Hay dos momentos especialmente conmovedores del formidable libro de Jeannette Miller sobre Paul Giudicelli: uno es la beca de estudios del Gobierno francés y la salida del país que le fue negada; y el otro, la emotiva despedida poco antes de morir.
Giudicelli, que se formó en el país y como adulto nunca viajó, tenía planes de estudiar y continuar su formación artística en el extranjero. La dictadura de Trujillo frustró esos planes. A diferencia de maestros y contemporáneos suyos, que en su juventud pudieron salir del país, viajar por el mundo, estudiar, vivir y exponer en el extranjero, a Giudicelli no le fue dada esta suerte.
Muere de cáncer a los cuarenta y tres años, en junio de 1965, mientras la patria está en pie de guerra, invadida por tropas extranjeras. Muere en medio del fragor de una guerra civil que se convierte en guerra patria. La noticia de su enfermedad le llega a los comandantes y combatientes constitucionalistas. Tres días antes de morir, frente a su casa, en la calle Sánchez número 40, recibe los honores de la patria agradecida. Quien le rinde honor es el coronel Caamaño.
Miller destaca diecisiete constantes en la obra de Giudicelli, que reproduzco in extenso:
1. Su obra se llevó a cabo a través de un proceso de síntesis y saturación. Esquematización formal, tratamiento exhaustivo de un mismo tema.
2. Su obra fue esencialmente dominicana y universal: dominicana por los símbolos que traducía; universal, por el lenguaje abstracto-expresionista que utilizó, que correspondía también a las raíces taínas y africanas de las cuales se nutría.
3. Solo le interesaban las condiciones esenciales de la existencia de las cosas, el por qué existen y no de qué existen.
4. El dinamismo interior del hombre que pintaba estaba reflejado en el dinamismo de su vida, que puede definirse como “pasión controlada”.
5. De su inicial cuestionamiento, y a través de una constante exclusión de elementos de documentación, surgió su propio estilo.
6. De su pintura trasciende un fuerte sentido de libertad, por los temas que escoge (básicamente el hombre) y el tratamiento con que los plasma (materiales que él mismo creaba).
7. Giudicelli transfiere a su obra un hondo dramatismo del ser, pero muy especialmente en su última época.
8. Su estilo es una mezcla de receptividad y de invención.
9. Trató el fenómeno síquico que lo impulsaba hasta llegar a su revelación, o sea, que su camino fue un camino de autobúsqueda y expresión comunicativa consecuente.
10. Su vida tuvo dos vertientes: una ilógica y apasionada, y otra calmada, serena, apoyada por un bagaje conceptual. Esta última vertiente culta le permitió imponer un severo equilibrio al proceso de realización de su obra, mediante el cual pudo alcanzar una realidad tonal muy precisa.
11. Giudicelli no pintó como esteta sino como un ser que sentía la pintura históricamente en su dramático desarrollo.
12. Los antagonismos siempre fueron los mismos en Giudicelli, desde que comenzó a pintar hasta que murió.
13. Sus evoluciones fueron producto de una autocuestionamiento perenne que le permitió reemprender cada día los mismos temas como si fueran completamente nuevos.
14. Su obra es portadora de un sentimiento trágico, humano y étnico-social-sicológico.
15. Giudicelli amaba el mosaico y la cerámica, y de sus texturas resquebrajadas tomó sus iniciales divisiones geométricas del espacio y su especial tratamiento del color hasta irse a trabajar sólo la sugerencia de los fondos de las losas que utilizó; la dilución de la pintura frente a esa superficie de vidrio lisa le permitió concebir el último aire esquemático y sorprendente de sus cuadros.
16. Paul Giudicelli es uno de los pintores de mayor significación en la historia de la pintura dominicana.
17. Paul Giudicelli y Eligio Pichardo son los introductores del arte moderno en la República Dominicana (pp. 85-86).
El legado innovador de Giudicelli en el panorama de la pintura dominicana es perenne. Su influjo, ayer y hoy, ha sido real y significativo. No son pocos los artistas influidos por su genio: Guillo Pérez, Thimo Pimentel, Félix (Cocó) Gontier, Ramírez Conde (Condesito), Carlos Hidalgo, Orlando Menicucci (a través de su hermano Armando), Said Musa…
He afirmado en otra parte que el Estado dominicano y toda la comunidad artística y cultural del país tienen una deuda pendiente con Paul Giudicelli. Una deuda con el hombre y con el artista, a quien por orden del tirano se le negó el permiso de salida del país para irse a estudiar con una beca al extranjero. Si bien su obra goza de amplio reconocimiento en el país, fuera del país aún no disfruta de la proyección y la puesta en valor que se merece.
Aparte de coloquios y conferencias en el marco de la XXIX Bienal Nacional de Artes Visuales de Santo Domingo, dos destacados eventos vinieron a recordar el centenario de su nacimiento en el año 2021. Uno de ellos fue la exposición, entre los meses de mayo y julio, “Paul Giudicelli 100 años – Obras del Museo Bellapart”, una notable muestra de veintiuna obras del artista pertenecientes a la colección del Museo Bellapart, en el Centro Cultural Banreservas. El otro fue una muestra similar a partir de impresiones de alta calidad de obras originales de esa colección, en la Feria Internacional de Turismo (FITUR) 2022, en Madrid. Ambas exposiciones fueron auspiciadas por el Banco de Reservas. Ambos eventos son un buen ejemplo de cooperación interinstitucional y de eficaz alianza público-privada en lo cultural.
Si bien loables, estas iniciativas no son suficientes para poner hoy plenamente en valor al artista y su obra. Sus murales cerámicos diseminados por toda la geografía nacional deben ser salvados del deterioro progresivo, pero sobre todo del indiferente olvido estatal y gubernamental. El famoso mural de La Gallera, de San Juan de la Maguana, hoy muy deteriorado, amerita de una intervención urgente para su restauración y posterior traslado a un lugar menos indigno (las galleras municipales no son hoy ni sombra de lo que fueron ayer).
A cuatro décadas de su publicación, el formidable libro de Jeannette Miller, “Paul Giudicelli, sobreviviente de una época oscura”, merece ser reimpreso y reeditado, debidamente revisado y corregido, en una edición nueva, de calidad, con toda la tecnología de impresión moderna, reproducciones a color y en buena resolución de sus obras. Con ello se pondría a disposición de nuevos lectores lo que ya de por sí es un aporte bibliográfico al ensayo y la crítica de arte en la República Dominicana.
Hoy como ayer, Paul Giudicelli sigue siendo el más moderno, el más identitario, el más personal, y, sin embargo, el menos conocido, el menos celebrado y el menos internacional de los grandes artistas plásticos dominicanos.