Envío del tabaco de La Española a Europa

Envío del tabaco de La Española a Europa

Para los españoles y el resto de los europeos el fumar tabaco era, en sus inicios, una violación de los preceptos religiosos del catolicismo ortodoxo, un desafío a los mismos, una especie de brujería, lo cual no impidió su rápida popularización.

Fueron, sin embargo, los esclavos negros que vivían en Europa los que primero adoptaron la costumbre de fumar, copiando a los esclavos de la Isla Española, pues retornando algunos de esos esclavos africanos de la Isla Española a España llevaron consigo esa costumbre, al igual como lo hicieron marineros europeos que cubrieron la misma ruta. Según Fray Tomás Ramón “los etíopes que han ido de estas partes a las Indias han tomado el mismo uso del tabaco y los moros y esclavos que vienen acá en los bajeles lo usan mucho, porque les parece que con esto descansan y duermen y reparan las fuerzas decaídas y ya lo tienen por deleite”.

El tabaco fue originalmente tenido como cosa muy vil y baja, cosa de esclavos y de gente de poca consideración, bebedoras en tabernas de muelles, vicio de marineros, quienes pertenecían en aquella época a los grupos o estratos sociales más bajos.

Tan vinculado estuvo el tabaco con los esclavos africanos y moros que volvían de las Antillas a España, que, en un poema del inglés Brathwait, se pone en boca del poeta Chaucer la frase “vosotros ingleses moros”, criticando así a los fumadores de Londres por su abandono a “la última moda introducida por los negros”. Incluso en Inglaterra las tiendas que vendían tabaco se caracterizaban por tener en su entrada la figura de un negrito con un gran cigarro o tabaco en la boca.

La primera cita histórica evidenciando la llegada del tabaco a Europa es de 1556, pero allí comenzó el tabaco siendo sembrado como una planta ornamental y luego se le utilizó como una especie de “curalotodo” por parte de los alquimistas de la época, que consideraban que contenía muy amplias condiciones terapéuticas.

Sin embargo, fue a medida que se iba popularizando su uso para fumar que se le comenzó a atacar como una práctica contraria a la religión. Así vemos como Covarrubias dijo que “el primero que descubrió la hierba del tabaco fue el demonio, haciendo tomarla a sus sacerdotes y ministros cuando habían de profetizar lo que les consultaban y el demonio les descubría lo que alcanzaba, por conjeturas, mediante aquella calidad atontados”. Es decir que a Europa se lleva la versión equívoca del uso del tabaco en las ceremonias de la cohoba de los taínos y se le describe como una práctica de los herejes europeos y, en consecuencia, se le considera contraria a la religión católica. Fray Tomás Ramón aseguraba que los que fumaban o tomaban tabaco en polvo “tienen algo de pacto implícito con el demonio”. Juan de Cárdenas dice que ignora el origen del tabaco, pero que presume que “algún ángel lo aconsejó a los indios, o algún demonio. Que sea ángel está puesto en razón, porque él nos libra de tantas enfermedades que verdaderamente parece medicina de ángeles y que parece ser remedio de demonios también lo está, porque si nos ponemos a mirar al que lo está chupando, le veremos echar por boca y narices bocanadas de un hediondo humo, que parece un volcán o boca del infierno”. Otros, más románticos, como el mencionado Brathwait, opinó en 1617 que tabaco era el nombre de un hijo ilegítimo de la diosa Procerpina, engendrado en sus entrañas por obra del dios Baco, ya que tabaco quiere decir, obviamente “hijo de Baco”.

Cuando llegó a Rusia los sacerdotes le denominaron allí “hierba del diablo” y corrió la leyenda de que esa planta había brotado sobre el sepulcro de una adúltera y que el diablo manifestaba su real presencia en ella mediante su olor y su humo. El Zar promulgó fortísimas sanciones contra los adeptos de esta supuesta planta infernal y muchos, incluso, murieron, por mantener su vicio. La situación llegó al extremo de que, para 1624 el Papa promulgó una bula amenazando con la excomunión a quienes inhalaban el polvo o rapé de tabaco en los lugares sagrados. Como parte de la campaña moral se explicaba que, el que en los oficios de difuntos se dijera “polvo eres y en polvo te convertirás”, no era excusa para que un sacerdote pusiera los polvos de tabaco en sus narices, según la práctica de aquella época. Hay evidencias históricas de que, en 1692, cinco sacerdotes fueron condenados a muerte y emparedados en Santiago de Compostela por el delito de haber fumado en el coro durante los oficios divinos.

En 1650 el papa Inocencio X tuvo que castigar con la excomunión automática a quienes profanaren la Basílica de San Pedro tomando lo que se llamaba entonces “tabaco de España”. San Juan Bosco por poco pierde su derecho a canonización porque practicaba el inhalar el rapé. Benedicto XIII, en su tratado teológico, mantuvo que “no quebranta el ayuno el tabaco tomado por las narices, aun cuando descendiere al estómago alguna parte de él, ni tampoco se quebranta con el humo del cigarro, ni siquiera con el tabaco mascado o molido con los dientes siempre que se eche el jugo afuera”.

No obstante, creía el teólogo que eso “es una cosa indecente hacer, antes de comulgar”.

Habrá de tomarse en consideración que uno de los efectos económicos y sociales más importantes del Descubrimiento de América y de la casi simultánea apertura de las rutas del comercio hacia Africa y Asia, fue que, en un período de muy pocos años, los europeos de pronto se acostumbraron al tabaco de las Antillas, al chocolate de México, al café de Africa y al té de la China, es decir, a la nicotina, la teobromina, la cafeína y la teína, los cuatro alcaloides que sirvieron desde entonces para dar goce y mantener despierta a la humanidad. Muchos consideraron que las conquistas europeas habían principalmente resultado en el surgimiento y la adopción por parte de los conquistadores de estos cuatro grandes vicios. En Londres, por ejemplo, en el Siglo XVII, se establecieron sucesivamente clubs de tabaco (en 1618 había unos siete mil en Londres y sus alrededores), casas de café (1650) y casas de té (a partir de 1657).
Un poeta español de la época, queriendo describir la más grande las maldiciones dijo:

“Ruegue a Dios que un indiano te maltrate, haciéndote beber el chocolate, y algún sucio bellaco, por fuerza te haga estornudar tabaco”.

No fue solo desde Santo Domingo desde donde salió el primer tabaco hacia Europa, sino que en los primeros cincuenta años del Siglo XVI, fue también la principal zona de origen de su exportación. Incluso, cuando Drake invadió Santo Domingo, una de las primeras cosas que hizo fue posesionarse de una gran cantidad de tabaco allí existente para llevarlo a sus barcos. Para 1620 habitaba en el Convento de Las Mercedes en la misma ciudad de Santo Domingo, Tirso de Molina, uno de los grandes escritores españoles de la época, quien compuso allí varias de sus obras, en las cuales involucraba costumbres locales y así vemos cómo, describiendo los postres de una cena, habla de: “un túbano de tabaco para echar la bendición”.

Fue tanto el furor que hizo el tabaco en Europa y, sobre todo en Inglaterra, que el término “bacanalias”, para describir juergas sensuales, fue utilizado para definir al nuevo vicio y su consumo masivo como “tabacanalias”.

Con el tiempo, al tabaco se le dejó de utilizar como medicina, se le dejó de considerar como una cosa diabólica y anti-religiosa y se le comenzó a apreciar como era justo. El inglés Sam Slick manifestó que “desde el instante de tomar una pipa de tabaco, el hombre deviene un filósofo” y, otro inglés, Thackeray, explicó cómo el tabaco “hace manar sabiduría de los labios del filósofo y cierra la boca al necio”. Otros explicaron claramente como una de las funciones más importantes del tabaco era brindar al fumador una compañía en la soledad.

El ilustre inglés Ben Johnson, en 1598 ya había adelantado que el tabaco es “la más soberana y preciosa semilla que la tierra ha ofrecido al uso del hombre”, y Moliére en 1683 agregaba que “quien vive sin tabaco no es digno de vivir”.

Tal vez la mejor evidencia del cambio de actitud generalizada con relación al tabaco, la encontramos en la versión de que el papa Urbano VIII tomaba los polvos de rapé y que brindó su tabaquera al jefe de una orden religiosa para que con él tomara dichos polvos y que habiendo este último rehusado diciéndole “Santidad, yo no tengo ese vicio”, el Sumo Pontífice lo miró atentamente y luego le contestó: “Si este fuese un vicio, tú lo tendrías”.

Luego el tabaco dejó de ser signo del demonio y se convirtió nada más y nada menos, que en el símbolo de la prosperidad y de la burguesía. Cuando los caricaturistas, desde hace más de un siglo, han querido representar al capitalista, generalmente dibujan a un hombre de negocios con una bolsa grande con el signo del dólar y con un gran tabaco en la boca.

De símbolo de magia y herejía, el tabaco se convirtió, a la vuelta de trescientos años, en el símbolo del hombre más conservador.

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