La elección de Javier Milei en Argentina expresa con exactitud la fatiga ciudadana y una apuesta interesante alrededor de la tesis de que «se vayan todos». Además, la lógica reacción del estómago y urgencias económicas frente al indefendible fenómeno de la hiperinflación. En un país con 142% de inflación y un 40% de su gente por debajo de la pobreza, resulta cuesta arriba habilitar la posibilidad de éxito político.
Lo atractivo del proceso argentino se desprende de un resquebrajamiento de fuerzas hegemónicas que, como el peronismo, consiguió permanecer en el poder con bastante efectividad y articular un relato de visiones disímiles desde lo presidencial, pero en capacidad de preservarse en el poder.
Ahora, la retórica antisistema tendrá la oportunidad de liderar desde la gestión gubernamental con un variopinto de intereses y agendas, con los bolsillos llenos y una representación congresual y gobernaciones, con la cuantía de influencias para obstruir un cuerpo de ideas y conceptos económicos que serán la base de armonías y desencuentros.
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Desde Alfonsín hasta De la Rúa, pasando por Alberto Fernández, los argentinos han padecido los efectos de un empobrecimiento y descenso en los niveles de vida de los ciudadanos, irónicamente, fuente de poner los ojos en nuevas opciones que, aunque colindan con el ominoso pasado golpista, sirven de vehículo para el castigo de un “status quo”, altamente comprometido con la corrupción y el descrédito de las instituciones. Y es innegable que, una fuerza electoral justicialista dilatada en el poder, creó el ambiente indispensable de sumas y alianzas opositoras, discrepantes en sí, pero decididas a impedir la continuidad del peronismo.
El dilema de los éxitos electorales, estructurados en el marco de olas, carecen de sostenibilidad en el largo plazo debido al irresponsable cálculo de los vicios imputados a sus rivales. Así lo hizo Bolsonaro, Trump y posiblemente Meloni. En esencia, resultan respuestas frente al hastío, nunca visiones articuladas más allá del peso específico de su líder.
Nos guste o no, Javier Milei es el vengador social que nos acecha, siempre apto y con las destrezas de poner en contexto las falencias de modelos partidarios que sirven a sus élites, engañan a la población y descarrilan la democracia.
Finalmente, ha ganado el síndrome del hastío. Y la gente, mucho más inteligente que sus cúpulas políticas, ha demostrado el enorme poder que descansa en los que saben castigar a conservadores o liberales que los engañan, se aprovechan de ellos en tiempos de campaña, les incumplen y faltan al compromiso de honrar con sus acciones el voto de confianza depositado en ellos.