Creo que el Papa Francisco es un hombre bueno y de gran sentido común. Antes de hacerse sacerdote tuvo que enfrentarse con la decisión de ser o no ser, entre vivir como un hombre común en Argentina, o entregar su vida al sacerdocio.
Recientemente, Francisco se refirió a la conducta afeminada, a sabiendas de todo el mundo que él no es un adversario espiritual de los homosexuales. Esta vez, el Papa ha dicho que, en su entorno, y bajo su mandato, esto es, en el Vaticano, suele haber afeminamiento.
Leyendo entre líneas sus palabras, puede colegirse que se refiere a ciertas conductas, de parte de hombres, que, aparentemente, tienen temor a los desafíos del mundo; especialmente los que han vivido o aspiran a la comodidad y el consumismo de clases medias.
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Similarmente, es el caso de tantos hombres y mujeres que no se sienten suficientemente preparados, emocional o económicamente, para las exigencias del matrimonio, especialmente dentro de la concepción cristiano-occidental.
El término “afeminado”, y similarmente, el más vulgar, “maricón”, es una especie de melindre, de inclinación feminoide que una mamá consentidora alimenta. Que luego declinan hacia rebuscamientos sofisticados que no son normales siquiera en mujeres de nuestros entornos sociales.
Con frecuencia hemos visto esos comportamientos extremadamente seudo funcionales, muy siúticos y delicados, en determinados oficios; pretendiendo aparentar refinamiento artístico, en restaurantes y salones con vistosos mobiliarios cuyos asientos toman más en cuenta la belleza que la ergonomía adecuada a las actividades de los usuarios, tales como las posturas para conversar y la ingestión de bebidas y alimentos.
Es el caso de hogares con sofás de hermosa apariencia, pero no son cómodos ni frescos ni funcionales para ningún tipo de sociabilidad, excepto mirar la tele y acaso la siesta de alguna mascota.
Ocurre lo mismo con utensilios sanitarios, de los cuales hay que adivinar cómo funcionan, y que luego de usted intentar adivinarlo alguien le grita que es que está descompuesto.
Estos amaneramientos o mariconerías se suelen encontrar hasta en un sillón de odontólogo, que de tantos bombillitos y automatismos disfrazan la ignorancia y la desconsideración a los usuarios, a quienes no por casualidad les llaman “pacientes”, y quienes nunca fueron tomados en cuenta para fines de diseño; ignorando también la psicología espacial en casos de automóviles costosos, de último modelo, donde usted no encuentre siquiera donde colocar sus gafas, o cuya gaveta al abrirse golpee las piernas de su acompañante.
Hay muchos oficios donde la mariconería se disfraza de sofisticación y los errores de diseño se disimulan con decoración y “artitismo”.
Por cierto, hay países donde la palabra “maricón” no tiene que ver con homosexualidad, sino, como es fácil colegir, con gente que esconde sus temores y cobardías en renuncias, rechazos o pseudo convicciones filosóficas, modas intelectuales o meta-religiosas.
Debemos destacar que hay muchos homosexuales, de ambos sexos, cuyas conductas suelen ser más afirmativas, responsables y viriles que la de esos amanerados que tanto abundan.
En todo caso, estoy seguro de que Cristo los ama, y el Papa Francisco también.