Entrevista a Eduardo Matos Moctezuma

Entrevista a Eduardo Matos Moctezuma

(Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2022, de padre dominicano)

(Nací el 11 de diciembre de 1940 en la ciudad de México. Mi padre era de República Dominicana, Rafael Matos Díaz, y tenía el cargo de secretario de la embajada dominicana en México. Mi madre era de la ciudad de Puebla. Los primeros meses los pasé en México hasta que nombraron a mi padre en otro cargo diplomático en Panamá. De la estancia en este país tengo recuerdos vagos y muy difusos, hasta que viajamos a Venezuela, en donde mi padre había sido nombrado ministro. Allí recuerdo varias cosas, entre ellas una experiencia muy fuerte: hubo un golpe de Estado para derrocar al presidente Medina Angarita y nuestra casa (la embajada) fue asaltada. Tuvimos que salir huyendo con mi abuela y mis hermanos Fernanda y Rafael. Como éramos mexicanos nos alojamos en casa del embajador de México, pues nuestra casa quedó destrozada).

El pasado octubre, Eduardo Matos Moctezuma recibió el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, según el dictamen del jurado, por reconstruir el pasado mesoamericano y “para hacer que dicha herencia se incorpore con objetividad y libre de cualquier mito”. Nacido en la Ciudad de México en 1940, Matos Moctezuma se graduó como arqueólogo en la ENAH y es maestro de ciencias antropológicas por la UNAM. Su invaluable labor en instituciones, la divulgación, la investigación académica y, sobre todo, proyectos emblemáticos como el del Templo Mayor corroboran el carácter polifacético de Matos, a quien también se le atribuye la apreciación de que en México existe un solo sitio arqueológico: el país entero. En esta conversación recorre algunos momentos significativos de su trayectoria como arqueólogo y ofrece su punto de vista sobre la situación de la disciplina en el México actual.

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¿CÓMO OBSERVA USTED SU PROPIO PASADO? ¿VE EN SU NIÑEZ –EN LA AFIRMACIÓN DE SU MADRE DE QUE ERA DESCENDIENTE DEL EMPERADOR MOCTEZUMA O EN SUS ESTANCIAS EN VENEZUELA Y PANAMÁ– ALGÚN INDICIO QUE LO LLEVARA A LA ARQUEOLOGÍA O AL ESTUDIO DEL PASADO?

Para un arqueólogo, observar su propio pasado es como hacer la arqueología de uno mismo. Sin embargo, la verdad es que nunca me preocupó si era descendiente o no del tlatoani Moctezuma. El único indicio que recuerdo en relación a algo que me remontara al pasado fue que, cuando vivíamos en Panamá, pues mi padre Rafael Matos Díaz era embajador de República Dominicana en aquel país, mi madre nos leía por las noches a mi hermano Rafael y a mí –yo tendría como ocho años– El origen de las especies de Charles Darwin. No sé si su intención era que nos durmiéramos, lo que pronto conseguía, o si trataba de ilustrarnos sobre el proceso evolutivo, o ambas cosas.

¿CUÁLES FUERON SUS PRIMERAS LECTURAS? ¿CÓMO FUE SU RELACIÓN TEMPRANA CON LOS LIBROS?

Mi padre nos compraba libros para niños y algunos para jóvenes. Recuerdo los títulos de Cuentos armoricanos y Cuentos coreanos. Eran relatos con pasajes interesantes y en ocasiones curiosos. Más tarde compró un buen número de los Breviarios del Fondo de Cultura Económica en los que podía leer sobre temas diversos. De igual manera me dediqué a leer historias de santos de la Iglesia pues como a los trece años se me despertó el interés por ser hermano lasallista, pues había estudiado en Panamá con estos religiosos. Pero al llegar a los quince años vino un cambio fundamental en mi vida: leí a Kafka y su Metamorfosis; a Hermann Hesse y El lobo estepario; también La montaña de los siete círculos del fraile trapense Thomas Merton; otras lecturas vinieron a ampliar mi panorama y entonces perdí aquel interés de ser religioso. Me cuestioné severamente sobre la existencia de Dios y una noche salí a caminar y tomé una decisión: lo que de ahí en adelante hiciera o dejara de hacer sería mi responsabilidad. Nada de que “Dios lo quiso” o cosas por el estilo. Al día siguiente me sentí la persona más libre del mundo y dueño de mis actos. Es lo que he llamado mi primer rompimiento, el romper con las ataduras de la religión. Después vendrían otros más.

HA CONTADO QUE, DE JOVEN, SU INTERÉS POR LA ARQUEOLOGÍA VINO DE LEER SOBRE EGIPTO, ¿QUÉ LO HIZO PENSAR QUE SERÍA LA PROFESIÓN DE SU VIDA?, ¿CÓMO EMPEZÓ A INTERESARSE EN LA HISTORIA MEXICANA?

Cursaba el segundo año del bachillerato y no había definido lo que iba a estudiar. Mis padres estaban preocupados y yo también. Un buen día mi amigo el doctor Luis Vargas me prestó el libro Dioses, tumbas y sabios, de C. W. Ceram. Trataba de diversas sociedades antiguas como Egipto, Mesopotamia y otras más. La primera fue la que me apasionó. Fue ahí donde decidí ser arqueólogo. Se lo comuniqué a mis padres y recuerdo que mi mamá, un tanto inquieta, me dijo:

–Eduardo, ¿dices que la escuela de antropología en la que deseas entrar las clases son solo en las tardes?

–Así es.

–¿No sería bueno que en las mañanas llevaras cursos en la Escuela Bancaria y Comercial?

Evidentemente me estaba dando a entender que como arqueólogo me moriría de hambre. Fui a ver a mi amigo y le conté todo esto. Me dio una respuesta que decidió mi futuro:

–Pues sí, a lo mejor te mueres de hambre, pero te vas a morir muy contento porque estudiaste lo que tú quisiste…

Sabias palabras. Al poco tiempo me inscribía en la Escuela Nacional de Antropología e Historia que por entonces estaba en el antiguo Museo Nacional de Antropología en la calle de Moneda. Era el año de 1959.

¿QUÉ RECUERDOS TIENE DE SU PASO COMO ESTUDIANTE EN LA ENAH?

Muchos y muy gratos. Lo primero fueron mis maestros. El primer semestre llevé el curso de arqueología general con José Luis Lorenzo, quien dictaba la clase enfocada a la prehistoria europea. Buena clase. La antropóloga física Johanna Faulhaber me dio el curso de antropología física general, que resultó apasionante. Javier Romero dictó la clase de lingüística y la doctora Calixta Guiteras, etnóloga, daba el curso de etnología general. Ella era cubana y nos mantenía informados acerca de los avances de la Revolución, pues por aquel entonces Fidel Castro acababa de entrar en La Habana y se presentaba como una esperanza antiimperialista. Años después esa imagen se disipó.

En el segundo año de la carrera tuve una novia a la que debo una lectura que me impactó: Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke. Fíjate que curioso: dos lecturas fueron importantes en mi vida y marcaron mi derrotero: la lectura que me llevó a la arqueología, es decir, a fijar mi vocación, y la de Rilke, que me llevó a conocer mi interior. De ahí parte lo que siempre he dicho de mí mismo: en mí hay una dualidad, aquella que me formó en el campo del rigor académico a través de la arqueología y la otra que me hizo percibir mi sensibilidad interior y todo lo que ello implica.

ANTE DIVERSOS CRÍTICOS, USTED HA DEFENDIDO LA IMPORTANCIA DE LA ENAH PARA LA SOCIEDAD MEXICANA. ¿CUÁL ES LA SITUACIÓN QUE USTED PERCIBE EN LA INSTITUCIÓN EN ESTOS MOMENTOS Y POR QUÉ VALE LA PENA APOYARLA?

Siempre he defendido a mi alma máter y hay razones para ello. Allí se forman investigadores cuyo objetivo es el estudio del hombre, de las sociedades. Imagínate la importancia que tiene ese saber que, aunque suene trillado, es el conocernos a nosotros mismos. La antropología lleva a cabo ese estudio a partir de las ramas que la conforman: la antropología física, que atiende el conocimiento de los individuos como seres humanos, su genética y sus características físicas; la lingüística, es decir, el conocimiento del lenguaje y las diversas lenguas que sirven como medio de comunicación; la etnología, o sea las poblaciones actuales indígenas y la antropología social; finalmente la arqueología, que estudia a las sociedades del pasado y sus procesos de desarrollo.

Esta concepción de la antropología parte de principios del siglo XX, cuando existió un antecedente de la ENAH que fue la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana, con sede en México. Allí se formó don Manuel Gamio, quien más tarde se graduó en la Universidad de Columbia y llevó a cabo el primer proyecto inter y multidisciplinario dentro de la Dirección de Antropología, que formaba parte de la Secretaría de Agricultura y Fomento, dirigida por entonces por Pastor Rouaix. Gamio partió para su investigación de dos categorías fundamentales: población y territorio. Había dividido el país en once regiones, no tanto por sus límites políticos, sino por sus características culturales. Escogió la región del centro, formada por el Estado de México, Puebla, Tlaxcala e Hidalgo, y como representativo de ellos el Valle de Teotihuacan. El programa que emprendió se conoce como “La población del Valle de Teotihuacan”. Para la investigación invitó a participar a un grupo de especialistas reconocidos en diferentes campos del conocimiento y planteó el estudio desde la época prehispánica, la etapa colonial y la moderna, analizando de manera integral los distintos componentes: desde la geografía, la economía, costumbres, arquitectura, leyendas, danzas, etc., en cada una de las etapas. Inició el estudio en 1917 y en 1922 se publicaban los resultados en tres tomos que atendían las etapas señaladas. Así nacía el concepto de la antropología formado por aquellas disciplinas que aún perduran en la enseñanza de la ENAH.

¿CÓMO SE INVOLUCRÓ EN EL PROYECTO DEL TEMPLO MAYOR Y QUÉ REPRESENTÓ ESE DESCUBRIMIENTO EN LA HISTORIA DE LA ARQUEOLOGÍA EN MÉXICO?

Corría el año de 1977 cuando don Gastón García Cantú fue nombrado director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Por aquel entonces yo era jefe del Departamento de Monumentos Prehispánicos, dependencia que tenía a su cargo todos los sitios arqueológicos del país. Tuve mi primer acuerdo con el nuevo director y don Gastón me nombró presidente del Consejo de Arqueología. Este organismo estaba presidido por don Ignacio Bernal y su función era la de aprobar, en su caso, todos los proyectos de investigación en materia arqueológica tanto nacionales como extranjeros. Asumí el cargo y lo primero que hice fue elaborar las normas a las que debían sujetarse los investigadores para efectuar sus trabajos.

Pasaron seis meses. Medité mucho acerca de mis funciones y tomé una decisión: fui a ver al director para expresarle que deseaba volver a la investigación. Don Gastón no salía de su asombro y me dijo:

–Pero Matos, ¿se da cuenta de que este puesto lo desearían muchos de sus colegas por su importancia?

–Así es, don Gastón, pero ya lo tuve y prefiero investigar.

–Bueno, espero que lo haya pensado bien. ¿Y qué quiere hacer?

–Llevar a cabo un recorrido por Tepeapulco, sitio del Estado de Hidalgo. También deseo continuar con mis estudios de doctorado en la UNAM.

–Sé que tiene interés en los mexicas. Le ofrezco que colabore en un proyecto que el museógrafo Iker Larrauri desea emprender en las ruinas del Templo Mayor que están en la esquina de las calles de Argentina y Guatemala.

Estos vestigios habían sido excavados por Gamio en 1914 y había llegado a la conclusión de que pertenecían al principal edificio mexica. Acepté el ofrecimiento. El director me pidió que esperara un tiempo al frente del consejo para definir quién sería mi sucesor. Lo importante para mí fue que, después de un autoanálisis, tal como había ocurrido con mi primer rompimiento, ahora se presentaba el segundo: romper con el poder que para mí representaba ser presidente del consejo. Di aquel paso sin titubeos y con clara percepción de lo que quería.

Eso sucedió en agosto de aquel año. Pasaba el tiempo y no ocurría nada. Volví con don Gastón y le recordé lo que habíamos platicado. Me respondió que lo tenía muy presente y que ya tenía en mente a mi sucesor. Era mi maestro José Luis Lorenzo. Aproveché el momento para pedirle permiso de asistir a un congreso de arqueología en Panamá que se celebraría en febrero de 1978. Me concedió el permiso. Viajé a Panamá en la segunda semana de febrero y, al subirme al avión de regreso a México, tomé un periódico mexicano en el que se daba la noticia del hallazgo de una importante escultura cerca del Zócalo capitalino. Pensé que eran exageraciones de la prensa.

Al llegar a mi casa mi esposa me dijo que me habían buscado del INAH, que era muy importante y que me presentara el lunes siguiente. Así lo hice. Al llegar, la secretaria de la dirección me dijo que me necesitaban porque había una junta de gran importancia. Entré a la oficina de don Gastón en donde, en efecto, había una reunión. Cuando me vio entrar el director se levantó y salió a mi encuentro:

–Eduardo –me dijo–, ¿ya estuvo en Guatemala?

–No, don Gastón, el congreso fue en Panamá.

–No. Me refiero a la calle de Guatemala. Salió una escultura muy importante.

DURANTE EL PROYECTO, ¿TUVO QUE TOMAR DECISIONES DIFÍCILES EN TORNO A QUÉ PRIORIZAR: EL PATRIMONIO VIRREINAL O LA EXCAVACIÓN EXTENSIVA DEL RECINTO SAGRADO?

No hubo esta disyuntiva, ya que la mayoría de los edificios ubicados sobre el Templo Mayor y áreas adyacentes pertenecían a la primera mitad del siglo XX. Esto se pudo constatar en el catálogo de monumentos elaborado por el arquitecto Manuel Sánchez Santoveña, en donde se describían los inmuebles de aquella zona. Solo uno de ellos, sobre la calle de Guatemala, tenía elementos coloniales, mismos que fueron recuperados por el Departamento de Monumentos Coloniales a cuyo frente estaba Efraín Castro Morales. Además, se contó con el Consejo de Monumentos, que se conformaba con la representación de arquitectos especialistas de varias dependencias: la Escuela de Arquitectura de la UNAM, la Dirección de Arquitectura del INBA, Monumentos Coloniales del INAH, Colegio de Arquitectos, la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas, el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y alguna otra dependencia.

EN UNO DE SUS LIBROS, AFIRMA QUE PARA APROXIMARNOS A LUGARES COMO EL TEMPLO MAYOR HAY QUE ACUDIR A DOS RAMAS DEL CONOCIMIENTO: LA HISTORIA ESCRITA Y LA ARQUEOLOGÍA. ¿QUÉ ASPECTOS DEL PASADO ILUMINA CADA UNA DE ELLAS Y CÓMO SE COMPLEMENTAN?

Desde que planteamos los principios que regirían nuestra investigación manifesté cómo la arqueología y las fuentes históricas eran fundamentales y se complementaban para poder entender lo que representaba el principal edificio de Tenochtitlan. La arqueología nos ponía frente a frente con la obra de quienes habían edificado las distintas etapas constructivas del templo y, más aún, conocer acerca de las ofrendas que habían sido depositadas en honor de sus dioses. Recordemos que este edificio estaba compuesto por dos partes, una dedicada a Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra, y otra a Tláloc, dios de la lluvia y la fertilidad. Lo anterior guardaba relación con la dualidad vida y muerte. Las fuentes históricas, por otro lado, nos informaban acerca de las características del templo mismo por medio de descripciones, códices, anales, etc., de quienes lo observaron o que más tarde contaron con la palabra de indígenas que actuaron como informantes. Así, tanto los cronistas soldados (Cortés, Bernal Díaz, Andrés de Tapia y otros) como los cronistas frailes (Sahagún, Durán, Torquemada y muchos más), además de algunos cronistas civiles, fueron fundamentales para profundizar en los arcanos de un templo que para la sociedad mexica representaba el centro de su universo.

¿CÓMO ESCRIBE USTED SUS LIBROS?

Me apasiona escribir. La mayoría de las veces escribo varios temas al mismo tiempo: avanzo un poco en uno y me paso al otro, aunque hay libros que empiezo a escribir y los dejo por un rato para después volver a retomarlos. Fue el caso de mi Historia de la arqueología del México antiguo en la que tardé mucho tiempo pues era una investigación que requería buscar datos en otros libros, en archivos o consultar a personas. He publicado una enorme cantidad de artículos sobre temas diferentes y en la revista Arqueología Mexicana propuse tener una sección que denominé “Mentiras y verdades”, en la que atendía una buena cantidad de situaciones relacionadas con la arqueología y la historia. Algunas de ellas las escribía en función de alguna efeméride significativa y siempre con la idea de desmitificar datos que muchas gentes daban como verdades y no lo eran. Finalmente reuní todo lo escrito y salió el libro Mentiras y verdades en la arqueología mexicana. Seguí colaborando en la sección que ahora lleva el nombre de “Anecdotario arqueológico”. Con estos breves ensayos, pues eran de dos páginas cada uno acompañados de ilustraciones, aprendí a sintetizar la información para ofrecer lo sustancial de los temas. Creo que tuvo buen impacto pues los colegas me comentaban sobre este o aquel artículo.

¿CUÁLES DE SUS TRABAJOS, PUBLICACIONES O PROYECTOS SON LOS QUE LE HAN DEJADO LAS MAYORES SATISFACCIONES?

Aquí es necesario aclarar algo. Son tres los temas de investigación que he seguido a lo largo de mi vida académica: la historia de la arqueología, la muerte en el México prehispánico –concretamente entre los mexicas– y lo relativo al Templo Mayor. También he desarrollado otros temas, incluso estudios de cultura popular actual. Pero esos tres son los que han acaparado en mayor medida mi atención.

En cuanto a la pregunta, debo confesar que el del Templo Mayor es el proyecto que más me ha satisfecho, pues me correspondió iniciarlo y establecí los principios sobre los que se asentaba la investigación. Conté con excelentes colaboradores como el doctor Leonardo López Luján, hoy al frente del Proyecto Templo Mayor y quien desde los dieciséis años de edad se incorporó a nuestros trabajos; Raúl Barrera, encargado del Programa de Arqueología Urbana; el antropólogo Juan Román y los arqueólogos Carlos González, Salvador Guilliem, Francisco Hinojosa, Bertina Olmedo y otros más. Más tarde se sumaron nuevas generaciones como Adrián Velázquez, uno de los mejores conocedores de materiales de concha y caracoles; Emiliano Melgar, estudioso de la lítica. Cuando dejé en manos de Leonardo la dirección del Proyecto Templo Mayor en 2007, se sumaron varios jóvenes investigadores que bajo su liderazgo han alcanzado logros memorables. Recordemos que hace apenas unos años se le otorgó el Premio Shanghái como el mejor proyecto de investigación. También destacan las restauradoras que ayudaron en la conservación de los restos obtenidos. Allí están María Luisa Franco, Vida Mercado, Bárbara Hasbach, Lourdes Gallardo Parrodi, María Barajas y Mariana Díaz de León, actual jefa de restauración del Templo Mayor. Resulta difícil mencionarlos a todos. Actualmente el museo está dirigido por una excelente arqueóloga, Patricia Ledesma.

Gracias a este proyecto y a algunos otros trabajos llegaron algunos reconocimientos: las Palmas Académicas, la de Officier de l’Ordre des Arts et des Lettres y la Ordre National du Mérite, todas de Francia. Recibí el doctorado honoris causa en Ciencias de la Universidad de Colorado, Boulder. En el año 2000 se me nombró investigador emérito del INAH y en 2007 recibí el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la rama de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. Años después se me otorgó la “Mención de Honor” en el 54º Congreso Internacional de Americanistas celebrado en Viena; el Instituto Arqueológico Alemán me designó miembro honorario y la University College de Londres honorary professor del Instituto de Arqueología, en 2009. La Society of Antiquaries of London me nombró miembro, junto con Leonardo López Luján, en 2013. La UNAM me otorgó el doctorado honoris causa en 2017 y un año antes la Universidad de Harvard instauró la cátedra “Eduardo Matos Moctezuma Lectures Series”. En 2022 se me nombró miembro de la American Society of Arts and Sciences y el 18 de mayo de 2022 el jurado del Premio Princesa de Asturias me reconoció en la rama de Ciencias Sociales.

(REVISTA LETRAS LIBRES)