En torno a Cabeza de Turco, de Plinio Chahín. Médar Serrata

En torno a Cabeza de Turco, de Plinio Chahín. Médar Serrata

Traspasado el umbral del título, lo primero que me llama la atención es el hecho de que la selección de textos que forman parte del volumen no esté organizada siguiendo un criterio estrictamente cronológico.

Si se fijan en el índice, notarán que comienza con el libro “Hechizos de la hybris” (1998), y sigue con “Ragazza incógnita” (2006), “Sin remedio” (2015), “Solemnidades de la muerte” (1991) y “Consumación de la carne” (1986). Es decir, que no sigue el orden en que se publicaron. Esto me hace pensar que se trata de un libro que no aspira a ser leído como el registro de una evolución poética. Un libro que comienza por el medio y termina por el principio acaso cuente una historia, pero esa historia no se revela como la sucesión lineal de una serie de actos poéticos o el desarrollo de una personalidad estética. No es la historia de crecimiento de un artista. Exige que nos aproximemos a él desde una perspectiva sincrónica, como si se tratara de una fotografía o una pintura, más que de una narración. Esto no significa que la cronología desaparezca por completo, ya que cada título va acompañado de la fecha de su publicación, lo que sugiere que esa otra lectura, la lectura diacrónica, está siempre presente; se percibe de manera borrosa bajo la anterior como en un palimpsesto, completando y, a veces, incluso contradiciendo el sentido que genera.

Como he mencionado antes, el libro comienza con “Hechizos de la hybris”, texto que significó un punto de inflexión en la obra de Plinio, marcando el tránsito del poema breve, contenido, basado en la imagen, al poema de largo aliento, en que el ritmo importa tanto o más que la imagen. El primer verso del poema (y, por tanto, de todo el volumen), «Contemplemos pues la obra del reposo», introduce la idea de la quietud o la fijeza, uno de los temas recurrentes del libro. La invitación a contemplar “la obra del reposo” implica que la fijeza no es algo estéril. Por el contrario, se revela paradójicamente como un estado de ebullición constante. De ahí que en el verso siguiente el poeta describa la obra del reposo como “exhausta en voluptuoso torbellino”. A medida que el poema avanza, nos percatamos de que todo el texto gira alrededor de una bailarina, en cuyo cuerpo se encuentran ambos, el movimiento y la fijeza: “Oh bailarina —esencia helada de la fiesta / en la superficie de lo sucedido / Imperturbable arquea allí tu bellísima forma”. La bailarina es descrita casi siempre en tercera persona, desde la perspectiva del sujeto que la observa. Ella es el centro de atención, aunque a veces el observador irrumpe en la escena, como cuando dice:

“Me veo correr en todas partes
Me vuelvo en todas partes
Me deslío y soy yo mismo
(que se vuelve calcinado)
Mi corazón llovizna sus instrumentos locos”

Se produce aquí un desdoblamiento, en el que el poeta es tanto el observador como el observado, lo que sugiere un sentimiento de confusión que reaparecerá mucho más tarde en “Noche”, un poema del primer libro, que en este volumen es el último.

El “leit motif” de la danza reaparece en la segunda sección del libro, “Ragazza incógnita”, pero el tono es distinto. El énfasis se desplaza hacia una zona más oscura, con imágenes que evocan a los simbolistas franceses. La danza se asocia con el miedo, el insomnio, la lascivia. Incluso la risa se representa de manera ambigua como la «fragmentación voluptuosa del yo». Reaparece también la idea del desdoblamiento, en el momento en que la bailarina parece transformarse en otra, «otra figura/ danzante, posesa, misteriosa, tendida/ en el estremecimiento de tu lengua». En el poema VI de la misma sección, el poeta se representa como un ser perdido en las aguas turbias del deseo. Más adelante, se refiere a sí mismo y a la danzante en tercera persona, postrados «de hinojos ante el apabullante trepidar de fiesta». Una vez más, el poeta no es ya solo un observador sino parte activa de la experiencia que representa, moviéndose entre personajes de feria y el ángel de la destrucción.

La tercera sección de esta antología recoge poemas de “Sin remedio”, quizás el más personal de los libros de Plinio. Su título alude a la pérdida de su esposa, Remedios, a cuya memoria está dedicado. El tema dominante, como es de esperarse, es la muerte, tanto la muerte del otro, la del ser amado, como la propia muerte, que la muerte del otro anuncia. El texto tiene la forma de un diálogo con el que ya no está; nos plantea la pregunta: «¿Hacia dónde vamos o venimos?», que trae a la memoria el poema «Lo fatal», de Rubén Darío. El poeta se cuestiona «¿Qué lugar ocupa / el otro que se va y deja llorando?» Y luego, «¿A dónde iré el día de mi muerte?» Más adelante, responde aludiendo a la incertidumbre («Voy hacia lo oscuro») o a la esperanza de emprender un viaje hacia el ser amado («Voy hacia ti/ recorriéndote huyendo/ entre soledades y miedo»). Esta sección termina con un texto en prosa, en el que la voz poética habla desde la perspectiva de un yo plural que se asoma al último círculo del empíreo.

La cuarta sección de la antología, “Solemnidades de la muerte”, nos devuelve al tema de la dualidad quietud/movimiento. Esta vez, sin embargo, no se trata del movimiento de un cuerpo en la danza sino de un movimiento que no puede percibirse a través de los sentidos, pues solo existe como idea.
¿Cómo leer estos versos sin pensar en el dolor de la pérdida que hallamos en “Sin remedio”? ¿Cómo entender esa “primera noche de los lloros” si no como una premonición de la primera noche de ausencia? “Vivir”, dice el poeta, “es un relámpago de inmortalidad”. Este verso implica una paradoja, puesto que une, por un lado, la fugacidad del relámpago a la idea de la vida eterna.

La última sección incluye poemas de “Consumación de la carne”, el primer libro publicado por Plinio, que aquí aparece al final. En uno de los textos de esta sección, el poeta nos dice que «el pensamiento es la consumación de la carne». Este verso, que remite a la idea platónica de que el ser humano se compone de dos entidades distintas, cuerpo y alma, implica otra paradoja. Si la carne alude a la realidad corporal, perceptible, y al deseo sexual, y el pensamiento a la idea del alma o el espíritu, decir que el pensamiento es la consumación de la carne equivale a postular que el cuerpo se consuma, cumple su propósito, en el pensamiento. De modo que estamos en presencia de una poesía del pensamiento que es también poesía del cuerpo, que busca la síntesis entre el universo de las ideas y el imperio de los sentidos.

Para concluir, leer “Cabeza de turco” es adentrarse en una poesía realmente esencial, tanto por la profundidad de las ideas que propone como por lo innovador del lenguaje. Se trata de un libro fundamental para quienes estén dispuestos a aceptar el desafío de aproximarse a una de las obras más estimulantes de la poesía dominicana de las últimas décadas.

Puedes leer: Una arqueología al pensamiento de Bernardo Vega

Publicaciones Relacionadas

Más leídas