Profesor-Investigador,
PUCMM[1]
a La misión de los estudios generales, más que la de revestir de teorías y destrezas tecnológicas al individuo, es la de cultivar y desarrollar en cada estudiante sus sentimientos, afectos y emociones hasta convertirlos y hacerlos cónsonos con mejores patrones de comportamiento cultural y óptimas prácticas cívicas y de apreciación estéticas.
A todas luces, en contextos donde las tensiones sociales vienen abonadas por la falta del debido desarrollo emocional del foro interno de cada uno, la labor académica de dichos estudios propedéuticos resulta ser ardua e inaudita en la actualidad histórica de nuestras sociedades. Vivimos autoexplotándonos, con el pie puesto en el acelerador.
En especial, a la hora de soslayar la humanidad de cada uno de nosotros y apresurarnos a mantener el ritmo y apropiarnos los frutos de la revolución científico-tecnológica.
Pero atención, la velocidad de la vida no es del todo nueva. Ya en 1930 el economista John M. Keynes, opinaba lo que ahora suele visualizarse como el pan nuestro de cada día; a saber, que “por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente: cómo utilizar su libertad de las preocupaciones económicas apremiantes, cómo ocupar el ocio, que la ciencia y el interés compuesto le habrán ganado, vivir sabiamente. y agradable y bien «.
Esa misma expectativa permanece en suspenso. El historiador israelita Yuval Harari recapitulando su breve historia del Sapiens advierte que este semi dios ni siquiera sabe hacia dónde va. Los cambios hoy día son tan vertiginosos que ni siquiera estamos en capacidad de caerle atrás a tantas y tan profundas transformaciones.
Por eso me atrevo a decir que el tiempo se acelera debido al efecto de la “Reina Roja” (Matt Ridley) según el cual -desde una perspectiva evolutiva- la vida en la tierra debe competir para mantenerse viva. Los depredadores y las presas están en una carrera sin fin para desarrollar nuevas habilidades y evitar la extinción. Los conejos que desarrollan orejas más largas para escuchar a los zorros sobreviven más.
Los zorros que desarrollan patas más fuertes para correr más rápido capturan más conejos y no mueren de hambre. Y así evolutivamente en lo sucesivo, hasta el infinito de un Omega que no se avizora de no ser por el cambio climático.
(b) En cualquier escenario, a tal punto ha llegado la cosa que ya no se habla como hace apenas tres décadas de la sociedad de la información, la comunicación y la inteligencia, sino de la desinformación, la post verdad y el fake news, tanto como de la futurible inteligencia artificial y del añejo Homo sapiens de antaño.
El dataísmo que separa al Homo sapiens de su destino se alza como raya de Pizarro entre ambas versiones de la realidad.
De acuerdo a autores como Harari y sobre todo Byung-Hul Chan, el dataísmo es una forma de conocimiento que con su cálculo analítico anula el pensamiento humano.
“No existe un pensamiento basado en los datos. Lo único que se basa en los datos es el cálculo… Los macrodatos hacen superfluo el pensamiento porque si todo es numerable, todo es igual… Estamos en pleno dataísmo: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba”.
He ahí la contra-inteligencia de sí misma. Ese nuevo fenómeno de civilización, común a cualquier sociedad contemporánea e independiente de su posición geográfica y nivel de desarrollo, no se enfrenta proponiendo dar marcha atrás y regresar al pasado. No hay vuelta atrás en las manecillas del reloj, tampoco regreso al paraíso terrenal ni forma de buscar refugio fuera de la cueva de Platón, saliéndonos de las redes sociales.
A ese propósito reflexiona Han, “No podemos negarnos a facilitarlos: una sierra también puede cortar cabezas… Hay que ajustar el sistema: el ebook está hecho para que yo lea, no para que me lea a mí a través de algoritmos… ¿O es que el algoritmo hará ahora al hombre?… Necesitamos una carta digital que recupere la dignidad humana y pensar en una renta básica para las profesiones que devorarán las nuevas tecnologías”.
(c) A la luz de lo que precede, el reto consiste en reconocer la idea del bien y adentrarnos entonces en la oscura espesidad de una fosa de credos y opiniones con el propósito final de rescatar a un sinnúmero de cautivos igualdados por la ignorancia y la cacofónica repetición de afirmaciones sin pruebas que la avalen.
El mundo de la “re vera” es mucho más que data, mercadeo y algoritmos. Para reconocerlo y admirarlo se requiere que la especie humana sea reconocida por lo que es -humana- gracias a seres libres, pensantes, contemplativos y solidariamente éticos.
Para lograrlo, las universidades, y a la cabeza sus sistemas de estudios propedéuticos tienen que replantear su pedagogía, objetivos educativos y los currícula que proponen.
Es ese fin el que requiere que se le otorge más importancia que la que hasta ahora se le presta a la formación ética y estética de todos los estudiantes sin excepción. Formación orientada al desarrollo del sentido práctico del bien, de la solidaridad a ultranza y de la belleza de todo, como conditio sine qua non para darle consistencia y profundidad al sujeto humano en tanto que dotado -a modo de sustrato a uno u otro adiestramiento profesional- de la conciencia de ciudadanía requerida para el buen funcionamiento de la vida en democracia.
De no materializar ese fin, empero, seguirá guardando toda su relevancia la aseveración de Antonio Gramsci a mediados del siglo pasado. A modo de obertura a aquel estado de idiotez del que se habló anteriormente:
“Lo que ocurre, el mal que se abate sobre todos, no se debe tanto a la iniciativa de los pocos que actúan, como a la indiferencia de muchos” (que desconocen que) “quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano ni de tomar posición”.
(d) Como forma de romper la inercia del conformismo, la educación superior universitaria no puede seguir dependiendo de la transferencia y atiborramiento de datos, cálculos, teorías, leyes naturales o normas sociales y versos, al estudiantado. Esa simple acumulación de conocimientos más o menos especializados está mejor dotada y es más fácil de adquirir a la vuelta de la esquina en cualquier centro de datos, biblioteca digital y computadora provista de más memoria, información y capacidad de análisis que la de cualquier cerebro humano.
En lo adelante se trata de diferenciar un tipo de aprendizaje en el que se privilegia -de un lado- la acumulación de “facts” e información para dotar al estudiantado de capacidades, y -del otro- el rescate de la humanidad de nuestro ser, de su capacidad no solo racional sino también afectiva, debido a su conciencia, voluntad y comportamiento humano cívico y democrático.
En ningún contexto aparece tan evidente ese desafuero como en el ámbito de la democracia, debido al inútil esfuerzo universitario de lustrar con barniz las conciencias estudiantiles; como si el hábito hiciera al monje. La costra de idiotez que desde la perspectiva griega envuelve a un alto número de conciudadanos en nuestros regímenes electorales y representativos no se remueve ni subsana con una educación formalmente preocupada en habilitar al estudiantado de útiles para integrarlos como competitivos y valiosos profesionales en el mundo laboral.
Pero no por tal desafuero minimicen el inquebrantable vínculo entre universidad y democracia.
La educación universitaria es hoy por hoy, si no el principio, sí la columna fundamental de la cultura democrática, pues sus estudios generales son el pilar para remover la poltronería ciudadana. En efecto, si la educación universitaria y sus estudios propedéuticos formaran a sujetos libres y con valores éticos de raigambre democrática no habría razón humana capaz de explicar el statu quo tambaleante de nuestras alegadas democracias en buena parte de todo el hemisferio americano. Y mucha atención, digo tambaleante porque hoy día basta una burda falacia argumentativa como las de Donald J. Trump, desde Washington D.C., para confundir el día y la noche, la vida y la muerte, la victoria y la derrota, los otros y los peores.
Habrase advertido también que correlaciono universidad y régimen político porque, al fin y al cabo, ¿acaso no es objetivamente verificable que la casi absoluta toma de decisiones y ejecuciones, así como la supervisión y calificación justa de lo decidido, no están en todas las sociedades americanas en manos de egresados de una u otra facultad universitaria?
Puesto que ninguna inteligencia artificial nos hace ser consciente y volitivamente mejores ciudadanos en la práctica; y segundo, dado que la educación contemporánea -preocupada por su salud financiera en lo que termina atiborrando a cada profesional in fieri de datos e información, la pregunta a responder es y sigue siendo, ¿cuál es el valor instrumental de los estudios iniciales de nuestras universidades en el contexto de la modalidad democrática implementada por doquier?