En las relaciones entre los naturalmente irracionales -como en los civilizados- cada especie ocupa un lugar específico.
Evolucionar es el curso natural en todos los seres vivos. Ningún mortal es tan perfecto como para no estar sujeto a los cambios o afinar su existencia a la adaptación. Y todo este movimiento biológico se extrapola a una pugna psicosocial que influye en la coexistencia y posicionamiento del ser humano atendiendo a lo cóncavo o convexo, es decir a su género.
En la época de las cavernas el hombre tenía la labor de suplir los alimentos y la mujer de criar y cuidar a los descendientes. Sin embargo en la naturaleza, precisamente por esta conciencia de la necesidad de cambio y evolución, las X X toman lugar donde los X Y tenían exclusividad.
Está el caso del arquetipado “Rey de la selva”. El león se nos mercadea como el todopoderoso animal dominante, tanto de su entorno salvaje como de su propia manada, a pesar de que su función en la misma se limita a proteger el territorio marcado. La tarea difícil de cazar y cuidar de las crías recae sobre las patas de las leonas, la verdadera cúpula en la pirámide de supervivencia animal de esta especie.
La segunda muestra de evolución femenina la dan los pingüinos emperadores. Es el macho el responsable de empollar el huevo mientras las hembras nadan y caminan kilómetros en busca de los alimentos. Resulta irónico que bajo estas circunstancias, estos mamíferos también son conocidos por ser fieles hasta la muerte.
Más se inclina la balanza en el mundo arácnido. Las hembras son más grandes, fuertes y longevas que los machos. El extremo lo presenta el lagarto liolaemus de Argentina, el cual tiene la peculiaridad de reproducirse sin la ayuda del macho. Es la única especie en la cual el masculino quedó obsoleto.
Otro caso que llama poderosamente la atención es el del hipocampo, mejor conocido como caballito de mar. Este animal acuático es quien se embaraza una vez la hembra de su especie expulsa los huevecillos. Este los incuba por 9 largos meses en su vientre hasta el momento del nacimiento. Mientras la hembra se encarga del cuidado y la protección del portador de su prole.
Ancestral es la forma de vida de las abejas. Una reina comanda las funciones y administración de la miel, mientras los machos viajan decenas de millas en busca del alimento para toda la colmena. Paradójicamente los hombres siempre han admirado la organización con que laboran las abejas, pero ponen en duda la capacidad de una mujer para gobernar.
Y pueden aparecer decenas de referentes naturales donde la mujer ocupa un lugar prominente, a diferencia de la especie más “desarrollada”: los humanos.
En el caso último se mantiene la cultura sexista de que hay patrones que determinan las acciones presentes y futuras de los mortales por tener pene o vagina. Peor aún, existen ámbitos en los cuales se supone erróneamente que son de manejo exclusivo masculino y en los cuales la interferencia de una mujer se considera falto de valor o inclusive desatinado.
Tal es el caso de la literatura y la pintura, por citar algunos, escenarios típicamente dominados por hombres a pesar de ser aspectos de la realidad muy permeados y dependientes de la sensibilidad, una cualidad tradiciionalmente relacionada a la mujer.
Hombres, bomberos; mujer, enfermera; macho, luchador; hembra, modelo; masculino, presidente; femenina, secretaria; caballero, noble guerrero; dama, indefensa princesa.
Con el paso de los siglos las civilizaciones han retorcido el desarrollo de ellas para mantener la hegemonía de ellos. Algunas mujeres han sacado la cabeza, pero los que cuentan las historias se encargan de mantenerlas en el anonimato.
El auge inminente de la tecnología opaca la brecha entre los géneros y permite que el mal llamado “sexo débil” expanda su fortaleza. Ya que la masificación del acceso a la información a democratizado la inferencia y notoriedad de la mujer en su entorno, es imposible detener la marcha femenina y, más temprano que tarde, su inteligencia dominará los músculos.