El pasado en copa nueva. Lo nuevo y moderno no puede reducirse al discurso ni la fascinación por las formas porque al final de la jornada, la mentira no se sostiene. Le dijimos al país que la razón de la partida estaba vinculada a la sed por preservar los valores democráticos. ¡Y nos creyeron!
Una lectura esencial de los resultados electorales demostró que la aspiración del cambio político se traduciría en frustración si nos desdecíamos en el terreno de los hechos. No se puede apostar al olvido y terminar pareciéndose a lo que tanto se combatió.
El memorial de argucias y tecnicismo tendentes al acomodo de procedimientos estatutarios pretenden subestimar la intuición e inteligencia de la ciudadanía. Será difícil conseguirlo. La nación cambió y en cualquier esquina, el ventudero analiza con profundidad el tinglado antidemocrático que, desde el poder, anda empecinado en colocar al “suyo” porque su principal atractivo reside en la capacidad de dejarse conducir con facilidad. Así se pervierte una larga tradición de competencia y disenso, caracterizada por el sacrificio de los que no están, pero le debemos lo que somos.
A lo que debemos acostumbrarnos es, mediante los métodos democráticos, ganar una batalla de corte moderno, anestesiada por el interés de colocar fuerzas electorales al servicio de grupos empresariales que dejaron su reputada pasividad por un activismo singular en capacidad de devolverles después de la victoria, el costo de una inversión con niveles de rentabilidad insostenibles ante los ojos de la decencia. De ahí, la incapacidad de poner límites y agradecer sin que el gesto conduzca a crispaciones que se transforman en materia prima de turbaciones en el orden penal.
Entramos a una etapa definitoria. Por eso, renunciar a los principios y edificar un sentido de elasticidad puede ser considerado la estafa perfecta. Nada está oculto bajo el sol.
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Reiterarse en valores y luchar contra viento y marea en la defensa de un ideal, será la fuente que nos libera. Gracias a Dios, la gente observa. Así las matemáticas no mienten: 1.8 de militantes y 2,500 delegados pretendiendo “elegir” un cuerpo directivo sin legitimidad democrática. La sociedad no puede ser subestimada.
Lo ideal y democrático es abrir las ventanas de la competencia, de lo contrario, la ruta para defender la legalidad es conocida, sin límite de tiempo ni empate, una pena tener que llegar ahí. No se puede ser un servidor de pasado en copa nueva creyendo que, con el amparo del viejo orden, se sobrevivirá. ¡Lo dudo!