Tres cuartos del siglo pasado el mundo terrenal solía dividirse de forma simplificada en reinos animal, vegetal y mineral. En el universo animal se mencionan desde la base de los virus seguidos por las bacterias, hongos y algas. Les seguían especies multicelulares diversas hasta desembocar en los vertebrados con el Homo sapiens como exponente más desarrollado de todo el mundo animal. Es innegable que orgánicamente hablando ha sido el cerebro la parte anatómica que ha venido a hacer la gran diferencia entre un elefante, un león y un ser humano.
El proceso evolutivo que solía medirse en el tiempo en cifras millonarias de años, ahora resulta que ya somos capaces de determinar lo que transcurre en una fracción de nanosegundo.
Cuando ese primate cuadrúpedo alcanzó la etapa de Homo erectus pudo utilizar las extremidades anteriores en forma de brazos y manos para crear utensilios de piedra, barro llegando a la denominada Edad de los Metales. Al momento de la llegada de los europeos a la isla, nuestros aborígenes fabricaban sus utensilios domésticos a base de cerámica. La flecha y el arco eran armas de cacería. Los conquistadores en cambio utilizaban la pólvora en armas metálicas para la caza y dominio.
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La paz como bien común está disponible a toda alma que desee recibirla. Amar es un ejercicio de alcance universal, no se cobra impuesto por practicar el amor al prójimo. Luego de analizar los restos mortales de miles de personas de distintas edades y sexo, estratos sociales, costumbres y niveles educativos he podido constatar ciertos hechos en común. Una vez alterados los centros vitales cerebrales de manera permanente la vuelta a la vida se torna imposible. Ese órgano noble representado por una masa encefálica requiere de oxígeno y de glucosa de modo continuo. El aparato cardiopulmonar se encarga de recibir y transportar los nutrientes a todas las áreas corporales. El hígado desintoxica el organismo y los riñones depuran la sangre contribuyendo a mantener el equilibrio hidroelectrolítico.
Aprender a cuidar de nuestro cerebro, corazón, pulmones, hígado y riñones no debería ser tarea difícil. El desarrollo de hábitos saludables desde la niñez hasta la ancianidad nos permite transitar por la vida con calidad, evitando muchos achaques producto de vicios, mala higiene, inadecuada alimentación, afán de poder y de dominio personal y colectivo. De poco nos han servido los finales de un tal Pedro Santana, Ulises Heureaux, ni de Rafael Leónidas Trujillo Molina. Tampoco parece amedrentar a mucha gente el final del otrora poderoso Adolfo Hitler.
El milenario Jesús de Galilea, el legendario asiático Mahatma Gandhi y más recientemente el predicador afroamericano Martin Luther King representan estilos de vida a imitar a fin de construir un mundo a compartir con sencillez más allá de las fronteras y murallas. Hagamos una mancomunidad con millones de puentes que unan razas, religiones, etnias, pensamientos, bienes y servicios a compartir. Aboguemos por un ecosistema equilibrado y respetuoso. Combatamos el hambre y la explotación, haciendo un frente común contra la guerra fratricida.
Digamos no al engaño y a la mentira. Recordemos a Juan Bosch con el slogan: “Me engaña una vez, vivo es; me engaña dos veces, tonto yo”. Ahora más que nunca hagamos nuestra la sagrada cita bíblica que reza: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”