iglesia debe ser un espacio donde la mujer sienta que es acompañada, respetada y comprendida, no juzgada”, apunta la líder de intercesión de una de las Iglesias Evangélicas de las Asambleas de Dios.
La fe, sin embargo, también juega un papel fundamental en la recuperación de las mujeres víctimas de violencia. La especialista asegura que muchas mujeres encuentran en su creencia religiosa una fuente de fuerza y esperanza.
“Las personas de fe que han vivido violencia tienen una capacidad de recuperación mucho mayor. La fe se convierte en un motor, en un drenante que les ayuda a encontrar la fortaleza para salir adelante”, explica. A través de la fe, las mujeres pueden encontrar la sanidad del alma y el espíritu, ayudándoles a romper el ciclo de violencia.
No obstante, el camino hacia la liberación de las mujeres no solo depende de la fe. La especialista subraya que es vital contar con redes de apoyo, como psicólogos, grupos de ayuda y, por supuesto, una comunidad dispuesta a brindar respaldo. El miedo a la denuncia ante las autoridades, debido a la vergüenza o las creencias religiosas, es otro obstáculo que impide que muchas mujeres busquen ayuda.
En este contexto, la especialista llama a la iglesia para que sea un actor clave en la lucha contra la violencia de género. La iglesia debe ser parte de un proceso educativo que fomente el respeto y la equidad entre hombres y mujeres, y debe exigir que las políticas públicas y las instituciones del Estado trabajen de manera más efectiva en la protección de las mujeres.
“El abuso no es la voluntad de Dios”, aclara.
“Dios vino a dar libertad, no a esclavizar ni maltratar. Ningún ser humano tiene derecho a someter a otro. Las mujeres deben ser tratadas con respeto, amor y dignidad, porque son templo del Espíritu Santo”, afirma, y resalta que es esencial que las mujeres se valoren y se protejan a sí mismas, recordando que el silencio es el peor enemigo en la lucha contra la violencia.