La política posee de atractivo, la capacidad de sus actores para repensarse. Los escenarios se transforman y el mercado electoral anhela niveles de conexión en interés de siempre vincular propuestas, candidatos y aspiraciones ciudadanas.
Las figuras legendarias que eclipsaron la escena pública por más de tres décadas, aunque sus talentos resultan irrepetibles, no podrían galvanizar los electores en la actual coyuntura. El país que, con posterioridad a la guerra civil de 1965, apostó a la revolución sin sangre y se condujo por la ruta del respeto a las libertades democráticas dándole paso a Gobiernos de dos periodos a una misma organización supo ponerse los ojos en la espalda votando de manera favorable al actor derrotado 8 años antes para con posterioridad alimentar una nueva opción con tintes ideológicos y un acento moralizante que se derrumbaría como resultado de la olímpica acumulación de los hijos de maestro insigne. Por eso, una nueva administración llegaría y la derrotaron por los devastadores efectos de un proceso inflacionario que retornaría al palacio presidencial al partido heredero de las fuerzas conservadoras ancladas en prácticas propias del caudillo y muy distantes de la retórica de la liberación nacional.
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Finalmente, el hastío de las masas premiaba una opción diferente sustentada en la necesidad de un cambio. Y es muy sencillo, cada coyuntura provoca resultados disímiles en el corazón de tendencias electorales que no responden con instintos de robots en cada proceso.
El actor político que se perfila con mayor arraigo entre las ofertas opositoras sabe perfectamente que una sociedad sufre mutaciones, y por vía de consecuencia, lo electoralmente útil no puede eternizarse en el discurso. De paso, los parámetros y perfiles nuevos hacen obsoletos todo resquicio propenso a traducir en exitoso lo que en el pasado tocó las puertas de la victoria. Aquí, más allá del reloj electoral, el sentido de observación y calidad crítica en la población deja muy reducida toda propuesta escasa en la capacidad de sinceramente presentarse como diferente. Recurrir a la frase popular de conocer al cojo sentado y ciego durmiendo, califica el sentido de inteligencia popular y destrezas del ciudadano, sin grandes herramientas formativas, pero de instinto e intuición profunda. No nos podemos engañar, resulta innegable que las urgencias del día a día poseen una importancia vital, olvidar los altos precios y dificultades en materia de poder adquisitivo es imperdonable. Ahora bien, creer que sus efectos electorales veinte años después tendrán los mismos resultados constituye un error táctico debido a la mutación del mercado y conciencia ciudadana. Una sociedad en pleno siglo 21, obliga a la evaluación sincera de causas económicas y efectos en los sectores medios y bajos ingresos.