La familia es el primer espacio para la construcción de la personalidad. En ella se aprende y se enseña a ser persona. Ya sea a través del apego sano, la autoestima, los valores, la disciplina, las reglas, los límites y todos los recursos disponibles para vivir con tolerancia y respecto frente a las diferencias y la diversidad. La rivalidad entre hermanos se trabaja en la familia. Pero también, se enseña la afectividad, la reciprocidad, el compromiso y el sentido de pertenencia para gestionar que exista la cohesión familiar de “todos para uno y uno para todos”. En las últimas décadas, los cambios socioeconómicos, culturales, tecnológicos, migratorios y estructurales han cambiado la dinámica de la familia; pero han estructurado nuevas tipologías de familia que antes no existían. Estos cambios han puesto en dificultades y en riesgos a millones de familias en todo el mundo; impactando su salud mental y su salud física y financiera. Cientos de esas familias han tenido diferentes generaciones viviendo pobres y limitadas, pendientes de salir de la pobreza y de dificultades. Otras familias han tenido que fragmentarse o ser más vulnerables por la ausencia de uno de los padres, o por el fallecimiento, la inmigración, o la irresponsabilidad paterna. Es decir, ninguna familia está blindada o vacunada para no ser impactada por un riesgo o una consecuencia que la enfrente a una adversidad. A veces, puede ser un accidente, una adicción a drogas, la violencia intra-familiar o una crisis económica etc. Diríamos que nadie tiene o vive en una familia perfecta, a lo mínimo que debemos de aspirar es, a una familia que sea sana, funcional, democrática, resiliente, donde los miembros crezcan y perduren sanos.
Es evidente que los cambios no se detienen, que la tecnología, el Facebook, el chateo, las novelas, las redes sociales, influyen en las relaciones, la comunicación y la vida familiar; así como los amigos, los nuevos hábitos y los nuevos intereses sociales, y las otras personas que llegan a nuestras familias, también moldean o establecen algunos roles diferentes, que requieren de la tolerancia, madurez e inteligencia emocional para aprender a vivir los valores o hábitos de las otras personas.
Literalmente, el mundo ha cambiado, la sociedad y la familia también. Es penoso que para muchos la familia no sea la mejor inversión social, el artículo de primera necesidad o la prioridad para vivir y existir con reciprocidad, amor, compasión, altruismo o felicidad. El hedonismo, el consumo, el relativismo ético, la pos-verdad, la cultura de lo desechable, etc, no han podido ni podrán contra la familia. Sé que han quebrado a cientos de familias, las hicieron vulnerables, rotas y disfuncionales. Pero la mayoría cree en la familia, apuestas a la familia, invierte en la familia, y tiene fe en la familia. Por varias generaciones las personas han sido favorecidas por el auto-ciudadano, la autocompasión, el compromiso y la solidaridad de unos abuelos, padres, hermanos, tíos o primos. Ese vínculo y sentido de pertenencia se mantiene sin importar la distancia, del que falleció o del que se encuentra limitado; la familia está detrás de la puerta siempre. Hoy se vive en el entrenamiento y la visibilidad, cosas que nos distraen y nos ocupan tanto la atención que ponemos más atención al televisor, al celular, a las series y novelas, que comunicarnos con los padres, la pareja, hermanos y abuelos.
La posmodernidad y el consumo le han dado poder a la conquista de lo tangible; y los que se han dejado conquistar han asimilado a la familia como un valor desechable. La familia no está de moda, ni es objeto de consumo. Vivir y creer en familia es, tener mejor salud mental.