Enfermedades de gobernantes
y otros hombres públicos

Enfermedades de gobernantes <BR>y otros hombres públicos

POR ÁNGELA PEÑA
Algunos de los más libidinosos y seductores gobernantes dominicanos vieron afectada su virilidad y su actividad sexual por problemas que les causaron enfermedades de transmisión sexual, como Ulises Heureaux, que padecía de una estrechez uretral, posible secuela de una sífilis; Trujillo, víctima de un mal venéreo que le alcanzó la próstata y la uretra o Buenaventura Báez que a su marcada ceguera y a sus arrebatos de ira se le agregaba una incómoda hemorroides.

Casi todos los hombres públicos dominicanos fueron enfermizos desde su infancia pero la ambición política o la intensa actividad pública estuvieron por encima de los cuidados y reposo que debían guardar por lo que sus quebrantos se agravaron, llevándolos a la tumba. La mayoría mantuvo sus males en el misterio, como Joaquín Balaguer, Juan Bosch, Pedro Santana, Rafael Trujillo, Horacio Vásquez, entre otros.

Cuando la fuerte jaqueca o los agudos ataques nefríticos postraban a Horacio, los informes sobre su salud se desvanecían y la prense, descontenta por el mutismo publicaba: “Hemos venido notando un silencio sin justificación con motivo del estado de salud del Honorable Presidente Vásquez. Cuando un Jefe de Estado enferma, se da a conocer al público un boletín diario informando respecto de la mejoría o gravedad. ¿A qué obedece ese silencio? Es necesario que se sepa que del estado del Primer Magistrado está pendiente todo el pueblo. Eso de que “esta mejor”, “se levanta”, “se acostó”, “no tiene apetito”, a secas, está siendo motivo para que se digan muchas cosas”.

Dos elementos comunes en casi todas las celebridades dominicanas, por otro lado, fueron ignorar sus padecimientos, argumentando que preferían sacrificarse por la Patria, sobre todo para mantenerse en el poder, reelegirse o promover candidaturas personales. Entre esos se inscriben Pedro Santana, tal vez el más enfermizo de todos los presidentes; Lilís, Vásquez, Trujillo, José Francisco Peña Gómez, Buenaventura Báez, Balaguer, según el libro… El otro fue el exceso de trabajo y el activismo que precipitó sus viajes al otro mundo y entre los que se encuentra el triste caso de Pedro Henríquez Ureña, atacado de brotes de difteria, laringitis, dispepsias, sarampión, apendicitis, amigdalitis y la afección cardiovascular, que lo arrebató a la vida a los cincuenta y nueve años.

“Estaba enflaquecido y pálido. Trabajaba como galeote corrigiendo pruebas de sus ediciones, redactando prólogos, haciendo notas, dictando clases de aquí para allá. Participando en debates… Llegaba al tren en último instante con su cartera abultada y empleaba la hora de viaje en corregir los trabajos de sus alumnos o en dormitar, eterno deudor del sueño sacrificado al estudio, a la velada entre amigos… Mantenía un exceso de trabajo que no disminuía ante sus evidentes problemas de salud. Su organismo era una bomba de tiempo, estimulado por el trabajo excesivo y la vida sedentaria… Había adquirido el mal hábito de trabajar a toda hora. Ello puede haber precipitado su muerte, consignaban amigos del ilustre humanista.

Ercilia Pepín, que sufría de una intensa afección coronaria, del riñón izquierdo y de una infección de las vías respiratorias fue también víctima de sus trabajos extras. Impartía hasta doce horas de clases diarias, dictaba conferencias, ofrecía veladas, visitaba enfermos en los hospitales y presos en las cárceles, lo que “fue destruyendo paulatinamente su salud”, según el historiador Alejandro Paulino. Adalberto Martínez refiere que “a pesar de que laboraba en horario corrido, prefería pasar por alto la satisfacción de sus necesidades fisiológicas para no perder tiempo”.

El historial clínico de estos y otros personajes está recogido en el libro “Enfermedades de Dominicanos Célebres”, por el médico e historiador Santiago Castro Ventura, quien no se limita a los estados de salud de esas figuras sino también a profundos estudios personales y públicos que las describen y juzgan en sus momentos históricos. En esta edición, aumentada, reitera y robustece apreciaciones que les fueron rebatidas al salir la primera, como los posibles envenenamientos de Rafael Estrella Ureña y Horacio Vásquez o el accidente automovilístico de Luis Del Castillo, que atribuye a Trujillo.

ENFERMEDADES Y PACIENTES

Con meticulosa labor de investigación, Castro Ventura cuenta de la casi ceguera de Báez y su tendencia al estrés. En una ocasión de acalorado debate con un contrincante quedó tan irritado que le acometió un fuerte delirio que le hacía pronunciar estas frases: “Damián, Valentín, cojan a ese caco, fusílenlo, fusílenlo, fusilen… lo, fu… si… len. lo”. “Pero aun con esos achaques no descansaba de su obsesión perpetua de mantenerse en el poder político” hasta que murió de una apoplejía fulminante.

El profesor Juan Bosch tuvo una juventud enfermiza, sobre todo por haber sido fumador de cigarrillos, afirma. Padecía fatiga, pérdida de peso, debilidad, proceso infeccioso respiratorio y una tuberculosis que obligó a sus familiares a enviarlo a Constanza y Jarabacoa a respirar los aires de la naturaleza. Después, don Juan fue atacado de disentería, infección de los maxilares, palidez, naúseas, vómitos, mareos, indigestión, sangrado por la vía oral, litiasis vesicular, quiste del riñón derecho, gastroenteritis, enfisema pulmonar senil, cataratas, isquemia cerebral, hemiplejía, inapetencia, déficit neurológico en una pierna, dificultades para el habla, ateroclerosis y una anorexia profunda que impuso la instalación de una sonda para alimentarlo. Otros aquejos que sobrellevaba en la clandestinidad o en la vida pública fueron infección de las membranas que cubren los pulmones, insuficiencia respiratoria, colapso del pulmón izquierdo, fiebre, leucopenia, tromboflebitis que le afectó la vena femoral. Fue intervenido quirúrgicamente en varias ocasiones, le fueron colocados tubos de drenajes, ventiladores respiratorios y otros tratamientos hasta que murió el uno de noviembre del 2001. En 1990 se había producido “el deterioro de su salud mental, olvidaba las cosas”, apunta Castro Ventura, y al respecto comenta: “Sin lugar a dudas desarrolló una demencia patológica que se debe ubicar entre la demencia senil, demencia vascular y alzheimer… Lamentablemente se consideró prudente levantar un hermético velo de misterio en torno al diagnóstico”.

De Caamaño, el historiador recuerda su infantil erupción en la piel, los mareos marítimos, los trastornos gastrointestinales y la impotencia frente a una amonestación de un superior, en 1959, que lo llevó a un estado de estrés que le provocó insomnio, el hábito de comerse las uñas y crujir los dientes.

El organismo sumamente enfermizo de Duarte, los padecimientos hipertensivos, diabéticos y la insuficiencia renal de Paco Escribano, el paludismo y el incesante hipo de Estrella Ureña se explican con causas y consecuencias como la lesión del nervio ciático de Viriato Fiallo, la insuficiencia coronaria y la presión elevada de Héctor García Godoy o los estados depresivos de Antonio Guzmán Fernández y Juan Bautista Vicini Burgos.

Sobre Guzmán, Castro Ventura reporta entre sus antecedentes familiares el suicidio de su hermano Enrique, a los diecisiete años, en 1930, lapso en el que “él también atentó contra su vida al estrellar su carro sobre los rieles del ferrocarril de Moca, sufriendo la fractura de varios huesos. “Este dato, dice, nos revela una intención suicida latente”.

Pero de todos, tal vez los más sufridos fueron Santana, Joaquín Balaguer, José Francisco Peña Gómez, Lilís y Trujillo, martirizados por múltiples quebrantos, aunque algunos disimulaban u ocultaban sus dolores. Pero otros se desesperaban a tal grado que además de los médicos, acudieron a brujos, curanderos, brebajes, ensalmos, en busca de alivio. Para su impotencia sexual, Lilís, que era también asmático crónico y escondía la enfermedad porque la consideraba denigrante, utilizó los servicios de un brujo haitiano, Donaciene; de Isabel Peguero (Nena), que curaba con brujerías y “de un señor dotado por Dios de natural y abundante fluido magnético con cuya comunicación ha curado hasta paralíticos”.

Enfermedades de Dominicanos Célebres detalla en casi cuatrocientos páginas, además, afecciones de Salvador Jorge Blanco, Jacinto Peynado, Jacobo Majluta, Ramfis Trujillo, Manuel Arturo Peña Batlle, Salomé Ureña, Fernando Meriño, Virgilio Martínez Reyna, María Montez, Luis Tejera, Ramón Cáceres, los hermanos Deligne y otros.

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