El voto tiene una historia y un aprendizaje de prácticas incorrectas. La simbolización de su esencia como acto democrático siempre ha sido débil, frágil y cuestionable. Los más de cien años de dictadura dominicana le secuestraron el espíritu al voto. Su legitimidad descansa en un proceso que, ante la vista siempre ha sido transparente, pero el humano siempre se ha encargado de prostituirlo, antes, durante y después del sufragio. Recordar lo traumático del sufragio de las décadas de los 70, los 80 y 90, era literalmente un estrés o una muerte anunciada de cómo el balaguerato ganaba las elecciones o de cómo el voto perdía su ética propia, y también ponía en evidencia las carencias morales del votante.
Los fraudes y los engaños electorales iban desde un robo de urna, la compra de cédulas, los apagones electorales, los listados alterados, los muertos que votaban, los duplicados de cédulas, la tinta que se borraba, los guardias que seguían órdenes superiores, o los encargados y delegados de mesas que se vendían etc.
Sencillamente, existía una cultura de transgresión al simbolismo del voto que lo llevaba a la pérdida del significado democrático.
Esa cultura de la pobreza democrática estimula la práctica de lo incorrecto, del hacer lo que conviene y de ajustar las circunstancias para mantener el sistema independiente de lo que es ético, de lo que es moral, y de lo que es hacer lo correcto aunque no te vea.
El voto debe ser ético, de conciencia, de espíritu, de compromiso, como hábito y como conducta; pero también debe tener credibilidad, transparencia, libertad de elección y respeto a la simbolización que representa. El votante debe ser moralmente responsable, de juicio crítico, libre de atadura y de condicionamiento. El votante no vende su voto porque su moral no se lo permite ni su ética. El comprador del voto no puede hacerlo o no debería hacerlo debido a que es una práctica no ética y moralmente cuestionada, y, por demás, de alta peligrosidad y de consecuencias riesgosas; ambos deben someterse a un sistema de consecuencias institucionales y sociales, debido a que es un delito electoral.
Ahora, puede que el sistema electoral y las elecciones sean más transparentes y éticas, debido a varios indicadores: hay mayor presión por la transparencia desde dentro y fuera del país, los controles son más seguros, la vigilancia es mayor, los jueces son más independientes del sistema partidario, los partidos tienen mayor participación e información de las elecciones. Pero la ética del comprador de cédula y del votante que la alquila o la vende es parte de una patología social de la cultura de la pobreza espiritual y material del ser social dominicano, mas excluido y menos libre para separar la dignidad, la moral y el compromiso democrático.
La ética y la moral son parte de la estructura de lo intangible que le da sustento a la vida, a los seres humanos, a la cultura y al comportamiento social. En los animales existen códigos éticos, en las guerras, en la justicia, en la medicina, en filosofía, en la religión, en todo proceder social debe existir la ética; debido a que impone los limites, lo correcto, lo justo, lo digno, la inclusivo, la equidad y los derechos.
Algún día el voto será ético y el votante moralmente correcto, para parir una democracia fuerte, creíble, equitativa e inclusiva, donde elegir y ser elegido sea un acto ético y moralmente aceptable.