La historia del temible Servicio de Inteligencia Militar (SIM) estuvo marcada por la sombra de la tortura, la delación y el crimen durante la dictadura de Trujillo. Este órgano, adscrito a la Secretaría de Estado de Seguridad, al igual que la Policía Nacional, el Servicio de Inteligencia del Exterior y la Inmigración, operó durante cuatro años, desde su creación en 1957 hasta la caída del régimen en noviembre 1961. Con anterioridad, se habían implementado otros organismos de inteligencia como el Servicio de Inteligencia del Ejército, el Servicio Secreto de la Policía o el Servicio de Seguridad de la Secretaría de Interior y Policía, pero durante el referido período, fue sobre este organismo que recayó la función de investigar y controlar las actividades de la oposición política.
A lo largo de su existencia, el SIM se destacó por fomentar un clima de terror y desconfianza que dejó profundas huellas en la sociedad dominicana. En su historia, resalta la figura del teniente coronel Johnny Abbes García, quien fuera nombrado director general en todas las áreas del departamento, el 28 de mayo de 1958. Sobre este oficial, el general Arturo Espaillat, primer director del SIM, en su libro Anatomía de un dictador, lo describe en sus cualidades personales como “inteligente, enérgico y sin entrañas”, siendo responsable de convertir el SIM “en un aparato temido y odiado tanto por civiles como militares”, pues, “por primera vez, la República Dominicana padeció una brutalidad organizada a escala masiva”.
Desde esa perspectiva, el SIM se erigió como el brazo de terror del régimen trujillista, cuya misión principal consistía en salvaguardar la estabilidad del Estado y neutralizar cualquier foco o iniciativa de resistencia política a nivel nacional. En lo que se refiere a su modus-operandi, el Dr. Rafael Valera Benítez, en su libro Complot develado, señala que “los equipos que actuaban patrullando en los Volkswagen el país entero, región por región y ciudad por ciudad, a base de un complejo y bien organizado cuadro de personal con turnos rotativos e itinerarios prefijados y cada cepillo -los carritos Volkwagen- estaba dotado de un transmisor que remitía a la estación central situada en “La 40” la última novedad”.
Entre los mecanismos de control que se pusieron en práctica, la delación se convirtió en una herramienta fundamental que alentaba activamente a los ciudadanos a informar sobre cualquier actividad “conspirativa”. Esta práctica se extendió a todos los ámbitos de la vida cotidiana, permeando todos los estratos sociales y generando un ambiente de constante vigilancia sobre la población, tal como lo indica el historiador Roberto Cassá en el capítulo titulado “El proceso político de la segunda mitad de la dictadura (1945-1961)” en el tomo V de la Historia General del Pueblo Dominicano. Cassá explica que el SIM debía “constituir un cuerpo omnipresente, llamado a penetrar en todas las instituciones gubernamentales, en los más diversos lugares del país, personas sospechosas, entidades privadas y aún espacios problemáticos en el exterior… empezando por los propios funcionarios públicos”.
Es precisamente por esta vía que fue desintegrado el Movimiento Clandestino. A partir de los datos recogidos por Roberto Cassá en sus entrevistas, la delación pudo tener diferentes causas. Para Marcos Pérez Collado, el practicante de medicina Andrés Norman, residente en el batey Las Pajas, del Ingenio Consuelo en San Pedro de Macorís, llevó la información al SIM por miedo a represalias, mientras que José Reyes lo vincula a un acto de lealtad ideológica con el régimen o con la esperanza de obtener beneficios económicos, ya que a su parecer “Norman era un informante social del SIM”. Ciertamente, el SIM sabía cómo explotar estas motivaciones, creando un tejido de complicidad y miedo que penetró en toda la sociedad.
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Así pues, desde el día 11 de enero de 1960, se inició la gran redada tras los catorcistas, principalmente en la Línea Noroeste, incrementándose el número de apresados y la intensidad de las torturas, llegando a su punto más alto el día 19, “hasta que casi se paralizaron del todo después del día 22”.
En total, nos dice Roberto Cassá “fueron apresadas más de 400 personas, de las cuales varias decenas fueron liberadas a los días u horas, aparentemente a causa de la decisión de Johny Abbes de detener la redada. De ellos, entre 50 y 80 fueron ejecutados en La Cuarenta y El Nueve; cerca de 300 fueron sometidos a la Justicia y algunos de estos luego asesinados”. Agrega Cassá, en su libro sobre Los orígenes del Movimiento 14 de Junio, que “en Complot develado aparecen las fotografías de 299 personas; en Crímenes se reproducen las declaraciones de 283 presos, aunque salen 288 nombres en el índice… Esas discrepancias se pueden deber a los crímenes perpetrados o a conveniencias del régimen, como el desistir del procesamiento de las mujeres o las manipulaciones en relación con los religiosos”.
A nivel territorial, la composición geográfica de los detenidos del Movimiento Revolucionario 14 de Junio que entregaron la declaración escrita a la Justicia fue la siguiente: Santo Domingo (97), Monte Cristi (46), Santiago (35), San Pedro de Macorís (17), Hermanas Mirabal (17), Espaillat (12), San Juan de la Maguana (9), Valverde (9), San Francisco de Macorís (7), Baní (7), Puerto Plata (7), La Vega (6), Barahona (6), La Romana (4), El Seibo (1), Azua (1) e indefinido (2). En lo que refiere a la categoría de edad, se aprecia una gran incidencia de la juventud, ya que el 65% de los miembros no pasaba de los 30 años, véase: 20 o menos (26), 21 a 25 años (86), 26 a 30 años (70), 31 a 35 años (49), 36 a 40 años (28), 41 a 50 años (13); más de 50 años (6); e indefinido (5). Finalmente, en la estructura sociolaboral se aprecia una composición muy variada compuesta de estudiantes (65), profesionales universitarios (38); empleados privados, públicos, oficinistas (59); agricultores, obreros, mecánicos (45), hacendados, propietarios, industriales, comerciantes (19) y trabajadores por cuenta propia (24), entre otros.
La tiranía se ensañó contra los jóvenes catorcistas, algunos de los cuales pertenecían a familias cercanas a Trujillo. Esto provocó que, paradójicamente, se detuviera la masacre en las cámaras de tortura, y el saldo de muertos, desaparecidos y torturados fuera menor.
Dr. Amaurys Pérez
Sociólogo e historiador
UASD/PUCMM