Los que nacidos en los últimos 50 años del siglo pasado nos ha tocado ser protagonistas del descalabro social y moral de la humanidad en que no solo las guerras y la política desenfrenada de las ambiciones ha apartado a los seres humanos de sus tradicionales costumbres.
La moralidad, tal como era conocida, aceptada y practicada se ha desvanecido dando paso a una nueva conducta del egoísmo de aplastar a los demás y que tan solo prevalezca el ego de cada ser humano arrollando por completo el espacio ajeno que correspondía al desempeño de las actividades para lograr un sustento digno.
Ya no existen los afectos que reinaban en los hogares que desde el más humilde hasta los mas encumbrados se destilaba un afecto por las buenas relaciones entre padres e hijos. Y al igual con los vecinos donde la compactación de la sociedad era un hecho que permitía una mayor familiaridad entre los pertenecientes a un mismo sector familiar. La cooperación mutua era la costumbre distintiva para el buen vivir apoyándose en sus necesidades y en sus abundancias.
El caso dominicano es muy peculiar en el comportamiento de los integrantes de los barrios, de las modernas urbanizaciones y las exclusivas burbujas residenciales de familias superando la pobreza erigiéndose verdaderos palacios que para 1961 no se concebía su existencia. Estas se desencadenaron cuando la dictadura desapareció y se inició el destape al mundo libre. Esta apertura nos trajo lo bueno y lo malo de la democracia y de la libertad. Llegó lo bueno y lo malo del desarrollo económico en libertad, esto nos cubrió por completo y se aprendió mucho con la apertura que llevó a miles de dominicanos para Estados Unidos y a otros países mas desarrollados, y de allá llegaban con sus vicios y virtudes de rasgos desconocidos en una sociedad muy opaca salida de una feroz dictadura que se abría al mundo. Las nuevas costumbres trajeron el desarraigo de la unidad familiar.
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La unidad familiar desapareció y los hijos rara vez se sometían a la tutela familiar. Ahora eran entes independientes que buscaban la forma de captar dinero para sus vicios o sus necesidades económicas mas perentorias. Así dejaban a los padres sometidos a la angustia de verlos llegar con los cuerpos ensangrentados por el sendero que escogieron para enriquecerse.
Ahora son entes independientes del núcleo familiar que buscan como sea posible el bienestar que se deriva de los negocios ilícitos fruto de los que se derivan de las drogas, el lavado de dinero o trafico de mujeres.
Estas actividades, productivas de mucho dinero, atrajo a las juventudes de la región. Con el nuevo siglo todo lo bueno y lo malo del desarrollo llegó a raudales y este país se vio envuelto en esa corriente continental de que ya no se respetaba la autoridad del hogar.
Ya no había exclusividad en la captación del dinero y las ciudades florecían y crecían a ojos vista convirtiendo las calles estrechas en infiernos para la circulación y para el estacionamiento.
Era una abundancia de dinero que no se concebía como un ingreso sano y el limite de los edificios era el cielo. Eso aceleró la separación de las familias en que ya era una constante el irrespeto de las nuevas generaciones por sus padres.