Un aspecto que me llamó la atención es el uso de la población para el análisis sobre el surgimiento y el derrumbe de los imperios que realiza Gabriel Martínez-Cros en su libro “Breve historia de los imperios”. Estos se desarrollaron en grupos, generalmente pequeños, que se impusieron a otros que no siempre contaban con una gran tecnología, como es el caso del Imperio mongol.
El tema de la población se menospreció en las ciencias sociales por el uso que le dieron fuerzas que buscaban prescindir de grupos étnicos, o planificadores que vieron en el aumento poblacional una carga para el Estado. Esto se convirtió en acciones y metáforas. Mientras que en países periféricos se promulgó el control de la natalidad, en países más desarrollados la clase media se impuso tener menos hijos. Como sucedió en Europa en los últimos cincuenta años. En el caso de China, la política de un hijo único podría acarrear según los expertos una caída en la productividad del gran país asiático (Lamo de Espinosa, 2022).
Países como Francia, Alemania, estarían obligados a resolver por el lado de las migraciones su falta de población que se evidencia en el aumento de edad de sus habitantes (la edad promedio de los españoles oscila entre 45 las mujeres y 42 los hombres; mientras que el índice de fecundidad es 1.19 hijos por mujer, INE).
Martínez-Cros muestra cómo los imperios antiguos dominaron aproximadamente un tercio de la población. En dos espacios postulados por Ibn Jaldún: la ciudad y el desierto. Los sedentarios y los nómadas. Los ciudadanos y los migrantes que, en una postura inversa, salen de sus límites a buscar la ciudad. No digamos que este es un acontecimiento nuevo. Sobre todo, cuando vemos los desplazamientos de las poblaciones centroasiáticas al final del Imperio romano y el inicio de la Edad Media. Los hunos y los ostrogodos son dos ejemplos más cercanos a nuestro entendimiento histórico.
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Los Estados necesitan migrantes, así pueden ampliar las bases de sus impuestos, en el caso de países con una democracia estancada. Necesariamente estos “no ciudadanos”, como ocurre con una masa muy numerosa en Estados Unidos que no tiene “papeles”, no conforman la sociedad política; se les mantiene al margen de la ciudad política, pero además de realizar los trabajos de la economía productivas (Ibn decía que en la repúblicas de nómadas se buscaba el concurso de los extranjeros para todo lo que fuera albañilería, Borges), y que reciben el rechazo de “los establecidos” que, aunque sean de su propia nacionalidad, les rechazan.
En el proceso migratorio, los Estados que se beneficiarán se marcan de lado frente a las migraciones descontroladas. A fin de cuentas, entre más migrantes más impuestos directos, como los “taxes” a los bienes de consumo. También han dejado en manos de grupos (como si fueran sujetos emergentes) que ejerzan la presión del control migratorio. Con esta acción, ganan los Estados al desplazar la presión social desde nivel horizontalidad al vertical. En la actualidad, vivimos profundos conflictos que, aunque tienen su origen en la relación vertical del poder, aparecen en el discurso como fuerzas enfrentadas desde la horizontalidad social. Por ejemplo, las migraciones recientes de haitianos y venezolanos se le achaca a la situación política, a los fenómenos naturales… pero pocas veces se detienen los forjadores de opinión pública a ver los problemas de pobreza y desigualdad en los países periféricos. En síntesis, el Estado ha vendido desde hace años la idea de que los pagos en impuestos se revierten en el bienestar de la población. Pero la clase media, que es la que más impuestos paga proporcionalmente a sus ganancias, rechaza acceder a los pésimos servicios que da el Estado en países periféricos, constituyéndose en definitiva el impuesto en un dolo social.
El problema mundial de la población es interesante. Por un lado, China disminuirá en los próximos años su productividad debido a una proyectada reducción de su población más joven. La India figura como el país sustituto. Aunque al entrar en crisis la globalización, el retorno de las empresas volverán a desarrollar las economías nacionales que, en muchos países, tenderán a la automatización, gracias a la IA y la robótica. Aunque la introducción de la eficiencia digital en la economía puede elevar significativamente el PIB (16% para 2030, unos 13 billones, según informe del McKinsey Global Institute). Pero ese aspecto, que pondría fuera de sus trabajos a muchos trabajadores en los países periféricos, compensaría la falta de población en otros como Alemania y Corea del Sur, la primera por su tasa de edad productiva. Alemania tiene una población que tiene una media es de 47. 8 años, mientras la sureña Corea tiene una tasa de natalidad sumamente baja, su índice de fecundidad, que es el número de hijos por mujeres es de 0.78.
El cobro de más impuestos en países periféricos donde los bienes y servicios dominan más del 40 por ciento del PIB podría traer grandes problemas de movilización de masas que tienen dificultad para llegar al mercado cada día. En los países desarrollados hemos detenido una inflación de dos dígitos luego del efecto COVID en la economía global, pero que está en el marco de una descomposición de los flujos productivos en el proceso de desglobalización. En estos aparece otro elemento que podría cambiar las cosas: los gastos en defensa.
Muchos países europeos que vivieron la domesticación de la violencia luego de la Segunda Guerra Mundial parecen animarse a modernizar y ampliar sus ejércitos. Por lo que planifican llegar a un gasto entre 3 o 4 por ciento de PIB. Según el SIPRI la guerra de Ucrania ha sustraído de los bolsillos de los contribuyentes 2.2 billones de dólares en 2022 en países donde los habitantes tienen problemas inflacionarios como Estados Unidos, China y Rusia (según France 24). Miremos el déficit fiscal de Estados Unidos, cuyo ejército cumple metas globales para sostener la pax establecida en 1945, gasta ingentes cantidades de dinero. La solución al conocido déficit fiscal es que los que ganan más paguen más. Pero eso se puede convertir en un discurso demagógico en algunos países, dominados por el ‘populismo’ y la ‘posverdad’.
Ya vemos que, para esta tarea de crear un ciudadano militar, descrito por Martínez-Gros, se precisa una sociedad organizada. No creo que funcione en todos los países. Pero también debe el Estado buscar el concurso de los hijos de los migrantes para llenar las vacantes castrenses dejadas por los hijos de los nacionales que no quieren entrar en los ejércitos. A menos que vean que su situación sea insostenible. Por lo que los ejércitos buscarán migrantes, sea como ciudadanos o como mercenarios. Cosa esta que ya se está dando en países de estancamiento poblacional.
En fin, el problema demográfico toca a los Estados nacionales que cada día tienen que reforzar sus políticas internas sobre las migraciones. Y parece revivir ciertas metáforas de Ibn Jaldún sobre el sedentarismo, la ciudad y el desierto. En los países periféricos ocurre un efecto producto de la Revolución de la velocidad que vimos, el cambio de los patrones de consumo y bienestar social. Eso impulsa más allá de los conceptos manidos de desarrollo y periferia, las dinámicas de un mundo cambiante, donde los sucesores de las fuerzas imperiales siguen dominando a través de los impuestos a los ciudadanos.