Equilibrios y mayorías

Equilibrios y mayorías

Guido Gómez Mazara

Los modelos democráticos efectivos descansan en la diversidad de las fuerzas electorales y el necesario contrapeso. Inclusive, nada despierta mayor desbordamiento en la actuación gubernamental que no sentir el disenso opositor. El auténtico éxito de la política está asociado a la pluralidad orientada en críticas tendentes a perfeccionar toda gestión surgida de la voluntad popular.

Cuando la observación académica desmantela los fenómenos autoritarios, su principal componente reside en reducir y/o cercenar fuerzas y voces, calificadas de molestosas al no adecuarse en la estructuración de verdades oficiales.

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Augusto Roa Bastos, en su obra cumbre, Yo El Supremo, narra la tragedia del Paraguay durante el mandato de Rodríguez de Francia y simular su muerte como forma de identificar a sus adversarios. Emitido un decreto, anunciando el fallecimiento del gobernante, la oposición salió a las plazas a celebrar, y por vía de consecuencia, se identificaron las cabezas opositoras que terminaron fusiladas. Materia de la creatividad literaria, pero punto de referencia de un modelo que luce obsoleto y mantiene alarmantes niveles de seducción en segmentos de toda la región latinoamericana, no del todo satisfechos con voces adversas.

Antes, con tintes del rumbo y esquemas ideológicos de la época: derecha o izquierda. Ahora, saltando los clásicos esquemas, el uniforme posee una diversidad de personalidades poseídas de innegable popularidad y desenfocados porque creen posible mantenerla por una eternidad. En el punto más alto del aplauso público, una fuerza exitosa y de esencia democrática debe prepararse para los periodos de impugnación ciudadana. La única modalidad que parece perpetuarse en el control de la administración pública anda de la mano con burlar las formalidades democráticas, y amparadas en la expresión de una mayoría, ajusta el marco institucional para garantizarse ventajas y prácticas insostenibles a largo plazo.

A lo que no obliga la cultura plural es a darle más allá de lo merecido, al núcleo de participantes en un torneo cívico. Respetarlos, considerarlos y efectivamente asumirlos como parte del sistema y sus equilibrios es una regla inviolable. Y de paso, la fuerza triunfante debe demostrar una altísima dosis de elegancia en la medida que, la mayoría conseguida por vía de la legitimidad democrática no se comporte de manera atropellante.

Cuando las tendencias de simpatías evidencian resultados previsibles, el potencial actor victorioso debe actuar con sentido de inclusión porque una vez alcanzados los objetivos.

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