Por Onorio Montás
En abril de 1967 fui convocado por mi primo Eugenio Pérez Montás a una reunión con don Andrés Freites Barreras, quien era gerente general de la Esso Standard Oil, Ltd en la calle Mercedes esquina 16 de Agosto. La finalidad de esa reunión era la intención de esa empresa en financiar un inventario y levantamiento fotográfico de la zona intramuros. Me explicaron cuál sería el trabajo para el cual había sido seleccionado. En marzo del mismo año comencé a hacer un levantamiento-inventario calle por calle, casa por casa, junto a dos amigos estudiantes de arquitectura que laboraban en la oficina Técnicos Proyectistas Asociados. Fue una labor titánica por varias razones. El primero de junio de 1966 Joaquín Balaguer había asumido nueva vez la Presidencia de la República. Había transcurrido menos de un año desde el final de la revolución constitucionalista de abril y la intervención de los Estados Unidos terminó en septiembre de ese año, cuando se retiró la Primera Brigada de la 82.ª División Aerotransportada, último remanente de los estadounidenses en el país.
Todo el mundo miraba con recelo al equipo que haría el trabajo de inventario, porque justamente en toda esa área de la ciudad fue donde se desarrolló mayormente la “Guerra Patria” y había armas por todas partes y los allanamientos estaban a la orden del día, la persecución política de las llamadas “fuerzas incontrolables” dominaban todo el ambiente nacional, la Policía Nacional la habían convertido en una Policía Política, nadie confiaba en nosotros, ni colaboraba; nos veían como parte de esos grupos de represión y espionaje o por el temor de que serían desalojados.
Puede leer: Esclavos en Puerto Plata durante la España Boba
Nuestro trabajo consistía en visitar casa por casa para realizar un levantamiento fotográfico e identificar los anexos y añadiduras a cada vivienda o negocio. Este estudio originalmente se llamó “Proyecto Esso Santo Domingo Colonial”. Luego se crea la Comisión Temporal de Ornato Cívico”, años después se crea la “Comisión para la Consolidación y Ambientación de los Monumentos Históricos de la Ciudad de Santo Domingo”, que dirigía el ingeniero-arquitecto José Ramón Báez López-Penha y se designó para cada monumento un arquitecto-conservador. A Eugenio Pérez Montás se le asignó el conjunto de la Catedral de Santo Domingo; al arquitecto Víctor Bisonó las Ruinas de San Francisco; a Teódulo Blanchard el conjunto de la Fortaleza Ozama; a César Iván Féris Iglesias el Convento de los Dominicos; a Salvador Gautier (Doy) el Conjunto de la Iglesia de las Mercedes y Logia Masónica.
Este estudio fue publicado en 1972 con una introducción de Joaquín Balaguer bajo el título de “Estudio para la Revalorización de la Zona Histórica y Monumental de la Ciudad de Santo Domingo”
Los muertos no salen…
Nueva vez en 1972 fui contratado para realizar un trabajo en la Catedral Primada de América nuestra Señora de la Encarnación o Santa María la Menor. En esta oportunidad junto a los estudiantes de arquitectura de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) Octavio Kidd Salazar, Francis Tezanos y Pablo Jiménez, para la realización y levantamiento de los planos de ese monumento colonial. Tenía el inconveniente de que debíamos realizar nuestro trabajo de 6:00 de la tarde a 6:00 de la mañana, lo que quería decir que teníamos que amanecer en el interior encerrados. Mi labor era fotografiar cada uno de los detalles de las lápidas, mausoleos, altares, bóvedas. Toda la ornamentación en piedra y mármol que luego sería dibujada en los planos. Nuestro punto de encuentro era el hotel Comercial en la famosa “Barra del Comercial” de Juan Chea, donde disfrutábamos además de una grandiosa colección de geniales caricaturas de Miche Medina, de los parroquianos de ese punto de encuentro, en su mayoría artistas, arquitectos e intelectuales de la Capital. Pedíamos cada uno un ají relleno y otro para llevar y nos dirigíamos a un colmado a avituallarnos con algunas botellas de ron (además no se habían popularizado las botellitas de agua) para darnos valor por los espíritus que nos decían que rondaban en las madrugadas, a veces nos acompañaba el gentil sacristán Tango, que se encargaba de vigilar los objetos sagrados y la limpieza del templo.
Pero extrañamente nunca sentimos los sonidos de los muertos. Solo que a veces cuando teníamos que armar 16 cuerpos de andamios para medir y fotografiar los detalles de los rosetones y ornamentos de la bóveda principal que tiene 15 metros de altura y hasta con la respiración se balanceaban, yo solo pensaba en mi Hasselblad (cámara fotográfica profesional de fabricación sueca) si nos caíamos o en tono de chanza decíamos a los muertos que “no nos movieran el andamio que me dañarían las fotos”, pero peor esta para los compañeros que se tenían que subir en pareja: uno medía y el otro anotaba, a veces tenían que manejar un tránsito, que es un instrumento topográfico para medir ángulos verticales y horizontales.
Los espíritus de los muertos de obispos, arzobispos y personalidades enterrados en la catedral, nunca se manifestaron…
El tesoro y los muebles del Arzobispado y la Catedral
Luego vinieron al país los destacados técnicos españoles especialistas en catalogación de orfebrería y platería antigua José Manuel Cruz Valdovino y Andrés Escalera Ureña, con la colaboración de la arquitecta Lourdes Febrillet, doña Mireya de Abreu y Lourdes de Noboa y me debí internar en una especie de clausura a fotografiar en solitario presbiterio en la segunda planta, cada una de las piezas del “Tesoro de la Catedral”, que permanecía en una bóveda y debía ir sacando durante casi un año pieza por pieza, cáliz, coronas, custodías, arcas, crismeras y una enorme cantidad de platería y prendas donadas a la Catedral, así como un bellisímo jarrón con incrustaciones en oro y esmeraldas donado en 1963 al presidente Juan Bosch por el rey Norodom Sihanouk, de Camboya.
Luego fuimos convocados Myrna Guerrero Villalona, historiadora, crítica de arte, artista visual, profesora y curadora y yo para hacer un levantamiento de todos los muebles antiguos de la Catedral y los que estaban almacenados en el Arzobispado, además de los oleos-retratos de todos los arzobispos de Ciudad Primada de América, una ardua labor de alrededor siete u ocho meses instalado todo un andamiaje en un área que habilité para ese interesante trabajo.
Mi paso por los museos
A principio de la década de 1970 comencé a trabajar bajo la dirección del arquitecto Pérez Montás en la reconstrucción y puesta en valor del Palacio de los Gobernadores o conjunto de las Casas Reales de Santo Domingo, que había sido iniciada en el siglo XVI El 18 de octubre de 1973, durante el Gobierno del doctor Joaquín Balaguer, fue instituido como Museo, pero no fue sino hasta el 31 de mayo de 1976, cuando oficialmente fue reconocido por la Ley No. 580 como Museo Nacional Dominicano. En el acto inaugural se encontraba el rey Juan Carlos I de España.
Este trabajo, que comenzó con la llegada de la museógrafa Consuelo Sanz Pastor y una cantidad de piezas museográficas donadas por el Gobierno español junto a dos historiadores, el dominicano Pedro Julio Santiago Canario y Cayo Castellanos, quienes trajeron consigo una enorme cantidad de fichas microfilmadas que se mantenían en un área con temperatura y humedad controlada y además varios lectores e impresoras de microfilm, hasta que con los cambios de directores del museo en los Gobiernos de Antonio Guzmán Salvador Jorge Blanco se fue deteriorando toda esta valiosa documentación microfilmada de los principales archivos de España.
Mis trabajos se iniciaron con las excavaciones arqueológicas y la memoria gráfica de todo el descubrimiento de los pisos y la estructura centenaria que se iba descubriendo en la medida en que avanzaba la obra.
Más adelante se integraron a los trabajos del diseño museográfico un equipo de estudiantes de arquitectura y museografía Aleida Alba, Gina Cucurrulo y María Nieves (Neus) Sicard, experta en seramología histórica.
Luego fui encargado de la línea gráfica de todas las cédulas explicativas y la elaboración de enormes reproducciones de dibujos antiguos que debía elaborar en grandes espacios oscuros (cuartos oscuros) y que tenían que hacerse de noche.
Existían muchas anécdotas y leyendas de supuestos hechos que sucedían tanto en lo que sería el museo que se escuchaban “ruidos de cadenas y gritos”, como en la escalera trasera de la Casa de los Jesuitas. Se decía que “arañaban las piernas a las personas cuando subían o bajaban” de noche.
Durante toda mi estadía de varios años nunca escuché ningún tenebroso o extraño suceso.