Ni la represión balaguerista ni los enemigos internos pudieron evitarlo
La integración de Jacobo Majluta como aspirante a la vicepresidencia de la República, en 1977, fue posible gracias a una astuta estrategia de Milton Ray Guevara y Sonia y José María Hernández pues el político “daba visos de que quería renunciar”, presionado por los seguidores de Salvador Jorge Blanco, quienes “hicieron de todo” para que el elegido desistiera y fuera el abogado santiagués quien ocupara su posición.
Obtuvieron la foto de la precampaña donde aparecían Majluta y Antonio Guzmán con sus manos levantadas y entrelazadas, sacaron un calendario con esa imagen y lo distribuyeron como forma de comprometer a Jacobo, relató Sonia Guzmán de Hernández, la hija del expresidente. Ella, su esposo y Ray se movilizaban a lo interno y fuera del Partido Revolucionario Dominicano “llamando especialistas en cada área”, asesorando al futuro mandatario, convenciendo a las bases y a la dirigencia.
“Finalmente Jacobo se convenció de que Salvador no iba a pasar, se incorporó y montamos una campaña desarticulando a Balaguer”, resaltando “todo lo que se veía de positivo” en una gestión de Guzmán Fernández.
La respuesta del líder reformista, significa, “fue de una represión brutal” contra el PRD. Agrega que atacaron las caravanas, los mítines, “todo el accionar. Salimos bajo tiros de muchos lugares, hubo apresamientos, golpes, medios de comunicación prácticamente cerrados para nosotros” y los empresarios negados a apoyarlos.
“Un solo empresario, Pepín Corripio, aportó a la campaña de papá, los demás enviaron sumas pírricas y papá se las devolvía. Nadie creía que Antonio Guzmán le ganaría a Balaguer”, exclama.
Don Antonio enajenó “parte de su patrimonio y con eso se solventó”. Vendió 60 vacas a mil dólares, porque “nadie daba nada, nadie creía que podía ganar”.
La dura campaña. “Papá nunca se mudó a Santo Domingo, hizo su campaña desde aquí, su comando estaba en esta casa”, revela Sonia Guzmán, refiriéndose a la mansión familiar de Santiago.
El candidato viajaba dos o tres días a la capital y “su único escenario en los medios de comunicación era Tribuna Democrática, al que comparecía semanalmente a pronunciar “discursos sobre temas específicos de lo que iba a ser su gobierno”.
Poco a poco, agrega, los periódicos “se fueron haciendo eco de sus pronunciamientos en la medida en que la campaña iba prendiendo”.
“Se dice que Balaguer leyó el resumen de una de las intervenciones en la que exponía la poca atención a la producción y cosecha del tabaco rubio, enumerando cifras, exponiendo el débil apoyo del sector privado y lo poco que había hecho la Compañía Anónima Tabacalera”. Balaguer regresaba de Villa González en helicóptero y al enterarse, desde la aeronave en vuelo, “decidió destituir a Chino Almonte, presidente de la Tabacalera”.
“Algo muy serio”. “Yo quería y abogaba porque papá se quedara en Santiago después de votar, pero él me argumentó que los medios de comunicación y las embajadas estaban en Santo Domingo”.
En el trayecto desde Santiago, recuerda, “nos encontramos con cantidad de pancartas, sábanas y banderas blancas, lo que nos dio el indicio de que habíamos ganado. Y todo eso era espontáneo, la gente no sabía que papá iba ahí, era el entusiasmo, la decisión de sacar a Balaguer del poder”.
Conserva en su mente el más mínimo detalle de este proceso en el que dice que don Antonio luchaba contra dos enemigos: un sector del mismo PRD que exponía públicamente supuestas limitaciones políticas e intelectuales de Guzmán y la agresiva y poderosa avanzada balaguerista que lo atacaba con dureza, no solo con irrupciones armadas en recorridos y manifestaciones sino con el verbo malévolo del presidente Balaguer que pretendía quedarse en el Palacio.
Llegado el momento del conteo de los votos “la estrategia de la Junta Central Electoral fue contar primero a Piantini y San Isidro”, recuerda Sonia sin explicar las razones de esta decisión, pero, como si la viviera, exclama: “¡Y barrimos!”.
A las 12 de la noche “papá dijo: ‘me voy a acostar, mañana será un día duro, ya yo soy Presidente”. Y se retiró a su alcoba. Ella no quería marcharse, pero el esposo le razonó: “Sonia, si el dueño de la fiesta se va a dormir, lo mejor que hacemos es irnos”.
No pasaron tres horas cuando timbró el teléfono: la hermana de José María contestó la llamada “de un señor con acento extranjero” queriendo hablar con la hija de don Antonio. Sonia lo saludó y escuchó la recomendación del interlocutor:
– ¡Saque a los niños y llévelos a un lugar seguro, que en el país está pasando algo muy serio! -. Era un funcionario de la embajada norteamericana.
Los Hernández Guzmán estaban hospedados con Iván José y Carlos Antonio, sus niños, en Los Prados, en casa de Eunice, hermana de José María, y don Antonio y doña Renee se quedaban donde Silvestre, hermano de Guzmán, en el mismo sector.
Después de avisar a sus padres, Sonia entregó a los pequeños a su cuñada, que los ocultó en Manresa, y se reunió con los Guzmán Klang. Don Antonio comentó: “La cosa está encandelá” y a las cuatro de la madrugada decidieron ir a la residencia de un amigo “pero papá me dice: ‘quiero pasar frente a la casa de Milo”. Se refería al vicealmirante Ramón Emilio Jiménez, exsecretario de las Fuerzas Armadas.
“¡Había una de tanques de guerra, jeeps con metralletas y una efervescencia militar como en una guerra!”, recordó Sonia.
A llegar a la residencia del amigo, don Antonio, que lucía calmado y sin temor, despachó a sus guardaespaldas, quienes lo abrazaron “como si hubiese sido una despedida de muerte” y el Presidente electo les razonó que harían poco con 20 revólveres frente a la aparatosidad militar. Sus armas fueron introducidas en el baúl del auto de Sonia, que fue abandonado en un parqueo público de Naco.
Se reunieron con Majluta, “que vivía cerca de la UASD, donde comenzamos a hacer contacto con la OEA y gobiernos amigos”. Se enteraron de que “los militares asaltaron la Junta y que suspendieron el conteo, pero todos nuestros delegados tenían las actas y las habían escondido. No había forma de ocultar los resultados”.
“Era el país militarizado, con gente represiva”, señala. Empero, afirma que “hubo oficiales que plantearon a Balaguer que no se podía reprimir un país y Balaguer aceptó”.
Don Antonio se impuso, pero gobernó con un tremendo obstáculo que la tradición ha registrado como “el Fallo Histórico”: Balaguer “Se quedó con el control del senado. Esa fue la salida”.