Con “El sueño era Cipango» (2002) Bruno Rosario Candelier entra en la novelística dominicana con una novela de factura histórica. En rigor, llamo novela histórica aquellas que relatan acontecimientos del pasado (que podemos entender a partir de huellas) que son significativos para los lectores contemporáneos del escritor.
Esta novela tiene la novedad de desarrollar “La imaginación insular” (Candelier, 1983) en uno de los espacios de nuestra memoria histórica: la fundación de La Isabela, primera ciudad hispánica en el Nuevo Mundo, y el acontecimiento social y político de la sublevación de Roldán, contra las ejecutorias de Cristóbal Colón en los primeros años de la conquista. Además, es una obra que presenta las ideas de Rosario Candelier en su movimiento interiorista, por lo que se hace también de una narración histórica una novela de tesis, en la que prima el mundo intelectual que domina a la cotidianidad. Esto da sentido a las acciones humanas, propias del género.
El tema de la primera ciudad no ha sido tan novelado en nuestra cultura, baste ir a algunas obras para encontrarlo: en “La navidad, memorias de un naufragio” (2016) Marcio Veloz Maggiolo se aproxima a la ciudad y sus primeros conflictos. En “Tres leyendas de colores» (1948), Pedro Mir simboliza el tema de Roldán como la primera revolución que se dio en América. Lo demás son referencias que nos llevan a las crónicas y a la historia, basadas en la “Brevísima historia de la destrucción de las Indias (1542), de fray Bartolomé de Las Casas, o “Historia General y Natural de las Indias” (1853), de Fernández de Oviedo…
La novela simboliza la organización de la primera ciudad de América. De la que podemos sacar algunos datos sintéticos: fue fundada a orillas del río Bajabonico, frente al Atlántico, hacia 1494, producto del segundo viaje de Cristóbal Colón, en la que se estaba la figura de fray Boyl, quien canta la primera misa.
Este es quien inicia el discurso que en que se basó la defensa que realizaron los dominicos de los aborígenes: la idea del cristianismo frente a los excesos de los colonizadores. Lo que lleva a Rosario Candelier a proponer una Teodicea en el Caribe, a partir de una comunidad, cuya utopía está basada en la espiritualidad y la hermandad cristiana. Y destaca una cierta oposición a la organización capitalista de la sociedad.
En su imaginaria disposición arquitectónica, Rosario Candelier presenta la erección del Convento con “amplias celdas para la meditación de los frailes”; un atrio entre el templo y el convento, luego la sala Capitular y la Biblioteca. “En un segundo nivel había una sala de lectura”, construcción dispuesta por el fray Bernardo Boyl. Luego nombra a los funcionarios: el virrey y gobernador de La Española, el capitán general, el presidente del cabildo, etc. Le sigue la situación de escasez de productos comestibles, tema de Las Casas, y que también presenta Veloz Maggiolo, como parte de las querellas de los seguidores del alcalde Francisco Roldán contra la administración del Almirante.
La belleza de las indias y el deseo de los peninsulares por ellas tomará varios pasajes de los primeros capítulos, en los que aparecen ideas escolásticas que se enlazan con elementos espirituales, sensualidades y posturas metafísicas, lo que inclina la obra hacia el elemento intelectual, espiritual y cristiano del que hablamos en párrafos anteriores.
El relato histórico sobre este contexto sufre por momentos ampliaciones e interpretaciones que ponen sobre la mesa la discusión sobre la historicidad de la obra y la acronía de ciertos pensamientos e ideas.
Aunque esta podría aparecer como contraproducente para algunos lectores: sobre todo los que están dominados por el correcto relato de los hechos del pasado. Debo señalar que no es un defecto y que otros novelistas lo han usado. El autor busca en mayor medida ceñirse a los acontecimientos de la Historia, pero, por sus deseos intelectuales, en algunas ocasiones las ideas y planteamientos parecen ser muy propios de otras épocas. En especial cuando trata temas políticos, los que remiten a la situación actual de la política dominicana.
Al fundarse la primera ciudad, se estaba entrando en la historia del ágora y en la polis en América con la existencia de distintos discursos, en los que ya estaban los temas de la liberación, la esclavitud, la salvación del alma, la fe, la codicia… y, en gran medida, la corrupción y el enriquecimiento individual: “ Y hemos observado que la ambición de oro y hacienda ha arrojado el corazón de los conquistadores, y nosotros, hermanos, debemos prevenirles”, dice fray Boyl. “La codicia, la rapiña, la corrupción se está apoderando de todos en La Isabela. Estamos a tiempo para frenar esa concupiscencia por los bienes materiales” (29).
La Isabela será un microcosmo de aspiraciones en la que la visión apostólica tiene hacia el cristianismo primitivo que en la historicidad de los lectores de la novela parece coincidir con la teoría de la liberación y los reclamos que se le hacen a la jerarquía católica en la actualidad. De ahí que la obra exponga, por una parte, las acronías históricas e intelectuales, y, por otra, la historicidad de hechos e ideas. Lo que la hace, además de controvertible, interesante.
La novela enriquece su contexto con las exposiciones sobre la cultura y las costumbres de los indígenas, nada más y nada menos que por el relato presente de fray Ramón Pané, el humilde fraile que aprendió la lengua de los indios e intentó comprender su alma y explicarla a los conquistadores. La Isabela será el espacio de lucha de los caribes contra los hispánicos y la fracción de Roldán contra el Almirante. La primera ciudad de América incendiada, destruida por las apetencias personales de unos colonos que no seguían los preceptos religiosos, fue consumida por todas las plagas traídas a América por los peninsulares.
La destrucción de la Isabela busca reforzar varios relatos que se dirigen a la sociedad del futuro. La ciudad es asiento y comienzo de la historia de los dominicanos. En lo político queda inscrito el destino: “Recordé el primer día de nuestro arribo [dice el narrador buscando cerrar la leyenda] y lo que dejamos atrás era la sombra de un sueño” (255). La Isabela es vista como el espacio de la utopía de América. La ciudad será un símbolo del fracaso. “Me duele este fracaso. Aquí se queda un pedazo de mi vida”, exclamó Miguel (257).
El incendio de La Isabela, como el de Roma, se le achaca a las actuaciones pervertidas. El pesimismo y la búsqueda de una esperanza tienen su final en la trascendencia. Con lo cual el autor une las ideas interioristas a la fatalidad de las luchas humanas y coloca la solución en la trascendencia. Es posible pensar que lo social y lo utópico han fracasado y que solo la trascendencia puede darle sentido a la vida. Aun así, los personajes siguen buscando otro espacio en Santo Domingo o en América donde realizar su sueño; porque el sueño era Cipango.
En síntesis, esta novela histórica de Bruno Rosario Candelier logra tejer un relato de los primeros años de los colonizadores en tierra americana. Su narración de la fundación de la primera ciudad, las contradicciones entre indígenas y españoles y entre la naciente sociedad política, puso en juego todas las ideas y la cultura de España en el continente. El autor ha realizado además, una novela de tesis para mostrar sus ideas de religiosidad y misticismo.