Impensable en otro tiempo, cuando jugábamos con la posibilidad de ser buenos. Desde el “Santo Domingo no problem” hasta la supuesta amabilidad criolla, la ficción unía. El tiranicidio dejó huellas de dolor, temor y odio, poco a poco la nación se acotejó, muchas culpas repartidas sin arrepentimiento provocaron la negociación del oportunismo. El odio debía erradicarse para intentar reconstruir entre escombros. Juan Bosch lo advirtió cuando llegó al país y recreó a Martí con aquella glosa de “no se puede vivir como la hiena en la jaula dándole vueltas al odio”.
El golpe de estado, los avatares sangrientos en las escarpadas montañas de Quisqueya, la guerra, colocaron de nuevo el miedo y el odio en la carrera hacia la nada. El luto que produjo la violencia durante los Doce Años se convirtió en resistencia suicida hasta la fugaz aurora del 1978. Muchos percibieron que había presos políticos, exiliados, guardias impunes. La ideología y las posibilidades de transformación política y económica determinaban el discurso. Ocho años de PRD al mando condujeron al retorno de Balaguer y los odiadores se encargaron de pedir cuentas y sembrar la cizaña adecuada para convertirse en referencia. El ascenso del PLD y la agonía de los caudillos dominicanos transfirió a otras manos el liderazgo. Recuperó espacio, de manera subrepticia, en “El Nuevo Camino” el estilo malevo de un difamador y odiador conspicuo que atemoriza y extorsiona con una oratoria viperina. Entonces, el albañal inmundo de las redes, consciente de la impunidad que protege a los odiadores, replica el estilo y lanza sin pausa los dardos del odio y la mentira. El odio y los odiadores triunfan.
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Repetir monsergas piadosas lunes de pascua, parece ridículo, no vende, ni capta atención. En otra época, el día servía para exhortar la virtud, incitar la resurrección personal después del calvario. Hoy es improcedente, inadecuado porque es el odio que motiva. A mayor cantidad de odio vertido más popularidad se consigue. Vive el odio continuo con el aplauso de los mismos que difunden jaculatorias éticas y rezan padrenuestros para que sucumban los adversarios.
Elegir entre el odio y el miedo para el control colectivo es difícil. El odio permanece. Aglutina sin reparar en diferencias sociales. El miedo puede vencerse a pesar de su secuela, la batalla engrandece. Por eso hay sediciosos, rebeldes, héroes y mártires, exiliados y prisioneros. El miedo implica sumisión, necesidad de que alguien asuma la protección frente al peligro real o creado. Vale recordar algo escrito en “EL odio es peligroso” – 16.XII.2013-CIB-HOY- Laurence Rees en “El Oscuro Carisma de Hitler”, citado por Jacinto Antón, columnista de “EL País”, afirma que el odio era el secreto del führer. “Con Stalin no había reglas para evitar ser asesinado. Nadie estaba seguro. Stalin unía con el miedo, Hitler con el odio». Es más fácil unir a la gente alrededor del odio que en torno a cualquier creencia positiva». El odio, sarna que corroe el alma y persuade, recorre el país. Las consecuencias son impredecibles, sin embrago, muchos celebran que la unificación criolla dependa de ese sentimiento.