El esfuerzo procede, aunque se intuya inútil. Las tradiciones conforman la identidad y a pesar de la mundialización, con su pretensión de una uniformidad imposible, es importante la preservación de algunas, que no dañan, congregan.
Mientras Sevilla cuida y exhibe con orgullo la conmemoración de la Semana Santa, Río de Janeiro prepara su carnaval durante doce meses y la presencia en el Mardi Gras llena las calles y hospederías de Nueva Orleans, aquí nos empeñamos para que languidezcan las celebraciones locales. Más cerca del Thanksgiving que de San Andrés, el mercado decide la ruta del consumo. El rescate mediante agenda resulta fallido. Los avatares políticos, las transformaciones sociales, las migraciones, cambiaron usos y costumbres. Culpa de nadie y responsabilidad de todos. La pérdida va más allá de festividades populares, religiosas y del alcance de la ley 139. Incluye la displicencia con las efemérides patrias. Actos deslucidos, con discursos laudatorios al jefe de turno, postergan el recuento de hazañas que contribuirían a creer en la república y en sus forjadores. Resulta vergonzante, decadente, exhibir la bandera, emocionarse con las notas del himno. Luce incorrección política, más que satisfacción patriótica, reivindicar el 27 de febrero y el 16 de agosto.
Hoy 9 es 6 y para los especialistas queda la mención obligada de la epifanía, recordar el motivo cósmico de la estrella que iluminó el camino de los magos de oriente. Cometa, señal divina, símbolo de la fe o maravilla de la imaginación. También sirve para recalcar el sentido de la mirra, del oro y del incienso. Exégetas de las escrituras subrayan que la Biblia no menciona Reyes sino magos. Pagana o religiosa la historia, el festejo de la epifanía ha sido un momento memorable para la niñez. Día del hallazgo y de la recompensa, del efecto que el buen comportamiento produce. Tradicional conmemoración en el sur de la isla, en el este y en algunas regiones del Cibao. Durante décadas, fue desconocida en el norte de la isla. Servía de consuelo para el olvido o la carencia, que impedían el cumplimiento el 25 de diciembre, cuando se atribuye a una inerme criatura, la colocación de regalos debajo de la cama, al lado del árbol de la navidad. Antes de la figura universal y en ocasiones rocambolesca de Santa Claus, era el Niño Jesús el portador de los obsequios.
La tradición que en otros países persiste y atrae turistas para presenciar los desfiles alusivos al día, aquí agoniza. Previsible el desenlace, desde antes del del trastorno de la fecha. En Uruguay, desde el 1919, el laicismo erradicó el día de los Santos Reyes, empero, el 6 de enero, la niñez espera y recibe regalos, porque es “El día del Niño”. Que hoy 9 sea 6, confunde. Sin interferir en las motivaciones de la ley 139, conviene apelar a la creatividad institucional para reinventar la celebración. Debe hacerse antes de que la fantasía infantil pretenda semejarse a la Tukiti y aspire tener, como regalo de Reyes, las pulseras, el vocabulario y las hookas de los artífices del dembow.