Experiencia estética como fenómeno natural

Experiencia estética como fenómeno natural

Flor de Loto

La vida se manifiesta en todas las cosas como un fenómeno natural. Cuando estamos frente a un ente (cosa) al que no habíamos estado expuestos con anterioridad nuestro cerebro trata de entender de qué se trata. Lo hace a través de asociación de ideas, puesto que este proceso cognitivo establece relaciones entre sucesos. Hay un área en la corteza cerebral que integra información previamente almacenada con información reciente. En este caso lo nuevo se interpreta y conoce desde lo antes conocido. De esta manera, tras una especie de escaneo de aquello observado el “yo sujeto cognoscente” (observador) entra en contacto con el ente (el no yo, la cosa) en un proceso activo y natural. Este contacto genera un impulso nervioso que es la causa de la imagen percibida. Se trata de una experiencia directa que ocurre al enfrentarnos a la cosa por primera vez. Sucede a través de los sentidos. Ellos nos permiten conocer desde diferentes variables las imágenes, sonidos, olores, sabores, formas, en fin…

Pero cuando conocemos previamente la teoría que hay detrás de las cosas (su origen, función y efectos), al vernos expuestos al ente, ocurre un pensar consciente. La reacción es mediada por la memoria que conoce el significado y lo que hay detrás de las cosas. Cuando tenemos conocimiento sobre el aspecto conceptual que define lo observado se facilita el entendimiento, interpretación y accionar. De esa manera, podemos a través del pensamiento y el sentido común expresar nuestras aseveraciones y juicios conscientes. Si la observación de una obra de arte es realizada por una persona que cuenta con un aval conceptual sobre poesía, música, plástica, arquitectura, cinematografía o de cualquier otra índole; si su ojo u oído ha sido pulido, sus observaciones sobre la obra serán la de un experto. Se trata de un análisis de la obra realizado con el uso del raciocinio como sucede en el ámbito de la crítica formal de los académicos. Su observación de la obra de arte proviene de un análisis consciente y bien fundamentado.

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Flor de loto

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Existe, además, el amante del arte, crítico intuitivo, la mayoría de las veces autodidacta. En ambos casos son seres apasionados del arte. Su relación con la obra esta mediada por el raciocinio. La obra, como representación del mundo físico natural o del universo de la imaginación, realizada con materiales provenientes de la naturaleza y con el uso de los avances tecnológicos aplicados al arte de cada época se comunica con el observador.

Sin embargo, el observador virgen que es expuesto por primera vez a un tipo de arte o a una obra en particular es capaz de reaccionar a la misma de forma directa, sin mediación conceptual previa. Este tipo de experiencia lleva en sí misma su propia interpretación sin intervención del raciocinio ni apariencias falsas. Se trata de un vínculo a nivel del mundo de las esencias como quizás diría Platón. No es una reacción intelectual. Se trata de una especie de comunicación entre los niveles espirituales del ser (metafísica espiritual) y del mundo. Rudolf Steiner, filósofo, arquitecto y pedagogo austriaco en su libro “La iniciación” afirma que: “El mundo externo, en todos sus fenómenos, desborda de divina belleza, pero es necesario antes haberla conocido en sí mismo mediante una experiencia viviente, para poder luego descubrirla en el medio ambiente circundante” (1990). Justamente de eso se trata: una experiencia viviente, estética, pura.

El observador que vive una “experiencia estética”, a través de una atención concentrada, queda sobrecogido, fascinado, encantado frente a lo que observa. Hay un rapto de su ser en el tiempo y espacio provocado por la obra. Siente un goce supremo. Se trata de la llamada fruición. Una alegría inexpresable y una felicidad sublime se apodera de su ser. Inmovilizado frente a la obra su experiencia desborda lo humano de las experiencias cotidianas conscientes. El observador no sabe cómo ni porqué siente todo lo que experimenta. Ha entrado al mundo de lo inefable. Sencillamente sucede. Es una experiencia pura proveniente de una atención concentrada frente a una obra de arte que lo atrapa. Este tipo de atención abre un portal a otros niveles de consciencia que marca para siempre la vida del que lo experimenta.

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La experiencia estética instala al ser en contacto con el mundo de las esencias; lleva al que la experimenta a la comprensión del mundo que devela sus secretos a través de ella. No hay la necesidad de interpretación. Es una experiencia única que permite visualizar la plenitud del universo o un atisbo de la verdad última a través de la obra de arte; la más sublime belleza: la verdad oculta tras las apariencias.

Brinda al que la experimenta una comprensión ajena a cualquier tipo de análisis lógico dirigido. La experiencia estética sencillamente sucede. Es una especie de iluminación que permite ver el mundo tal como es y no a través de la mirada ilusoria con que generalmente observamos el mundo. No se trata de una experiencia mística (estado unitivo con la divinidad) aunque tienen grandes semejanzas.

La experiencia estética es una sensación indefinible de poderosa exaltación desde un mundo de calma interior (paradójica situación); momento sagrado de admiración y reverencia en que el arte muestra los secretos del universo; develamiento del velo de Isis que muestra la belleza de la existencia. Instante que se elonga y acompaña al ser hasta la muerte. En vista de que el arte nos brinda grandes realizaciones, cerremos este escrito con las palabras del poeta, filósofo, yogui y gurú de origen hindú Sri Aurobindo:
“El loto del conocimiento eterno y de la perfección eterna es un capullo cerrado y plegado en nuestro interior. Se abre rápida o gradualmente, pétalo por pétalo, a través de percataciones sucesivas, una vez que la mente del hombre comienza a girar hacia el Eterno, una vez que su corazón, ya no comprimido ni confinado por el apego a las apariencias finitas, se enamora, en cualquier grado, del Infinito…” (Aurobindo, 1955, p.14).