El puente y la cópula*

El puente y la cópula*

Escribo este modesto comentario, a propósito de la entrega a manos del público amante de la lectura y de las artes de un libro maravilloso titulado Huellas de amor, que conjuga, sin ningún desperdicio, los talentos de un connotado artista visual y un prolífico y auténtico escritor. Se trata de Félix Gontier (Bordeaux, Francia, 1941) y Guillermo Piña-Contreras (Santo Domingo, 1952), respectivamente. Esta complicidad creativa, producto de un fortuito gesto amigable del pintor y dibujante hacia el escritor, que se convirtió luego en desafío imaginativo, hace posible que nos deleitemos hoy con esta breve, pero no por ello menos intensa celebración del ingenio. Fue, en efecto, un puente iluminado y fantástico lo que vi atravesar la ciudad capital de Oeste a Este, a eso de las cuatro y treinta de la madrugada, hora en que, desde mi elevada ermita citadina, me dispuse entrar sigiloso al ámbito estético del volumen recibido. Y fue la voracidad silente, la contorsión discreta y el húmedo resquicio lo que de pronto sentí, cuando puse sobre la mesa la historia y las escenas contenidas en este libro-objeto, de inmejorable factura estética. Entonces recordé, que la afición por tender un puente, el otro puente, cabría decir, entre el lenguaje plástico o visual y la lengua escrita tiene, probablemente, su origen en Lascaux, y que las civilizaciones y el tiempo, tanto en Oriente como en Occidente, fueron imprimiéndole un sello particular, dejando vestigios como un petroglifo, un gesto cuneiforme, un jeroglífico, un ideograma, una runa, tal vez, de un pasaje escandinavo, un rezongo del Cid Campeador, en fin. Sólo dos occidentales se quedaron, exprofeso, de un lado del puente, el de la oralidad. A saber, Sócrates y Cristo. De ahí, tal vez, su otra imborrable huella.

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Grandes artistas y escritores han tendido hermosamente ese puente, en uno y otro sentido. Es decir, del dibujo, la pintura, el grabado o agua tinta hacia la palabra, y viceversa. Lo hizo Apollinaire con los artistas aguda enjundia y el comedimiento característico de su elegante y templada prosa crítica, da en este texto amoroso riendas sueltas a la imaginación y al delirio, despertando en él nuevamente los aires lúdicos y ficticios de aquel Fantasma de una lejana fantasía (París, 1995). Se escapa con acierto nuestro escritor, de su particular manejo de los pálpitos profundos del pensamiento, para instalarse allí, libre de moralinas y tabúes, en las más elevadas crestas del trazo y los tonos eróticos, a veces provistos de una exorbitante cantidad de hechizada pulsión, del artista Gontier.

Este libro, que maravilla al lector-espectador en cuanto que objeto artístico prodigiosamente bello, constituye la expresión por excelencia de la cópula perfecta entre los arcanos y misterios del arte visual y de la palabra. Es una historia, una impronta a dos voces, si se quiere, de un poderosísimo sentimiento amoroso, de un desesperado apetito carnal. Historia paralela del color y del vocablo. Historia del trazo y del sonido. Creación de dos voces, de dos estilos delirantemente sensuales y perplejos, que cantan a un ser, sin nombre todavía y sin acabado cuerpo de mujer, para poner en nuestras manos y ante nuestra mirada un “ronco y áspero balbuceo del amor” (IV).

Es Huellas de amor, dicho sea en remate, un concierto de formas y tonos suaves emanados de la espigada y curva, pero no menos firme línea dibujística de Félix Gontier, empujado el artista, tal vez, por un desliz de Afrodita o un resabio de Freud. Concierto, también, del idioma, que va remontando los acordes de una sinfonía compuesta para el cuerpo y su belleza, para el sexo y su eterno candor enfurecido.

Cantar al amor en tiempos de oprobio, y de qué magistral forma, es una afrenta. O tal vez se trate de un desafío a nuestro aletargamiento, a nuestra inconmensurable vaciedad, a nuestra errática manía de tener y tener antes que ser y existir, mandando al ostracismo, en forma equívoca, todo cuanto pudiera brindarnos serenidad, gozo, contemplación y un verdaderamente fértil sentido de la vida.

No era justo que la magia de este singular vestigio amoroso se quedara en los 15 privilegiados que poseen las copias numeradas; o bien, en los afortunados que hayan alcanzado una de las 5 copias que constituyen los ejemplares no venales, y quizás algunas pruebas, al margen de las 10 serigrafías originales intervenidas por el artista y que esta conserva. No, no era justo. De ahí que puedan hoy los lectores tener entre sus dedos estas maravillosas páginas, dadas a la estampa para un público más vasto. Es por lo que el arte y la sociedad congratulan al artista visual y al escritor, de cuya bien orquestada invención brotó como una flor Huellas de amor.

Homenaje a Félix Gontier (Cocó)

Recuerdo cuando Iván Tovar me habló de Félix Gontier. Lo tenía en muy alta estima como dibujante y acuarelista. Tovar era tan exigente con los demás como lo era consigo mismo. En esa ocasión buscaba un artista que hiciera la serigrafía del dibujo original que Iván había hecho para la portada de mi novela Fantasma de una lejana fantasía (1995), así fue como recomendó la Serigrafía Artística, la empresa de Félix Gontier y Alfredo Cordero que, desde 1967, opera en la calle Las Damas por los frentes de la Fortaleza Ozama en el farallónque domina la ría del Ozama que delimita al oriente la centenaria Ciudad colonial de Santo Domingo. Fui con el magnífico dibujo de Iván Tovar y, para mi sorpresa, ni Cocó (Como le decían sus amigos) ni Alfredo quisieron cobrar. Cocó porque era desinteresado y Alfredo, porque yo era colega de su hermana Margarita. Las cien serigrafías numeradas y firmadas por el artista figurarían en la edición numerad de Fantasma de una lejana fantasía.

Sin olvidar la admiración de Tovar por los dibujos y acuarelas de Félix Gontier, años después se me ocurrió hacer un libro objeto de 15 ejemplares con dibujos intervenidos por Cocó. A Félix Gontier le entusiasmó la idea y me entregó 8 dibujos, escribí los textos en 2003. Se prepararon las planchas para las serigrafías sobre papel Velind’Archey una vez impresas el artista intervino los dibujos sirviéndose de su paleta de colores dando como resultado a Huellas de amor que unos meses más tarde la Fundación Igneri hizo una edición popular de Huellas de amor (2004), con prólogo del poeta José Mármol, “El puente y la cópula”; este texto de José Mármol aparece aquí in-extenso para darnos una idea de que la frontera entre la plástica y la escritura es muy delgada, imperceptible diríamos.

Félix Gontier, tercer Premio de Pintura E. León Jiménez en 1966, fue también, junto a Thimo Pimentel, miembro fundador del grupo Proyecta. La calidad de sus dibujos y su destreza en el dominio de la acuarela se aprecian en los dibujos de Huellas de amor que ilustran este homenaje in memoriam.
Guillermo Piña-Contreras

*Presentación de José Mármol al libro-objeto Huellas de amor de Félix Gontier y Guillermo Piña-Contreras, Santo Domingo, Memoria Viva editorial,2ª edición, 2023. 64p.