La última novela de Mario Vargas Llosa, (Le Dedico mi silencio, 2023), parece un testamento literario. Calza en su última página una nota en la que el autor arrima sus útiles de escritor, por lo menos de novelista. Con esta decisión aspira a terminar una carrera literaria. Y lo hace desde el balcón de donde hablan los recipientes del Premio Nobel.
Aunque no es el desafiante narrador de La casa verde, Conversación en la catedral o al de La guerra del fin del mundo, se ve en esta novela que está escrita por un maestro de la narrativa. La obra se lee muy bien. Y es el regreso de Vargas Llosa al Perú y a ciertas preocupaciones muy peruanas. Pero es también la novela que expone un ajuste de cuentas con el pasado intelectual y político peruano del gran novelista.
La idea desafiante de este texto es buscar un elemento que sirva para definir la peruanidad como un aglutinante mayor. Y el autor no hace construyendo un personaje. Un protagonista que es a la vez un hombre fracasado. No pudo terminar su carrera como académico y se dedicó a escribir gacetillas mal pagadas, a vivir entre la gente común, a escuchar a la gente sencilla. Hasta llegar a la conclusión que el elemento que buscaba para unir a los peruanos estaba en su música.
De ahí parte Vargas Llosa para desmantelar las ideas identitarias y las construcciones culturales de Perú, desde los incas hasta nuestros días. La grandeza peruana en el periodo prehispánico, su construcción mestiza, la visión romántica que buscaba un pasado o en los indígenas o en las tradiciones de los mestizos. A los primeros, los sepulta en el autoritarismo. El discurso dice que no hay nada que buscar en ese pasado caracterizado por la crueldad de los gobernantes. La postura romántica, referenciada en Las tradiciones peruanas de Ricardo Palma, aparece como una pluma en el aire.
…Ahora que aún perfuma el recuerdo…
Esa construcción de la peruanidad es también una visión de América, que busca a veces tocar con su pasado el continente. Extenderse más allá. Lo que me recuerda el proyecto americanista de Haya de la Torre o la poesía de José Santos Chocano. El peruano es entonces en la narrativa de Vargas Llosa, el cholo, el mestizo. Y la búsqueda de sus folkloristas y sus cientistas sociales ha sido definir esa diversidad dentro de un elemento aglutinador. No busca este libro contestar la pregunta de Zavalita en la redacción de un diario en Conversación en la catedral: ¿Cuándo este país se jodió? Aquí aparece bosquejada su forma cultural y geográfica laberíntica, solo retratada de la unidad de la música.
Toño Azpilcueta fracasa en terminar su formación académica y ascender a la cátedra para continuar la labor de folklorista peruano. Se encuentra con el portazo académico, sin embargo, tendrá éxitos en exponer una nueva tesis sobre la unidad de los peruanos: el vals peruano, su música. Es esta la que ha podido unir las clases sociales. Una música que se desarrolla en el siglo XX, que es deudora de los distintos diálogos raciales, que incluye la negritud peruana. Una música de la calle, un blues que también salió de Perú. Y que vio figuras importantes y trascendentes como Chabuca Granda.
Azpilcueta gacetillero, investigador, académico deslucido, es el que procura escribir la historia de Lalo Morfino. Un oscuro guitarrista de vida breve, de una fama que inscribe el mito del vals, es el que permite la reconstrucción de una “historia” de la música peruana. Y que se alterna en la novela encajando un capítulo dedicado al personaje investigador, las peripecias de su vida y la redacción de la obra. El capítulo que sigue indaga las huellas del guitarrista popular e indefinido a partir del cual se busca exponer la idea de que, dentro de la diversidad y extensión del país, es la música el elemento que cohesiona a las clases sociales.
La idea de encontrar lo peruano en los referentes populares cae muy bien en las ciencias sociales latinoamericanas. La metafísica de un elemento identitario que define lo nacional, sea la música o cualquier otro, sumado a la idea de una unidad de clase que pudiera realizar una utopía política, parece más de la ideología de Vargas Llosa. Pero en su conjunto es la crítica de una generación que ha buscado explicar el problema del ser social.
Las referencias identitarias definitorias no las encontrará el autor en el pasado español y en lo indígena. De ahí su crítica a la visión expresada por Chabuca Granda. Las encuentra Azpilcueta, en la música como aglutinante. El éxito de su libro, en el que realiza una biografía de Morfino y expone su teoría, es efímero. Su regreso a la cátedra también lo es. Al final queda junto a una cantante jubilada que corteja inútilmente trocando el barrio popular por el de un Miraflores de clase media. Pero Vargas Llosa no se puede ver sin notar el sesgo irónico de su relato. Un juicio que se hace en el presente. Una clave que hay que buscar para entender la novela como un cierto “mise en abysme” intelectual.
… Jazmines en el pelo y rosas en la cara …
Al final sabemos que la vida académica puede llevarlo muy lejos, pero termina en fracaso. El pueblo puede celebrar y acoger las ideas de Azpilcueta en la medida en que Morfino es uno de ellos. Un tipo abandonado. Que viene de la basura, de las ratas. Y los académicos al final solo son esas ratas que no dejan que las ideas se desarrollen. Como antiguallas buscan conservarse en su gremio de luchas pequeñas. Vargas Llosa parece regresar a su Perú para cantarle su último vals. Mostrándole su grandeza en lo que menos espera. No en el pasado incaico, ni en sus aspiraciones hispánicas, sino en una música mestiza que los ha unido a todos. Una música popular que es un blue en el que participan todas las clases sociales, que se extiende por la geografía peruana, que une lo más lejano y lo imaginable. Y que produce, en fin, una tesis que agrada, pero termina en otra desilusión.
…Derramaba lisura y a su paso dejaba …
Mario Vargas Llosa ajusta cuentas con los científicos sociales, pero también expone su metafísica social: la búsqueda de la unidad de los peruanos. Un país de cholos, que es en fin el tipo que lo define, según el Premio Nobel. Y ahí se encuentra su venganza. Y la novela parece hacer un paralelismo entre su vida, sus preocupaciones y aquellos con los que se ha encontrado en el camino. La obra es la de un Quijote de nuestras letras que ha triunfado en su locura de aventurarse en componer novelas. Ve a su pueblo desde su pobreza. Ya comienza a encontrar su cordura. Está más clarividente que nunca. Sus armas se encuentran en un rincón, en una esquina. Sin embargo, su camino hacia el final de su razón peruana es doloroso. Porque no encuentra ese grial que tanto buscaba. Ahora debe conformarse con su nuevo destino.
… Y al viento la lanzaba del puente a la alameda…